Antes de que existiera siquiera la palabra “ciencia” como tal, en la antigua Mesopotamia se practicaba la “mantia”, palabra que proviene del griego μαντικός (mantikos) que, a su vez, deriva de μάντις (mantis, “vidente”) y esta, del verbo μαίνομαι (mainomai), que quiere decir “estar fuera de sí”. Un mantikos era un profeta, es decir, un individuo que era un mediador o intermediario entre la divinidad o deidad, con los hombres que constituían la humanidad. Pero para estos individuos que podrían ser identificados como los “premédicos” existía un vínculo especial con la astrología, la interpretación de los sueños, el examen de las vísceras como elementos premonitorios y la deducción de fenómenos por medio de la conjetura que provendría de evidencias naturales.
En la actualidad, viviendo el desarrollo de la ciencia y la tecnología, pareciera increíble que el ciudadano común y corriente pudiese creer a ciegas, revelaciones de sujetos que pudiesen interpretar las manifestaciones naturales que se generan alrededor y mediante una especie de carisma especial, se establecen predicciones futuras, como si fuesen los portavoces de un porvenir lleno de incertidumbres y pesares.
No es raro que en todos los medios de comunicación se puedan ver predicciones cotidianas a través de signos zodiacales o incluso la creencia que afirma, una forma de ser o condición, que depende de la fecha de nacimiento y el signo zodiacal, cuando prácticamente ninguna de estas personas, pueda observar el firmamento por las noches e identificar una constelación estelar.
Esto no es de manera alguna criticable. A final de cuentas, el médico de todas las épocas, a través de deducciones lógicas que parten de un conocimiento empírico y por medio de la observación y experiencia, dominando un conocimiento, deduce lo que sucede en el interior de un organismo y establece el diagnóstico; palabra que proviene del griego diagnostikós, que a su vez viene del prefijo día, “a través”, y gnosis, “conocimiento” o “apto para conocer”, que no solamente identifica a una enfermedad sino que también le pone un nombre específico que guiará el tratamiento en la forma más específica que se pueda; el pronóstico, es decir, establecer cómo sucederán los hechos para culminar con las medidas de prevención para que no se vuelva a presentar.
Hace 4 mil años la atribución a demonios e influencia de los astros, que de alguna manera se relacionaban con todos los fenómenos naturales que rodeaban a los individuos, marcaban mecanismos muy sutiles de predicciones que podían ser favorables o perniciosos. Todo podía ser sujeto de interpretaciones que, manipuladas en formas ambiguas, podían ejercer un poderoso impacto en la mente de quienes, ante la desesperación de no poder tener una certeza de lo que sucedería, se acogían y subordinaban a lo que el adivino, profeta, mantikos o sanador, podría predecir. Debía de ejercerse una profunda impresión que diese un impacto visual y psicológico. Se usaban muchos elementos para influenciar todos los sentidos, con aromas, colores, sonidos, texturas y sabores. Esto se aderezaba con muestras de conocimiento de fenómenos astronómicos como movimientos de las estrellas, planetas, la luna y el sol. Estas combinaciones de conocimientos generaban clasificaciones que por supuesto, tenían un significado y por supuesto, una identificación.
La mántica, como una actividad predictiva de la enfermedad, utilizaba elementos artificiales, como evaluar la forma en la que unas gotas de aceite se distribuyen en la superficie del agua; el examen de vísceras de animales, como características de pulmones, corazón, riñones, tráquea y, sobre todo, el hígado, que era considerado un órgano central y hasta sede del alma. Esto se traducía en distintas formas de tratamiento de enfermedades que en muchas ocasiones tendían a resolverse por sí mismas, independientemente del efecto que tenían esos médicos primitivos.
Ahora contamos con una gran cantidad de conocimientos que nos permiten un acercamiento a la comprensión de la función orgánica, aunque existen también un conjunto inconmensurable de dudas ante las cuales, solamente podemos comprender que, en nuestro entendimiento parcial del fenómeno biológico, somos vulnerables y particularmente débiles.
Los médicos en la actualidad, aunque parezca increíble, no diferimos mucho de los mantikos o sanadores de hace cuatro mil años. Poseer algunos conocimientos (que, independientemente de la cantidad, no dejan de ser incompletos), nos permiten la utilización de un lenguaje que solamente es debidamente interpretado en el gremio de quienes conformamos el denominado “sector salud” a nivel internacional.
Hasta hace relativamente poco tiempo, usábamos batas blancas para distinguirnos de otros profesionistas, aunque ahora está de moda la utilización de camisolas y pantalones azules o verdes, flojos, informales, simples, adornando en la forma más absurda, con un estetoscopio colgando al cuello, como si fuese a utilizarse en cualquier momento.
Citamos a enfermos en consultorios en los que, la mayoría de las veces, predomina la impuntualidad que en ningún otro profesionista es respetada, para adentrarnos en lugares atestados de diplomas que buscan demostrar innumerables horas de estudio y preparación académica, sin imaginar que esto no necesariamente refleja una calidad escolástica. Vitrinas atestadas de instrumentos extraños, imponen a la mirada, de la misma forma en la que se encuentran colocados innumerables cantidades de libros que muchas veces, no han sido leídos desde hace mucho tiempo, en el peor de los casos, jamás han sido abiertos.
Se extienden recetas con nombre de medicamentos tan raros como las inverosímiles formas de tomarlos, por uno, dos, tres, 10 o hasta algunos meses, generando a la larga, una verdadera cascada de indicaciones, dentro de las que sobresale la olvidada recomendación de buscar, como propuesta principal, cultivar los buenos hábitos dietéticos, de actividad física, con sus respectivos distractores de esparcimiento sano y la búsqueda de la curación en su forma más natural.
Esto ha condicionado un proceso de desacreditación al médico que, sin embargo, continúa teniendo un papel importante en la organización social. Pero también representa un pilar fundamental que, en definitiva, se ha reflejado en un incremento particularmente notorio en la expectativa de vida.
Obviamente existen excepciones que ennoblecen el acto de estudiar a la enfermedad, pero en estos tiempos actuales, en efecto vivimos más, pero no sé si realmente, vivamos mejor. A final de cuentas, de la misma forma en la que sucedían los sufrimientos de nuestros antepasados, tarde o temprano seremos declarados enfermos desahuciados, pues tenemos la certeza de que vamos a morir, aunque definitivamente, no sabremos cuándo…