El trabajo doméstico remunerado es la actividad laboral mediada por la compra y venta de mano de obra para labores de reproducción social cotidiana de un hogar de una familia ajena a la trabajadora. Esta actividad, es fundamentalmente manual, aunque integra de manera importante trabajo mental, emocional y afectivo.
De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (2019:4T) en México hay 2 millones 288 mil 680 personas que se dedican de forma remunerada al trabajo del hogar. 95 por ciento son mujeres —de ahí que se hable de un empleo feminizado— cuyo promedio de edad es de 43 años. Pese a este último dato, en el imaginario social el perfil más difundido sobre las trabajadoras refiere a mujeres jóvenes, solteras, migrantes rurales. Este perfil “clásico” corresponde a procesos experimentados en el siglo pasado en diversas latitudes de América Latina, como la industrialización, la urbanización, la migración campo-ciudad y los procesos de inserción de indígenas a las ciudades. En las grandes ciudades se concentraron grandes cantidades de población, debido en parte a una fuerte migración de población rural hacia estos centros urbanos. A partir de esta migración, hubo población que no logró insertarse al mercado formal, como el caso de mujeres que se emplearon como trabajadoras del hogar. La inserción a esta actividad laboral fue interpretada como un medio para lograr la adaptación a la vida urbana y al mercado laboral urbano, es decir, se caracterizaba por ser un “nicho” laboral para población femenina rural recién llegada, toda vez que operaba como puente para la incorporación al mercado de trabajo y a la vida urbana.
Se ha destacado la vulnerabilidad experimentada por estas jóvenes migrantes, sin embargo, en México —como en el resto del mundo— ocurre un proceso de envejecimiento que ha impactado la conformación de la fuerza de trabajo y que implicaciones importantes en esta actividad laboral no calificada, no protegida y manual. En nuestro país el proceso de envejecimiento ocurre de manera paralela al proceso de precarización laboral, si bien este fenómeno no es nuevo, sí se ha experimentado una intensificación. La precariedad laboral se refiere al establecimiento de relaciones laborales en condiciones poco favorables para los trabajadores o al deterioro de las condiciones de trabajo; y tiene efectos directos en el cumplimiento de los derechos de los trabajadores como la seguridad social, la salud, la educación y el acceso a las condiciones mínimas de bienestar. Mientras que el rápido proceso de envejecimiento —resultado de la baja en las tasas de mortalidad y de fecundidad— plantea serias dificultades y desafíos tanto en la esfera social, como en la económica y política. Uno de estos desafíos es la propia subsistencia de las personas mayores, sobre todo de las que no cuentan con prestaciones derivadas de un empleo formal o las que han quedado excluidas del mercado laboral. A esto se añade que muchos de los programas de apoyo social y salud, son de tipo asistencialista, por tanto, la subsistencia de las personas en edades avanzadas se ve seriamente comprometida, lo que obliga a esta población inserta en el sector informal, a seguir realizando actividades para obtener ingresos mediante el empleo, la familia o alguna instancia pública o privada.
En la mayoría de los casos, las trabajadoras del hogar no tienen seguridad social, ni prestaciones: no cuentan con atención a la salud, ni permisos de maternidad, ni vacaciones con goce de sueldo; el finiquito y el pago por antigüedad son casi inexistentes, así como la pensión o jubilación. A lo largo de sus trayectorias de vida, muchas trabajadoras del hogar postergan la atención médica, con graves consecuencias para su bienestar. Las expectativas de una jubilación digna son prácticamente nulas para estas trabajadoras. Por tanto, perciben su envejecimiento como un proceso de mucha incertidumbre generada al no saber qué harán cuando su “cuerpo ya no dé para más”.
Para las trabajadoras domésticas que se van acercando a la vejez la precariedad del trabajo doméstico remunerado adquiere otras dimensiones, pues se engarza con otras desventajas sociales que generan mayores probabilidades de desencadenar procesos de exclusión. Estas desventajas pueden ser desigualdades heredadas, condiciones materiales desfavorables, la posición dentro de la familia, la desigualdad de género, la carencia de redes sociales, la trayectoria educativa trunca o el analfabetismo, la carga de trabajo, entre otras. Estas desventajas son acumulativas, se retroalimentan mutuamente y sitúan a estas mujeres en la posibilidad de ser excluidas del mercado de trabajo.
El envejecimiento representa para este sector el punto más alto en su nivel de vulnerabilidad debido a la acumulación de desventajas sociales que tiene lugar a lo largo de sus biografías. A esto se añade un mercado de trabajo en el que proliferan los empleos que implican altos niveles de indefensión, inseguridad e incertidumbre. Señalar las repercusiones que traen aparejadas la precariedad de su empleo y el proceso de envejecimiento en las vidas cotidianas de estas mujeres, en sus relaciones familiares, en sus contextos inmediatos, implica reconocer que estas trabajadoras sobreviven realizando actividades de subsistencia, en las cuales se ven seriamente limitadas ante la pérdida de autonomía y de la fuerza para ejecutar tareas que demandan destreza corporal, atención e intensificación de la jornada laboral.
Un elemento más a destacar es que en muchos de los casos las empleadas reciben beneficios en relación con su capacidad de negociación con las familias empleadoras, no como parte del reconocimiento de sus derechos laborales. Esto se agrava con la vejez e incapacidad para poder desarrollar este empleo por su naturaleza principalmente manual (sin negar el trabajo mental y emocional, que complejizan esta relación laboral). Dado que estas mujeres cuentan únicamente con el salario otorgado por día laborado, no ven como opción viable concluir su vida laboral, por lo que buscan prolongar su trayectoria de trabajo mientras que sus cuerpos puedan cumplir con las tareas o hasta que sus empleadoras lo permitan. Esto trae aparejados diversos problemas de salud que pocas veces son atendidos dada su falta de seguridad social. Se observa, entonces, que la precariedad laboral de esta actividad laboral se acentúa y el envejecimiento se experimenta como un punto crítico de acumulación de desventajas sociales, que las conduce a vivir una vejez vulnerable.