El punto de partida de esta síntesis posible de la pandemia es el establecimiento de las peculiaridades de la situación actual del país, están determinadas por la coincidencia de dos crisis: la sanitaria y la económica. Ninguna determinó la otra, aunque forman una unidad, con múltiples determinaciones, pero ambas expresan las contradicciones sociales de un modo de producción que se desarrolla a través de crisis periódicas y que empobrece a la población trabajadora como forma de reproducción del patrón de acumulación. Pero su coincidencia en el tiempo y en el espacio determina la magnitud y agudeza de cada una de ellas y de su unidad, crea una situación pocas veces vista, por su coincidencia espacial y temporal.
La crisis económica que vive el capitalismo mundial se inició unos cuantos meses después la crisis financiera (la de las hipotecas) de 2008-2009, es decir, apenas se estaba recuperando el sistema capitalista mundial cuando aparecieron los primeros signos de una nueva crisis. Particularmente, en América Latina, durante el decenio 2010-2019, el crecimiento de la economía disminuyó notoriamente debido a la caída de los precios de los commodities, consecuencia de la contracción de las economías que el Fondo Monetario Internacional (FMI) denomina “emergentes” (India y China), así como de la guerra de aranceles contra China y otros países, emprendida por Donald Trump apenas asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 2017.
Las cifras ofrecidas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) muestran que en la década de 2010-2019 “la tasa de crecimiento del PIB regional disminuyó del 6 por ciento al 0.2 por ciento”, incluso, en el período 2014-2019 se registró el menor crecimiento de la región desde la década de 1950, cuando fue de apenas 0.4 por ciento (CEPAL. Segundo Informe Especial: “Dimensionar los efectos del Covid-19 para pensar en la reactivación”, 21 de abril de 2020, p. 1).
A esta crisis de acumulación se sumó en noviembre de 2019 la aparición y pandemia del Covid-19, que, de acuerdo con la misma CEPAL, “impactó América Latina y el Caribe en un momento de debilidad de su economía y de vulnerabilidad macroeconómica.”
Pero esto no fue todo. Afirma con razón Noam Chomsky que el asalto neoli-beral a nuestros países convirtió la salud en una mercancía y se abandonó el sistema sanitario público, a cuya debilidad hay que agregar su escasa e insuficiente infraestructura, y que, manejado con criterios de lucro, dispone de una limitada cobertura para atender a la población que padece enfermedades vinculadas a la pobreza y a una inadecuada alimentación, pero cuyo costo de atención no es redituable en los términos de costo/beneficio, como gustan plantear estas cuestiones los economistas neoliberales. Un diagnóstico demoledor sobre nuestros sistemas sanitarios lo ofrece la propia CEPAL: la pandemia en América Latina enfatiza ese organismo: “hizo muy visibles los problemas estructurales del modelo de desarrollo, las carencias del sistema de protección social y de regímenes de bienestar social muy incompletos, muy frágiles, muy vulnerables.”
Pero si la crisis económica mostró estas carencias que dificultan el enfrentamiento de la pandemia, lo que hizo la crisis sanitaria fue amplificar y agudizar los efectos de la crisis económica; esto es, la pandemia no provocó la recesión, pero sí la aceleró y agudizó para hacerla peor que la ocurrida en 2009 y posiblemente la de 1929-33.
En realidad, las crisis económicas capitalistas son producto de la contradicción del capitalismo: entre producción social y apropiación privada del producto. Lo que hace de las crisis recurrentes la forma de desarrollo del capitalismo. Lo que caracteriza la situación actual, es lo inédito de la coincidencia de ambas crisis, situación que permite caracterizarla como “crisis general: sanitaria, económica y social.”
