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Las apariencias engañan. El caso del llamado greenwashing

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En la actualidad hay jóvenes en todo el mundo movilizándose para combatir el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación atmosférica, y muchos etcéteras que ellos saben o intuyen que se relacionan con las exasperantes desigualdades y al fingimiento de cambios para que todo siga igual (o peor).

Es justo decir que a muchos nos sorprendieron con sus movilizaciones llamadas Juventud por el Clima (o Friday for Future), encabezados por la adolescente sueca Greta Thunberg. También es justo reconocer que igualmente nos sorprendieron por su pronta, eficaz y multitudinaria movilización durante el sismo en el centro de México en 2017.

La sorpresa en parte se produjo por la percepción de los adultos de que los jóvenes no se involucraban con los problemas sociales y ambientales, y que estaban instalados en un individualismo propiciado en buena medida por el deshumanizante proceso económico que lo estimula.

Así, las apariencias engañan.

También es cierto que si las apariencias engañan, éstas son el fundamento de la publicidad consumista, en donde vender es lo que importa, por lo que se exageran las posibles bondades de cualquier producto vendible.

Las empresas publicitarias han constatado la exasperación de los jóvenes —y de los que ya no lo somos tanto— ante los grandes problemas ambientales, por lo que muchas simulan en su publicidad que su producto ahora es “verde” o “sustentable”, proceso al que se le ha denominado greenwashing (“lavarse de verde”).

Se convierte entonces en necesidad del mercado asumir esa apariencia, por lo que etiquetan sus productos como “100 por ciento naturales” o “respetuosos con el  medio ambiente”. Otras tantas frases usadas y no comprobadas son que se utilizan menores cantidades de combustibles fósiles, diciendo que el proceso de producción es más eficiente, o bien se argumenta que se ha certificado su producción amigable con el ambiente, en cuanto a su consumo de agua y su grado de contaminación. Otra forma de captar la atención es mostrar personajes con prestigio público que lo recomiendan, o bien que la mayoría de la población con la que nos identificamos lo prefiere (“más del 90 por ciento de las amas de casa lo prefiere”, por ejemplo). En fin, nada que se pueda comprobar ni avalar con estudios o datos duros.

Cabría preguntarse si las grandes cantidades de dinero invertidas a nivel global en esa simulación no podrían invertirse mejor en actividades de mejora ambiental.

Para enfrentar ese gran reto de caer en la compra de lo que simula ser “verde”, sólo se puede anteponer información rigurosa. Eso, por supuesto, lo aportan las ciencias, con su gran brazo ejecutor que son los maestros y maestras de ciencias naturales y ciencias sociales, incluyendo en ese grupo a los profesionales de filosofía. Con ellos podemos construir una visión crítica de la sociedad, y analizar los valores y culturas predominantes. Otro conjunto de profesionistas que debemos resaltar es el de los divulgadores de las ciencias, especialistas en comunicación entre las instituciones científicas y los que se hacen preguntas, inquietos por conocer y por cambiar sus valores y nociones de bienestar. También existen organizaciones de la sociedad civil que le dan seguimiento al tema (por ejemplo, “El Poder del Consumidor” (https://elpoderdelconsumidor.org/quienessomos/)).

Debemos entonces preguntarnos sobre las materias primas y la cantidad de energía empleados en la elaboración de esas mercancías, y si esa elaboración fue socialmente responsable, esto es, si quienes lo elaboraron recibieron un trato y un pago justo por su trabajo.

También es importante preguntarse sobre el origen de sus empaques, la disposición final de los residuos del producto y de esos empaques, y, muy importante, si realmente es un producto necesario y útil, o si hemos caído en su consumo por publicidad.

Hay que señalar que muchos de los productos verdaderamente “verdes” tienen un alto costo para la mayoría de la población, sobre todo la de bajos ingresos. Eso es un grave problema para el cambio de hábitos de consumo. Esperemos que en la medida que se extienda la conciencia de los consumidores, y de acciones de apoyo por parte gobiernos locales y regionales, esa tendencia pueda revertirse.

Ahora no es mal momento de recodar las llamadas 3 R de la conservación que nos enseñaron en la escuela y relacionarlo con nuestro consumo. Lo que compramos, ¿puede reducirse, reusarse y/o eventualmente reciclarse? Existen iniciativas para organizar a los consumidores, y en el caso de países que cuenten con pueblos originarios o productores organizados, podemos preguntarnos si lo que consumimos puede provenir del trabajo comunitario de quienes buscan establecer una relación menos depredadora con la naturaleza.

Si bien el papel de la ciencia hasta aquí descrito es muy importante, también debe quedar claro que hay científicos involucrados en la fabricación de los productos comerciales mencionados, así como en la fractura hidráulica (fracking) para extraer hidrocarburos del subsuelo, y en la producción de alimentos transgénicos. Son ciencias que aplican métodos precisos, desde las que se llaman básicas hasta ciencias sociales para el manejo de opinión pública.

Es necesario entonces enmarcar a la actividad científica en su contexto social y económico. Considerando lo anterior, en el combate al cambio climático ha surgido el concepto de “justicia climática”. Básicamente, esta visión sostiene que el cambio climático no es únicamente un proceso de la física o química atmosférica (porque estamos cambiando su composición), sino que este proceso debe verse como un asunto político y ético. Esta posición ha sido asumida por diversas organizaciones de científicos, sociedad civil, jóvenes, pueblos originarios y mujeres impulsan ese concepto de justicia climática como alternativa para enfrentar este problema.

Para abundar en esa discusión, se puede consultar el estudio realizado por la organización CLARA1 (Climate Land Ambition and Rights Alliance). Este informe plantea incrementar el papel del sector del uso de la tierra en acciones climáticas ambiciosas, que salvaguarden los derechos sobre la tierra, la biodiversidad y la soberanía alimentaria.

En síntesis, la crisis climática que se está viviendo y que se agudizará en el futuro, no podrá ser enfrentada sin una concepción integral de los cambios profundos que se requieren a nivel económico y social, pero sobre todo cambios en las visiones del mundo centradas en lo individual sobre lo colectivo, que ahondan las desigualdades e inequidades. Como bien se decía en las marchas de los jóvenes, no hay planeta B. Otro mundo es posible, pero hay que organizarse, luchar por él y no dejarse llevar por las apariencias.

* [email protected]

 

 

1   https://www.iatp.org/documents/missing-pathways-15degc

 

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