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Luz que da vida y que daña

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Pareciera que desde hace relativamente pocos años hemos generado una especie de amor con odio hacia el Sol y su luz. Si hablamos de las características que debía exhibir una piel bella antiguamente, podremos descubrir con asombro que el ideal era la palidez (hay que recordar sin lugar a dudas, el cuento de Blancanieves de los hermanos Grimm). De hecho, una piel bronceada se relacionaba con el trabajo rudo del campo y por lo mismo, una proletaria y menospreciada clase social. Sin embargo, alrededor de los años 60 esta perspectiva cambió radicalmente pues para la mayoría, una piel de tonalidad más oscura se vinculó con una buena salud y bienestar.

Fue entonces cuando se puso de moda exponerse al Sol, la mayoría de las veces en una forma excesiva, con el consecuente incremento en el riesgo de desarrollar cáncer de piel y la desconcertante conducta de hacer caso omiso a las recomendaciones de limitar el contacto abusivo con los rayos ultravioleta. Desde entonces, el incremento en la frecuencia de daño por la luz, conocida médicamente como “fotodaño”, “fotoenvejecimiento” o más correctamente Dermatoheliosis, ha aumentado más allá de lo imaginable. Solamente hay que observar alrededor y podremos percibir una gran cantidad de personas con la piel arrugada, sin firmeza, con pliegues acentuados, nódulos perceptibles, llena de manchas y con distintos matices. Una vez que se dan estas características, nos adentramos en un problema muy difícil de resolver, pues ya generado el daño cutáneo, no es posible revertirlo pese a la gran cantidad de desinformación o la ingrata postura mercantil de ofrecer medicamentos milagrosos que prometen restaurar la piel como cuando se era niño, en un momento en el que esto ya no es posible.

Pero lo opuesto, es decir, limitar totalmente el contacto con el Sol representa también una conducta equivocada.

Sinceramente pienso que la luz nos beneficia más de lo que nos perjudica. Cuando los rayos ultravioleta inciden directamente en la piel, se forma vitamina D, cumpliendo con los requerimientos mínimos para que el calcio (componente fundamental de los huesos) se fije en nuestro organismo. De otra manera, las fuentes de esta vitamina en su forma natural son escasas y pueden derivar en una enfermedad llamada Raquitismo, caracterizada por debilidad y hasta reblandecimiento de los huesos.

Pero los aspectos metabólicos no se circunscriben solamente a la producción de esta vitamina y su correspondiente papel en el aprovechamiento del calcio. Algunos estudios han demostrado disminución de colesterol en los veranos y un mejor desempeño muscular en adultos con índices mayores de vitamina D. No se ha podido concluir cómo puede esto mejorar los niveles de grasas en la sangre; y aunque hay quienes defienden la postura de que existen mecanismos aun no descritos, tal vez esto obedezca al hecho de que una persona con mayor masa muscular hace ejercicio cotidianamente, lo que implica más sol y menor riesgo de padecer dislipidemias (aumento de colesterol y triglicéridos en la sangre).

En el área dermatológica, se utiliza una terapéutica denominada fototerapia, en la que se recomiendan exposiciones solares cotidianas durante cortos periodos, para buscar un beneficio en el tratamiento de enfermedades.

Más aun, exponerse a la luz del Sol e incrementar nuestra temperatura provoca dilataciones de los vasos sanguíneos que puede reflejarse en una gran cantidad de respuestas orgánicas benéficas que abarcan mecanismos biológicos tan variados que pueden ser contemplados por prácticamente todas las esferas médicas.

También ahora ya se sabe que la luz estimula la formación de hormonas como la melatonina, reguladora del sueño y la serotonina, vinculada con estados emocionales. Individuos con bajos niveles de esta última, están predispuestos a padecer depresión mayor. Además se considera la hormona del bienestar, pues tiene un impacto demostrado en la conducta sexual.

Pero cuando se busca el baño solar en una forma cotidiana, es recomendable no buscar el “bronceado” pues este ya es indicador de daño en la piel, a menos que se haga en una forma muy paulatina. Con cinco a 10 minutos diarios es suficiente.

Jamás hay que esperar a que la piel se ponga roja para dejar de asolear. Una vez que sucede esto, ya no podremos eliminar el efecto de radiaciones que se recibieron.

No es por demás recomendar el uso continuo de filtros o bloqueadores solares, inclusive cuando está nublado pues los rayos ultravioleta del Sol tienen la capacidad de penetrar las nubes y provocar quemaduras en una forma inconsciente. Las cualidades del protector solar deben ajustarse a cada piel dependiendo de la sensibilidad; característica que se denomina fototipo. Si alguien se quema fácilmente y rara vez se broncea, tiene un fototipo I y debe utilizar protectores superiores a 50. Si una persona, además de quemarse se broncea ligeramente (fototipo II), debe utilizar un protector de entre 20 y 50. Un fototipo III se refiere a quien se quema moderadamente con un bronceado progresivo, ante lo cual es necesario utilizar un protector con un factor de protección entre 10 y 20. Aquella persona que se quema ligeramente y que se broncea fácilmente es de un fototipo IV requiriendo protectores de entre 4 y 10, para finalizar con aquellas pieles que rara vez se queman y que se broncean intensamente (fototipo V) necesitando protectores de 2 a 4.

Tanto las plantas como los animales necesitamos luz con calor para crecer y desarrollarnos. En el mundo, literalmente toda la energía proviene del Sol, de modo que sin luz, la vida prácticamente no existiría. El viento, la lluvia, las condiciones climáticas y toda la compleja maquinaria que nos mueve, inicia en ese astro que ilumina nuestros días.

Por eso, prácticamente en todas las culturas ha sido considerado una deidad. Formado hace aproximadamente 4 mil 650 millones de años y con una probabilidad de seguir ardiendo durante otros 5 mil millones de años más, tendrá que convertirse en una “gigante roja” para después someterse a las fuerzas de su propia masa, convirtiéndose en una estrella enana blanca que se enfriará en un trillón de años aproximadamente. Desde su nacimiento hasta su extinción, representa en efecto un astro que condensa la vida y la extinción, lo que, trasladado a nuestro cotidiano vaivén de experiencias, nos marca con puntualidad absoluta, la frontera entre la salud y la enfermedad.

 

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