Entre otros impactos agudizados por la pandemia, se pueden contar la ruptura de las cadenas de producción y distribución debido a la suspensión de actividades productivas; la drástica disminución de la actividad turística hasta casi su desaparición y pérdidas severas en hotelería, así como del transporte aéreo y terrestre vinculados a esa actividad; reducción de las ventas y ganancias en la industria automotriz; la disminución del comercio internacional y la fuga de capitales de los países dependientes hacia los centros financieros (según el FMI, en marzo, “Las naciones emergentes han sufrido un éxodo de capitales por más de 83 mil millones de dólares”, en México en un año salieron 30 mil millones de dólares); pero sobre todo se han cancelado una buena parte de los empleos formales y, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, están “en riesgo de perder su ingreso, mil 600 millones de personas ubicadas en la economía informal” (La Jornada, 30-4-20: 4).
La simultaneidad de ambas crisis vino a ensombrecer el panorama social del país, por su secuela de pérdida de empleos (entre marzo y abril se perdieron un millón de plazas de trabajo) y la reducción de salarios (por falta de pago o pago parcial), que castigan severamente a la clase trabajadora; asimismo, la pandemia obligó al confinamiento preventivo, lo cual trajo consigo la disminución del ingreso de millones de trabajadoras y trabajadores (60 por ciento de la población económicamente activa) que sobreviven en la economía informal ofreciendo algunos servicios con los cuales obtienen ingresos que les permiten vivir al día; algo similar ocurre con los trabajadores contratados vía outsourcing, que también dejaron de percibir ingresos pues las empresas dejaron de requerirlos. Para decirlo con pocas palabras: los trabajadores, formales e informales, de la ciudad y el campo, han sido los más castigados por las crisis.
Esto significa que, tanto la crisis económica como el coronavirus golpean con mayor fuerza a la población empobrecida, sobre todo al llegar a países con sistemas de salud deteriorados o demolidos por los gobiernos neoliberales. Ahora, el principal riesgo es que la pandemia supere el umbral de saturación del sistema hospitalario público, lo que conlleva, inevitablemente, para la población más pobre y la más vulnerable, una agravación de su situación social.
La CEPAL ve para México un panorama desolador y advierte que, por la pandemia, al concluir este año la mitad de los mexicanos quedará en la pobreza. Y todos las instituciones públicas o privadas que se consulten señalan una caída del PIB muy profunda, hasta de 8.8 por ciento según el Banco de México).
La realidad se ha ensombrecido y no se puede olvidar que la pobreza puede ser una pandemia tan letal como la del Covid-19. Por eso hay que enfatizar la política de bienestar social para evitar el aumento de la pobreza combatir ambas crisis.
En este entorno, la Secretaría de Hacienda, que ha venido realizando un trabajo espléndido, elaboró el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2021, en un marco económico que considera, para el año que concluyó, una contracción de -8 por ciento del PIB y un crecimiento de 4.6 por ciento en 2021 (con información del Inegi, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico, calcula que la economía del país retrocederá 8.5 en 2020 y crecerá 4 por ciento en 2021); la inflación, al cierre de 2020 —señala Hacienda— se calcula en 3.5 por ciento y disminuirá a 3 por ciento el año próximo; el tipo de cambio, en 2021 se ubicará en 22.3 pesos por dólar en promedio anual. A esos datos, agrega el presidente López Obrador, la siguiente reflexión: “el peor año del último siglo se ha enfrentado sin deuda, con estabilidad financiera, finanzas públicas sanas, sin devaluación, sin aumento de impuestos, sin inflación, sin gasolinazos”. Pero, sobre todo, insiste el presidente: “sin endeudarnos, enfrenta México dos crisis”.
Como puede observarse, en estas cifras básicas, el gobierno de la Cuarta Transformación si bien ve el futuro de la economía con optimismo, no genera falsas expectativas, ni vende espejitos, son cifras ubicadas dentro de lo posible, que parten de lo que se tiene hoy para proyectar con seriedad al futuro. Pero también vale la pena recordar que este comportamiento de la economía nacional dependerá, en buena medida, del comportamiento de la pandemia. De ahí que la vacunación sea un factor clave.
El año que ha iniciado debe ser el del fortalecimiento del Proyecto Alternativo de Nación, que salde la deuda social acumulada por 40 años de rezago, de pobreza y desigualad.