Toda mujer desnuda encarna la Naturaleza, la prakrti. Por tanto habría que mirarla con la misma admiración y el mismo desapego que al considerar el secreto insondable de la Naturaleza, su capacidad ilimitada de creación. La desnudez ritual de la yoguini tiene un valor místico intrínseco: si ante la mujer desnuda no se descubre en su ser más profundo la misma emoción terrorífica que se siente ante la revelación del misterio cósmico, es que no hay rito sino un acto profano, con todas las consecuencias conocidas (reforzamiento de la cadena kármica, etcétera).
La segunda etapa consiste en la transformación de la mujerprakrti en encarnación de la shakti: la compañera del rito se convierte en una diosa, de la misma manera que el yogui debe encarnar al dios. La iconografía tántrica de las parejas divinas (en tibetano: yabyam, padremadre), de las innumerables “formas” de budas abrazados por su shakti, constituye el modelo ejemplar del ceremonial sexual (maithuna).
El maithuna sirve, en primer lugar, para dar ritmo a la respiración y facilitar la concentración. La yoguini es una joven instruida por el gurú y por lo tanto su cuerpo está consagrado. La unión sexual se transforma en un ritual mediante el que la pareja humana se convierte en divina… durante el maithuna se logra la inmovilidad, la supresión del pensamiento, la suprema gran felicidad, la identidad de goce y el descubrimiento de la Unidad (samarasa).
Psicológicamente, el samarasa se obtiene durante el maithuna, cuando el semen (shukra) y el rajas de las mujeres permanecen inmóviles. Los textos insisten mucho en la idea de que el maithuna es ante todo una integración de los principios. “La verdadera unión sexual es la unión de la kundalini con el atman; las otras no representan más que relaciones carnales con las mujeres”.
Mircea Eliade: Erotismo místico en la India, Kairós, Barcelona, 2001.