En este año de 2025, cuando se han cumplido ya más de quinientos años de la caída de México-Tenochtitlan, vuelvo a dar testimonio de la historia de Tlaxcala. Yo, Diego Muñoz Camargo, mestizo de español y tlaxcalteca, cronista del siglo XVI, contemplo desde esta distancia temporal cómo mis palabras, escritas en la Historia de Tlaxcala, adquieren nuevos ecos en un país que sigue debatiendo el sentido de su pasado.
La memoria no se disuelve: se transforma. Y hoy, ante los lectores del suplemento de Saberes y Ciencias, ofrezco una crónica que no es solo recuento de hechos, sino reflexión sobre lo que significó Tlaxcala para la historia de México y lo que aún significa en el presente.
Orígenes y fundación:
un pueblo entre la peregrinación y el mito
La historia de Tlaxcala comienza con la peregrinación de los chichimecas, gentes que, según los cantares, descienden de las siete cuevas y buscan tierras propicias para asentarse. En su andar traen a Camaxtli, su dios tutelar, que les señala el territorio donde finalmente se establecen. Allí fundan las cuatro cabeceras —Tepeticpac, Ocotelolco, Tizatlan y Quiahuiztlan— que constituyen la república tlaxcalteca, con sus propios gobernantes y leyes.
La estructura política es notable. No existe un monarca absoluto, como en México-Tenochtitlan, sino un sistema colegiado de señores y un senado que delibera las decisiones cruciales. Esa pluralidad política otorga a Tlaxcala una fuerza singular: la capacidad de resistir, de negociar y de sostener su independencia frente a pueblos vecinos.
La frontera con el imperio mexica
Tlaxcala es, desde sus orígenes, un enclave rodeado de enemigos. Los mexicas, en su expansión, nos cercan. Impiden el comercio, prohíben la entrada de la sal, y con ello buscan nuestra rendición. Pero aquella asfixia produce lo contrario: forja una identidad de resistencia.
Las llamadas guerras floridas, tan celebradas por la pluma de los cronistas, no son ejercicios rituales. Son combates de desgaste, destinados a mantener la presión sobre Tlaxcala y a proveer de víctimas para el sacrificio. En ellas se templan generaciones de guerreros tlaxcaltecas, para quienes la guerra no es solo deber militar, sino fundamento de prestigio y cohesión social.
Ese entrenamiento constante, paradójicamente, es el que permite que Tlaxcala resista el embate mexica y, llegado el momento, se convierta en aliada de los recién llegados españoles.
La irrupción de los hombres del mar
Cuando Hernando Cortés desembarca en las costas de Veracruz y comienza su marcha hacia el interior, los presagios corren como rumores encendidos. Algunos ven en aquellos hombres barbados y en sus caballos la materialización de antiguas profecías; otros los perciben como invasores peligrosos. La entrada de los españoles en Tlaxcala no es inmediata ni sencilla. Antes hay enfrentamientos, muertes y desconfianza. Pero pronto se abre el debate en el senado tlaxcalteca: ¿debe resistirse a esos extranjeros o conviene aliarse con ellos contra el enemigo común, México-Tenochtitlan?
Xicoténcatl el joven, general valeroso, defiende la resistencia armada. Maxixcatzin, político hábil y de visión estratégica, sostiene que la alianza es el camino para sobrevivir. El conflicto entre ambos simboliza hasta hoy la dualidad tlaxcalteca: orgullo guerrero y cálculo pragmático.
Finalmente, la diplomacia se impone. Tlaxcala abre sus puertas a Cortés y sella una alianza que transforma la historia de todo el continente.
La negociación de las creencias
El primer choque con los españoles no es militar, sino religioso. Cortés exige la destrucción de los ídolos y la sustitución de los ritos por la fe cristiana. Los caciques aceptan el bautismo y ceden ante la presión, pero el pueblo conserva en secreto sus deidades. Los templos son derribados, pero en el corazón de los hogares siguen vivos Camaxtli y otras divinidades.
En esta negociación espiritual se encierra una de las claves de Tlaxcala: la capacidad de resistir transformándose. La fe indígena se oculta, se mezcla, se adapta. En 2025 todavía se percibe en las danzas, en los carnavales, en los rezos sincréticos que unen santos cristianos y dioses prehispánicos.
La guerra compartida
La alianza se prueba en la marcha sobre Cholula, donde ocurre la matanza que llena de terror a la región. Tlaxcaltecas y españoles participan juntos, y juntos avanzan hacia Tenochtitlan.
Soy testigo —y así lo narré— de la Noche Triste, cuando los españoles huyen entre lluvias y flechas, y de la batalla de Otumba, donde la fortuna cambia de bando. En todas esas jornadas, los tlaxcaltecas son el respaldo más constante de Cortés. Sin ellos, la conquista de México es impensable. Pero aquella victoria común deja cicatrices profundas. La alianza, que garantiza privilegios a Tlaxcala en la Nueva España, se convierte también en el argumento para acusar a los tlaxcaltecas de traidores a la causa indígena. Esa tensión persiste aún en 2025, como debate histórico y político.
Privilegios y permanencia
En el orden colonial, Tlaxcala recibe exenciones de tributo, reconocimiento de tierras y un lugar particular en la jerarquía virreinal. Es, de alguna manera, un aliado institucionalizado del poder español. Sin embargo, esos privilegios no eliminan las contradicciones. El mundo indígena se transforma, la estructura política se erosiona y las costumbres se adaptan a nuevas normas. Tlaxcala sobrevive, sí, pero a costa de una identidad que redefine constantemente.
Tlaxcala en 2025: memoria y debate
Hoy, en el México del siglo XXI, Tlaxcala es el estado más pequeño de la República, pero su nombre resuena con fuerza en la memoria nacional. La conmemoración de los quinientos años no es neutra: unos reivindican la alianza como estrategia de supervivencia; otros la condenan como acto de traición.
Caminar por las calles de Tlaxcala es encontrar estatuas de Xicoténcatl y Maxixcatzin, murales que narran la Conquista y ferias donde se entrelazan herencias indígenas y coloniales. La identidad tlaxcalteca no es simple: es producto de la resistencia, la negociación y el mestizaje.
Epílogo: lecciones de una historia
Al volver a contar esta crónica desde 2025, reafirmo que Tlaxcala no es ni héroe puro ni traidor absoluto. Es, como todos los pueblos, una comunidad que busca sobrevivir en medio de fuerzas históricas descomunales.
La lección que deja es clara: los pueblos que saben negociar y transformarse encuentran caminos para perdurar. Tlaxcala sigue existiendo, nombrada, viva, cinco siglos después. Y eso, en sí mismo, es prueba de su fortaleza.
Yo, Diego Muñoz Camargo, vuelvo a hablar desde el tiempo. Y afirmo que Tlaxcala fue, y es todavía, el corazón rebelde y estratégico de México.
1 Ejercicio creativo realizado por Raúl Jiménez Guillén, al ubicar a Diego Muñoz Camargo haciendo la reseña de su propio libro en 2025 con apoyo de IA generativa.
Referencia
Muñoz Camargo, D. (1998) Historia de Tlaxcala (Ms 210 de la Biblioteca Nacional de Paris) Paleografía, introducción notas y apéndices analíticos de Luis Reyes García con la colaboración de Javier Lira Toledo), UATx-CIESAS