¿Tú qué vas a saber?

Foto: Enrique Taboada

Foto: Enrique Taboada

En la vida cotidiana de los hogares, las escuelas y la comunidad es frecuente escuchar frases como: “cuando crezcas entenderás”, “mejor vete a jugar”, “no te metas, es plática de adultos”, “¿tú qué vas a saber?”, cuando  un niño o niña participa en una conversación con adultos, que son socialmente las personas comprendidas y catalogadas en un rango superior a otras generaciones, por el supuesto y el imaginario colectivo que les atribuye experiencia y sabiduría que no se cuestiona en razón a los años acumulados que les otorga cuotas de poder, traducidas en la libertad de expresar, hacer y participar a nivel social, al mismo tiempo que delegan y someten a las niñas y los niños al silencio, la invisibilidad y la indiferencia. Sin embargo, las niñas y los niños también tienen el derecho a expresarse, hacer, preguntar, así como decir lo que ven, lo que escuchan y lo que sienten. Es importante tomarlos en cuenta ya que también son personas con derechos y obligaciones, y pueden llegar a contribuir en la conformación de comunidades, el establecimiento de relaciones sociales y la búsqueda de saberes y respuestas a favor del bienestar de una sociedad en general.

Los ejercicios de poder que albergan las relaciones intergeneracionales de los adultos con las niñas y los niños, así como con los jóvenes, y que tiene origen en un sistema patriarcal, reproducen imaginarios y subjetividades que se nombran como adultocentrismo. En consecuencia, las sociedades modernas son sociedades adultocentristas, es decir, sociedades donde el poder que el adulto ejerce en su relación con un niño o una niña, es tejida desde su imposición como  figura o referencia social y cultural de lo que debe ser, lo que debe hacer y lograr. Esta supuesta autoridad del adulto ante las niñas, los niños y los jóvenes se fortalece y a la vez se consolida, con otras estructuras sociales que se definen por la clase, el género y la raza, entre otros modos de dominación social.

El adultocentrismo como un sistema de dominio y opresión se sostiene a través de una ideología que se define como adultismo. La sustentación ideológica de las relaciones de poder entre adultos y las niñas y niños está referida a la disminución de los conocimientos, saberes, acciones, afectos y subjetividades de la niñez. Parte de considerar que la conducta, intereses y estatus ideológico de los/las niñas son menos valiosos, importantes y significativos que de los adultos (Abaunza, 2021).

De otro modo, el adultocentrismo toma en cuenta las perspectivas y las opiniones de los adultos por encima de la de las y los niños, lo que dificulta las relaciones sociales en los diferentes ámbitos y contextos, de manera que es de gran frecuencia que los mismos padres no escuchen las opiniones de sus hijos y no los tomen en cuenta interponiendo la opinión de un adulto por encima de las y los niños. De este modo, la participación de la niñez se ve obstaculizada cuando está acompañada por una persona adulta que reproduce la ideología adultista, y en tanto cree ser el intérprete de las emociones y necesidades del niño.

El adultismo es comprendido a nivel institucional, interpersonal e intrapersonal. El primero se desarrolla y se describe en la falta de cuotas de poder y de representación política en las niñas y los niños, por la desestimación de sus capacidades, al considerarles sujetos no productivos, que no tienen los mismos derechos, ni la misma protección que las personas adultas, legitimando la imposición e implementación de reglas, normas y funciones de control de sus vidas.

A nivel interpersonal se expresa en la falta de tomar en cuenta sus decisiones, opiniones, intereses y necesidades, así como en situaciones que son más complejas como por ejemplo el abuso sexual, el castigo físico y psicológico, en forzarles a hacer cosas, y en que siempre deben de someterse a las opiniones y decisiones de los adultos.  Las y los niños asimilan esta ideología a partir de que no encuentran otras opciones que resguarden tanto su integridad física y moral y en que sus opiniones sean escuchadas, y sobre todo, por la dependencia material cognitiva y afectiva a los que son sujetos.

Es así que se coloca a la niñez como un “proyecto del adulto” quien es el encargado de formarlo y prepararlo para la etapa adulta, por lo que se ubica en el futuro, y no en el presente. Su valor social como estudiantes de la vida adulta y futuros sujetos de derechos se adquiere, en medida su adecuada inserción al sistema adultocentrista, a través de la “madurez socioemocional”, desarrollo de capacidades para el trabajo y la inclusión laboral, como modelos de oportunidad para la igualdad de condiciones y posibilidades que ofrece la adultez plena y que se le niega a las infancias.

