Cosmovisión incaica

Fiesta del Inti Raymi en el Cuzco celebrando el solsticio de invierno

Fiesta del Inti Raymi en el Cuzco celebrando el solsticio de invierno

Toda civilización tiene opiniones y creencias a partir de las cuales interpreta y explica el mundo en el que se desenvuelve. Esto es una cosmovisión. Los incas se consideraban a sí mismos “hijos del sol” y adoptaron el quechua como lengua oficial de su imperio (Tawantisuyu). Para ellos, el hombre y su entorno coexistían perpetuamente interrelacionados en una totalidad dinámica y armónica.

Según la cosmovisión incaica el mundo tiene tres niveles: Uku Pacha, el mundo inferior o mundo de los muertos, de los no nacidos y de lo subterráneo, identificado con lo invisible y con lo femenino. Este mundo es una materialización de la base, el sustrato sin el cual la raíz no puede arraigarse y sin el cual nada puede “crecer”. Las fuentes, cuevas o cualquier abertura en la superficie terrestre se consideraban vías de comunicación entre Uku Pacha y Kai Pacha, el mundo intermedio asociado con lo masculino, el transitorio mundo terrenal donde viven los seres humanos, quienes se tienen que esforzar en ser justos para ganar el derecho de cruzar un puente hecho de pelo y así llegar a Hanan Pacha, el mundo superior o celestial, donde habitan sus dioses. Aquí es importante destacar que en quechua la palabra “pacha” significa espacio y tiempo simultáneamente, no existiendo palabras separadas para estos conceptos.

La religión incaica, apegándose a su filosofía de respeto a las fuerzas de la naturaleza, promovía el culto tanto a elementos naturales (montañas, cataratas, nubes, etcétera) como a animales (sobre todo jaguares, serpientes y cóndores). Por ello, no es sorprendente que se rindiera culto a Inti (sol) dada su clara importancia para las actividades agropecuarias y agrícolas. En el incario también se rendía culto a otros dioses, entre ellos: Viracocha (el creador), divinidad que según los mitos cusqueños organizó el mundo; Pachamama (madre tierra), una divinidad femenina relacionada con la tierra; Pachacámac (alma del mundo), divinidad subterránea capaz de producir terremotos y otorgar alimentos, que compartía con Viracocha el atributo de haber organizado el mundo, y Mama Quilla (luna), la hermana y esposa del sol con quien formaba la suprema dualidad divina.

Representación artística de las constelaciones oscuras andinas ubicadas

Representación artística de las constelaciones oscuras andinas ubicadas

El poblador andino concebía la Tierra como un disco plano rodeado de la bóveda celeste. Los relatos históricos basados en la tradición oral indican que, desde tiempos ancestrales, la observación del cielo tuvo una fuerte motivación agrícola y ganadera. Los gobernantes incas fomentaron la observación del cielo y la incorporaron en la ideología del Estado con la finalidad de legitimar el orden social del Tawantisuyu. Esta actividad se realizaba sistemáticamente en el Ushnu (observatorio), desde donde se estudiaban los objetos y los fenómenos celestes. Se sabe que los incas conocían la eclíptica y que eran capaces de predecir los eclipses lunares, aunque según su concepción, estos se producían cuando un puma (o una serpiente) trataba de devorar a la luna, y por eso se reunían, esperando el momento, para hacer mucho ruido y espantar al depredador. Después del eclipse, el pueblo celebraba su éxito ya que la luna seguía brillando en el cielo.

Con relación a las estrellas, los incas concibieron un cielo poblado de animales, con la peculiaridad de que los “ubicaban” tanto en los sectores estrellados como en los de total oscuridad, en las regiones oscuras entre las zonas brillantes inmediatas a la Vía Láctea. Para los incas, la Vía Láctea era un río, de allí su nombre: Mayu (gran río). Allí ubicaban a la constelación de Yacana, la que otorgaba su fuerza vital o alma, a las llamas (auquénidos endémicos del ande). Se cuenta que, a media noche, sin que nadie la observe, Yacana bebe toda el agua del mar, porque de no hacerlo, el mar inundaría el mundo entero. En las inmediaciones de Mayu ubicaron a Yutu (la perdiz), la cual es una pequeña constelación que aparece antes que Yacana. También hay tres estrellas que se mueven juntas en línea recta y que parecen “volar” en el cielo estrellado. A estas las nombran: Kuntur (cóndor), Suyuntuy (gallinazo) y Mamani (halcón). La tradición andina cuenta que cuando aparecen estas estrellas muy brillantes, ese año será bueno para el cultivo. En cambio, si aparecen poco brillantes, ese será un mal año y de mucho sufrimiento. Las Pléyades se conocían como Collca (depósito de granos) y su movimiento se relacionaba con la producción del maíz.

Entre las constelaciones o “nubes” oscuras tenemos a Machacuay (culebra) entre la Cruz del Sur y Yutu (perdiz). Esta última conocida en occidente como “El saco de carbón”. Al sureste de la Cruz del Sur se ubica Llamacñawin (los ojos de la llama con cría), dos estrellas luminosas identificadas con las estrellas alfa y beta de la constelación del Centauro; Urcuchillay (llama macho); Atoq (zorro), una mancha negra entre Sagitario y la cola de Escorpión; Hanp’atu (sapo), pequeña región oscura cercana a la Cruz del Sur. Debajo de Centauro, la “constelación de la llama” en el orbe andino, se localiza a la Chakana (puente), una vistosa constelación con forma de cruz cuadrada (Cruz del Sur), conformada por cuatro estrellas que en el Tawantisuyu marcaban la orientación de cada una de las regiones del imperio.

La observación celeste y la cosmovisión en el incario fueron muy complejas y sin duda estamos muy lejos de comprender su verdadera dimensión. De lo que no cabe la menor duda es que tuvieron un papel fundamental en la organización del Tawantinsuyu. No existen registros “escritos” de la observación del cielo en el orbe andino, sin embargo, la evidencia de su aplicación se manifiesta en el cómputo de los días, las semanas, las estaciones del año y en los calendarios. Por ejemplo, el calendario solar incaico consistía en un año de 365 días, repartidos en 12 meses de 30 días y cinco días intercalados. Por otra parte, a partir del estudio de los quipus (cordeles de colores con nudos) sabemos que conocieron la revolución sinódica de los planetas con admirable exactitud. Los registros en los quipus dan 115.86 días para Mercurio, 583.8 días para Venus y 398.87 días para Júpiter. Los valores modernos son 115.88, 583.92 y 398.88 días, respectivamente, lo cual nos permite un breve atisbo a una de las más sorprendentes civilizaciones el planeta.

 

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