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La ciudad de la alegría

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Tuve en mis manos el libro La ciudad de la alegría, escrito por Dominique Lapierre (1931), alrededor del año 2013 y he de expresar que constituyó una verdadera reminiscencia de mis experiencias vividas en el medio rural y urbano, a lo largo de mi existencia. Han quedado marcadas en mi memoria las imágenes de invitaciones a los pueblos para convivir con gente de condición muy humilde y contrariamente generosa, contrastando con la apabullante penuria, en verdaderos agasajos que no podré olvidar (independientemente de que sucedieron durante mi infancia) y la sacudida emocional que, como un golpe en el pecho, se experimenta cuando en una cruel migración, veo a familias que deben de adaptarse a un medio urbano caótico, enmarañado, confuso e incierto, donde la característica primordial que va marcando el perfil cotidiano del desenvolvimiento social es la pobreza.

Dominique Lapierre hace una descripción que contrasta, la tragedia constante que genera, por un lado, la cosecha malograda por la sequía que deshidrata absolutamente todo o el exceso de lluvia que pudre los cultivos; y visualiza cómo en actos verdaderamente heroicos, se sobrevive a pesar de todo, en migraciones forzadas que no son motivadas solamente por la iniciativa de mejorar una condición de vida sino que se impulsan por la necesidad de sobrevivir, en una serie de presiones vitales que lejos de ser pesimistas, entremezclan anhelos, sueños, solidaridad y voluntades que van uniendo a grandes grupos sociales que se sobreponen constantemente a la adversidad. La palabra marginación adquiere connotaciones que escapan de la comprensión.

Los resúmenes reducen en términos abreviados y concisos, lo que se considera esencial y sustancial de un asunto que puede tener cualquier tipo de contenido. Resumir la Ciudad de la alegría es una experiencia verdaderamente alucinante e imposible. Una amalgama de personajes heroicos y amorosos que van tejiendo un reflejo de realidades que parecen invenciones, se combinan con individuos que, en una perversidad incalificable, mantienen un contraste similar a lo que sucede cuando uno se alimenta con un banquete de explosiones gustativas y el resultado final que se expulsa, después de pasar armoniosamente, por el alambique de nuestros intestinos.

Pero el valor de esta obra maestra de la literatura, desde mi punto de vista, se centra en la brutal uniformidad generada en los cinturones de miseria que existen en todas las ciudades del mundo. Más allá de leer el libro, tener una experiencia directa de lo que implica el proceso de supervivencia del ser humano en condiciones particularmente crudas y adversas, puede adquirirse en una visita a lugares mucho más cercanos que la India y el barrio Anand Nagar, que es donde Dominique Lapierre se centró para poder escribir esta novela, donde personajes de la vida real parecen actores de leyenda.

En México, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) revela cifras sorprendentes. Una visita a su sitio de internet muestra información referente a la pobreza laboral al segundo trimestre del año 2021, entendiendo como pobreza laboral, al porcentaje de la población con un ingreso, resultado del trabajo, que es inferior al valor de la canasta básica alimentaria y que es de 38.5 por ciento del total poblacional, con 118.78 pesos mexicanos por día.

El ingreso laboral mensual de los hombres ocupados en el segundo trimestre fue 4 mil 755.36 pesos y el de las mujeres, 3 mil 803.92 pesos. La brecha de los ingresos laborales entre hombres y mujeres en el segundo trimestre fue de 951.44 pesos y, por otra parte, el ingreso laboral real de los ocupados residentes en municipios no indígenas fue de 4 mil 585.36 pesos, que es aproximadamente el doble del ingreso laboral real de los ocupados en municipios indígenas, con 2 mil 256.05 pesos, generando que la brecha del ingreso entre ocupados residentes en municipios no indígenas y ocupados en municipios indígenas sea de 2 mil 329.31 pesos; cifras que reflejan que definitivamente no son suficientes para poder aspirar a un nivel de vida mínimamente satisfactorio, tanto en medio rural como urbano.

Pero estos números reflejan oficialmente cifras registradas de ingresos en la economía formal, sin tomar en cuenta a aquellas personas que se desenvuelven en economías irregulares, donde se dan casos de explotación ofensivos e inhumanos, abarcando trabajos que implican el infantil y los grados más denigrantes de abuso, en el plano sexual y como partícipes en distintos niveles de robo, narcotráfico y contrabando.

Siendo un individuo típicamente urbano, después de haber vivido en ciudades de una dureza implacable como la Ciudad de México y Guadalajara, por cuestiones de formación académica o asuntos específicamente laborales, puedo decir que las urbes de gran tamaño ofrecen indudablemente grandes ofertas en los planes culturales, de entretenimiento, de acceso a grandes centros con opciones de formación académica, profesional y servicios tan variados como la imaginación lo permita; pero cuando comparo sus desventajas con respecto a las posibilidades que brinda el medio rural, me desencanta el ruido, la contaminación, el elevado costo de la vida, las dificultades en el desplazamiento, el tráfico y la inseguridad; lo que me hace concluir que el precio por tener acceso a ciertos “privilegios” de las ciudades, es demasiado costoso, como para decidir en una forma definitiva, el vivir urbanamente.

Las ciudades constituyen las más truculentas trampas en las que caemos los seres humanos. La más atractiva serpiente cuya seductora voluptuosidad cautiva para condicionar una peligrosa mordedura.

Esto va condicionando movimientos sociales inversos que van retomando la ruralidad como una opción de vida con una mejor calidad, bajo visiones distintas a las citadinas. Por supuesto, a medida que pase el tiempo, el campo ganará espacios para albergar a personas que quieran vivir mejor. El acceso a las nuevas tecnologías como internet y aparatos compactos brindarán alternativas interesantes de modus vivendi que a cualquiera se le antojarían, con solamente imaginarlas.

Por lo pronto y pese a mis anhelos más profundos, tendré que seguir siendo cobijado por la ciudad de Puebla, en cuyo seno me siento sumergido, en estado similar al descrito en la Ciudad de la alegría, por Dominique Lapierre.

 

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