El río Bravo forma parte del límite fronterizo con Estados Unidos desde 1848, año en que México firmó el tratado de Guadalupe-Hidalgo para dar por finiquitada la intervención y guerra de Estados Unidos contra nuestro país para anexarse los que hoy son las entidades de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, Colorado, Texas y el sur de Wyoming, más de la mitad del territorio que esos tiempos nos pertenecía. Nuestro río, que es el más grande de México, también lo perdimos con el tratado y pasó a ser la frontera oficial de México con Texas. Desde Ciudad Juárez hasta Reynosa es nuestra frontera norte y desde este lado, es el límite de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; desde aquel lado, de los usurpados estados de Nuevo México y Texas. Al oeste del río Bravo, el mortal desierto de Arizona.
Es tanta la sangre derramada por intentar cruzarlo, que el también conocido como río Grande se ha teñido de rojo: 57 por ciento de las muertes de migrantes y desaparecidos en nuestro continente entre 2014 y septiembre de 2023 han sucedido en la línea fronteriza común con Estados Unidos, la mayor parte de ellas en el río Bravo (ONU. Organización Internacional de las Migraciones. Proyecto de Migrantes Desaparecidos); la quinta parte de esas muertes y desapariciones se ubicaron en territorio mexicano, el 80 por ciento en el de Estados Unidos. Arizona (Tucson y Yuma) y Texas (Broox, Webb y Maverick) registraron el 91 por ciento de las muertes en territorio norteamericano; Coahuila (Piedras Negras, Acuña) y Tamaulipas (Nuevo Laredo y Reynosa) concentraron el 78 por ciento de las muertes en el borde de este lado. Ahogamiento, condiciones ambientales extremas y accidentes de vehículos son las principales causas de las muertes a ambos lados del río. Mexicanos, guatemaltecos, hondureños y salvadoreños son las nacionalidades conocidas de la mayoría de los occisos y desaparecidos.
Con la globalización el territorio nacional se convirtió en la antesala del sueño americano, nos volvimos tránsito obligado multinacional, además de albergue de los migrantes expulsados o no aceptados por Estados Unidos, también en la tumba de muchos soñadores: 13 por ciento del total de migrantes muertos y desaparecidos en el continente americano entre 2014 y 2023 (septiembre) sucedieron en México (excluida la línea fronteriza con Estados Unidos). Chiapas y Tabasco, entidades de entrada de los flujos migratorios internacionales, fueron el camposanto del 32 por ciento de las muertes y desapariciones de migrantes en los años señalados; Oaxaca, Puebla y Tlaxcala, tránsito de las diversas rutas migratorias, concentraron 15 por ciento de la totalidad de migrantes muertos y desaparecidos; los estados de la frontera norte, excluido el borde, (Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas), el 10 por ciento y el restante 43 por ciento se distribuye en las llamadas fronteras verticales: la del Pacífico (Sinaloa, Nayarit y Jalisco); la del Golfo (Veracruz) y la del centro (Zacatecas, San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo y Ciudad de México). Accidentes de vehículos y ahogamiento fueron las causas principales de los decesos y de las nacionales conocidas, la mitad correspondió a guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.
Los migrantes merecen por lo menos un trato humano y digno en su largo andar, no son simple mercaderes de fuerza de trabajo, asexuados o sin relaciones familiares. Garantizarles la libertad de tránsito es un buen principio, garantizarles visas de trabajo y derecho de residencia debería estar regulado, si concursan o no por la ciudadanía del país anfitrión es opcional, no lo es garantizarle el goce pleno de sus derechos humanos, Estados Unidos tiene una deuda pendiente con la humanidad al respecto.