Contaminantes ambientales

Angélica se levanta temprano en la mañana, se baña, desayuna unos huevos y se va al trabajo. Cada mañana como una rutina, durante los cinco días laborales de la semana, pero de hecho sin darse cuenta, se expone cada día a un ataque sin cuartel de productos químicos: a la gran variedad de ingredientes utilizados para aromatizar el jabón y mejorar el rendimiento de su champú y crema hidratante, plastificantes de su taza de café, materiales antiadherentes para evitar que los huevos se peguen al sartén, a los gases tóxicos en el transporte público.

La  mayoría de estas exposiciones son tan bajas que podrían ser consideradas como insignificantes, pero no son triviales en absoluto, sobre todo considerando que Angélica se encuentra embarazada de seis semanas.

En el quehacer de nuestra vida cotidiana podemos considerar los efectos de estos niveles, sumamente bajos, de algunos contaminantes ambientales, dado que pueden llegar a ser perjudiciales sobre nuestros cuerpos, sobre todo en los humanos que se encuentran en sus primeros días de gestación y desarrollo, especialmente vulnerables a tales ataques.

Algunas de las sustancias químicas que se  encuentran a nuestro alrededor tienen la capacidad de interferir con nuestros sistemas endocrinos, que son los que regulan las hormonas que controlan nuestro peso, nuestros biorritmos y nuestra reproducción.

Un interruptor endocrino (también llamado disruptor endocrino o disruptor hormonal; en inglés son llamados endocrine disruptor o EDC (Endocrine Disrupting Chemicals), es una sustancia química, ajena al  cuerpo humano o a la especie animal a la que afecta, capaz de alterar el equilibrio hormonal de los organismos de  una especie, es decir, de generar la interrupción de algunos procesos fisiológicos controlados por hormonas, o de  generar una respuesta de mayor o menor intensidad que lo habitual.

Las hormonas sintéticas se utilizan clínicamente para prevenir el embarazo, controlar los niveles de insulina en los diabéticos, compensar la deficiencia de la glándula tiroides y aliviar los síntomas menopáusicos. Usted no pensaría en tomar  estos medicamentos sin prescripción médica y mucho menos querer hacer algo similar todos los días.

Un número creciente de médicos y científicos están convencidos de que estas exposiciones a sustancias químicas en la vida cotidiana contribuyen a la obesidad, la endometriosis (cólicos o períodos menstruales muy dolorosos, períodos con  sangrado fuerte, dolor crónico de la pelvis, que incluye dolor de la espalda inferior y dolor pélvico, dolor intestinal,  dolor durante o después de tener relaciones sexuales, infertilidad), diabetes, autismo, alergias, cáncer y otras  enfermedades.

Estudios de laboratorio, principalmente en ratones, pero a veces en sujetos humanos, han demostrado que niveles bajos de químicos de alteración endocrina pueden inducir cambios sutiles en el feto y que tienen efectos profundos en la salud en la edad adulta e incluso en las generaciones posteriores.

Los  productos químicos en el cuerpo de una madre que espera, durante el curso de un día típico, pueden afectar a sus  hijos y sus nietos.

Esto no es sólo un experimento de laboratorio: lo hemos vivido. Muchos de nosotros nacimos en los años 1950, 1960 y 1970 cuando a las mujeres embarazadas se les recomendaba utilizar dietilestilbestrol o DES, un estrógeno sintético recetado en un equivocado intento de prevenir aborto involuntario. Principalmente en los Estados Unidos de América (EU), y también en otros países. El medicamento causó daños graves a la salud de las hijas de las mujeres que lo consumieron durante el embarazo.

Este daño tiene un largo período de latencia, debido al hecho de que se manifiesta cuando las hijas alcanzan la pubertad. Esto dificultó la prueba de la identidad de los fabricantes que habían fabricado el estrógeno consumido por las madres respectivas. El Tribunal Superior de California condenó a  diversos laboratorios que habían fabricado DES a indemnizar a las víctimas en proporción a su respectiva cuota de  mercado (caso Sindell). El caso también se planteó en Holanda. En España se ha discutido si puede aplicarse la  misma solución.

En los EU, dos agencias federales, la Administración de Alimentos y Medicamentos y la Agencia de Protección  del Medio Ambiente, son responsables de la prohibición de productos químicos peligrosos y de asegurarse de que  los productos químicos en los alimentos y las drogas hayan sido ampliamente probados antes de llegar al  consumidor. Sin embargo, científicos de diversas disciplinas y médicos están preocupados de que los esfuerzos de  estas agencias norteamericanas son insuficientes frente al del complejo coctel de productos químicos en nuestro medio ambiente. En México en la Ley Federal para el Control de Precursores Químicos, Productos Químicos  Esenciales y Máquinas para Elaborar Cápsulas, Tabletas y Comprimidos, que data del 26 de diciembre de 1997, ni siquiera se menciona el estrógeno; tal vez exista algo en algún reglamento de salud.

En los países desarrollados han considerado que las empresas químicas requieren demostrar la seguridad de sus productos antes de comercializarlos. Esto es perfectamente lógico, pero sin embargo se requiere de una adecuada detección y de un programa de pruebas de productos químicos disruptores endocrinos.

La necesidad de estas pruebas ha sido reconocida por más de una década, pero hasta ahora nadie ha diseñado un protocolo eficiente.

Debemos señalar la necesidad de contar con mejores técnicas de evidencias de laboratorio, de métodos de análisis, de protocolos de pruebas de toxicología. Interpretación de los datos que requieren una amplia gama  de experiencia clínica y científica. Debemos exigir a académicos, científicos, médicos y sobre todo a los políticos e industriales de nuestro país incluir en sus agendas el daño químico invisible que se está propagando como un fantasma en nuestro alrededor. Se lo debemos a las madres dondequiera, que quieren dar a sus hijos la  oportunidad de llegar a ser adultos sanos.