En tanto, es sumamente importante que como sociedades identifiquemos estrategias y redes de participación de la niñez en la vida social, para de esta forma visibilizar la participación coprotagónica de las y los niños y así poder reducir las prácticas y violencias que toda sociedad adultocéntrica reproduce en su promoción y acompañamiento de las infancias. Es decir, darle el valor y sobre todo la palabra a las niñas y los niños para que sean ellos mismos quienes den a conocer sus necesidades, intereses e ideas, y así se reconozcan y garanticen sus derechos a los que son sujetos desde la declaración de los Derechos del Niño [y la Niña] en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde 1959.

Es evidente que esta tarea de coconstruir juntos sociedades antiadultocéntricas es posible, toda vez que empata con la preocupación, los sueños y anhelos que padres o tutores describen en la búsqueda de lo mejor para las y los niños. Por lo tanto, es de gran importancia que estos mismos se sientan escuchados por los adultos y que sus opiniones tengan peso en las decisiones que se tomen sobre ellos. Es decir, que sus opiniones sean tomadas en cuenta y de esta forma aprenden a dialogar y a expresar sus ideas, necesidades y opiniones sin que esto entre en conflicto. Por ende, como sociedad, debemos aprender y reproducir la idea que la vida adulta no es el único modelo que asegura que los niños desarrollen sus capacidades, habilidades, actitudes y valores. Porque las niñas y los niños tienen necesidades que deben ser entendidas desde su persona, de igual forma, tienen opiniones que pueden ser válidas y que de ser escuchadas, permiten relacionarnos de manera adecuada con ellos y tomar en cuenta sus emociones y sentimientos. De esta forma, es más probable que un niño o niña desarrolle su inteligencia emocional en su presente, así como en un futuro tenga la capacidad de manejar mejor su estabilidad emocional, así como sobrellevar o resolver situaciones tensas y conflictivas a nivel social. Por ejemplo, es importante entender que los niños necesitan límites, pero estos deben ser impuestos sin violencia y de una forma adecuada para la edad a través de una comunicación asertiva y respetuosa.

Una manera de identificar el modo en cómo los adultos ejercemos el adultismo es necesario evaluar nuestro comportamiento con la población de menor edad e identificar las actitudes que discriminan y menosprecian el valor, la identidad y el potencial de las y los niños, conductas que no todas las personas están conscientes.

A continuación, se describen algunas:

⮚         Criticarlos porque lloran, porque se equivocan o demandan atención.

⮚         Descalificar sus emociones y sentimientos.

⮚         No escuchar cuando hablan o pensar que aquello que expresan u opinan son tonterías porque son pequeños.

⮚         Asumir que solo por ser niños no entienden nada.

⮚         Minimizar o despreciar las ideas o propuestas de los niños.

⮚         Desechar sus sueños o proyectos, no tomar en serio sus metas.

⮚         Considerar que todo niño y adolescente está condicionado a cumplir lo que le dice un adulto.

Es conveniente que los adultos promovamos la participación activa de las y los niños para que puedan dar sus opiniones sobre cualquier tema a fin de hacerlos sentir seguros, pero sobre todo en un ambiente confiable para que expresen y comuniquen sus pensamientos, ideas y esto nunca se tome como un desafío de autoridad. Y así lograr hacerlos partícipes en las decisiones que se toman en su vida cotidiana. Permitiendo que opinen, que dialoguen, que reflexionen y comenten siempre y cuando se respete sus ideas, sus opiniones y metas personales.

Reflexionemos que la educación de un niño o niña no se trata de criarlos a través del control o sometimiento a la imagen de sus padres, tutores o adultos cercanos. Si no se trata de cuidar de su vida a partir de promover, acompañar y brindar las herramientas necesarias para la atención de sus necesidades y el desarrollo de sus capacidades que le permitan, a estas personas, desarrollarse plenamente y así conquistar sus sueños.

 

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Referencia:

 

Abaunza, H. (2021, Julio). El adultocentrismo. Recuperado en:

https://www.academia.edu/50365632/El_Adultocentrismo_Abaunza_2021