La imagen latente, la que no ha sido develada, es una promesa: Ángela Arziniaga

La trashumante y su estancia

La trashumante y su estancia

“La fotografía química es una promesa y eso me fascina. La imagen latente, la que no ha sido develada, es una promesa y una condición de fe”, afirma la reconocida artista de la lente Ángela Arziniaga González (Xalapa, Veracruz, 1960) para quien trabajar es, en sí misma, otra promesa: el capturar la imagen que le falta al mundo.

A lo largo ya de 53 años, pues cuenta que conoció la “alquimia de la fotografía a los siete años de edad”, la fotógrafa habla, durante una entrevista, de la que ha sido su ruta de vida: la fotografía, disciplina a la que ha visto como una “posibilidad de expresión en todas sus manifestaciones y una posibilidad de vivir”.

“La ruta de vida que ha sido mi oficio me ha permitido ganarme la vida dignamente en las diversas posibilidades en que se divide, así como expresar la condición más íntima y expresiva de un ser que tiene un compromiso social”, dice desde el recuadro virtual que enmarca la conversación.

Añade que los fotógrafos trabajan por una permanencia y capturan el tiempo muerto, un quehacer en el que hay frustración y hay alegría, porque solamente a través de esas imágenes del pasado se puede reconocer de dónde se viene.

A propósito del pasado, cuenta la artista avecindada en Puebla desde hace casi cuatro décadas, recuerda una anécdota que cimbró su oficio: cuando a sus siete años su papá la llevó a la matiné del cine, tomándole unas fotografías en el Parque Juárez, mismas que luego, en el laboratorio de su casa, entró a revelar y a ver el proceso de impresión. Fue frente a las charolas de lavado, cuando se dio cuenta que la fotografía era magia. “Realmente ver cómo se develaba mi imagen fue una cosa mágica, alquímica, no entendía de lo que se trataba pero me veía ahí, en una fotografía que me había tomado momentos antes”.

A la distancia y con el conocimiento del fenómeno fotográfico y sus procesos físicos y químicos, dice la también grabadora, ceramista, museógrafa y artista textil, no ha podido separarse aún de lo mágico y de la condición de sorpresa. “Aunque ya pasaron 53 años, me sigue sorprendiendo lo que sucede con la captura del instante ya finito, ya muerto”.

Arziniaga González apunta que esa magia la hace sentirse como “una niña que juega con esa alquimia”. Sobre todo, refiere, cuando no se puede desapartar de la fotografía húmeda, de los procesos antiguos de impresión del siglo XIX, pues es esa fotografía la que precisamente “es un acto de fe que pretendo describir como la promesa de la imagen latente, de aquello que imaginaste y que puede no ser”.

“La fotografía química es una promesa y eso me fascina. La imagen latente, la que no ha sido develada, es una promesa y una condición de fe. Tú puedes operar tu equipo, controlar la luz, el diafragma, los valores de un equipo mecánico y aun así el proceso sigue siendo una promesa que no sabes hasta que sales del laboratorio con una impresión en tus manos”, dice mientras sostiene, imaginariamente, a la fotografía lograda de manera bidimensional.

La condición de entrar a estos procesos químicos físicos, continúa la artista homenajeada en la exposición La fantástica construcción femenina, preparada en 2019, conllevan esa promesa que siempre es una esperanza, porque lo que se toma desde la óptica de la cámara no es lo que se ve, pero sí un ejercicio de ensoñación, de fe, de visualización que lleva a la construcción de algo efímero en la mente y una sorpresa cuando se tiene en las manos.

Arziniaga, cuya obra ha sido publicada en libros de arte y fotografía, de divulgación científica y en catálogo, considera que para los fotógrafos es un privilegio conocer la imagen desde diversos valores: desde el negativo hasta una impresión fina que puede tener diversas salidas químicas de procesos del siglo XIX, hasta una impresión plata gelatina que es más contemporánea y cercana a lo digital.

En ese sentido, al hablar sobre el mundo de la fotografía digital, señala que si bien los procesos digitales le sorprenden, sabe que “la gratuidad de esa imagen no tiene esperanza”. Por tanto, hace una distinción en su obra, la cual afirma está asentada en los procesos húmedos, y apoyada en lo digital, donde se mantiene activa y productiva.

“Hago mucha imagen como apuntes para luego realizar con mi obra, me subyuga de emoción, pero es más inestable, porque no hemos alcanzado la forma de saber de qué manera vamos a conservar esa información visual, y lo que implica heredar una cultura visual cuando la tecnología —los discos duros, el equipo, las plataformas— ya no estén vigentes”, reflexiona.

Añade que al ser cada usuario del teléfono un fotógrafo que no necesariamente sabe de la luz, se producen muchas imágenes digitales dejando de lado a los profesionistas que saben el oficio, a la par de que conocen cómo conservar la historia visual. Si acaso, para conservar esos acervos digitales, dice que sería pertinente reflexionar para saber qué se hará con los archivos digitales, y cómo restaurarlos y archivarlos. Se trata, lamenta, no sólo de su conservación, sino de pensar en los billones de imágenes “que nunca han visto su expresión bidimensional a través de un papel y se pierden”.

Arziniaga González afirma que en su caso, lo fuerte de su obra está hecho en procesos húmedos, de los cuales está cada día más enamorada. “Esta manera de cocinar lento te obliga a la paciencia, a la introspección y a saber que ese tiro te puede llevar a producir una pieza y no necesariamente sea la mejor”.

La participante en la exposición Hablando en plata. Daguerrotipistas mexicanos contemporáneos, que fue montada en abril de 2019 en la Fototeca Nacional; acota que los procesos húmedos y su indagación son inagotable. “Lo que sigue es trabajar. Seguir haciéndolo, porque esto es infinito. Lo elegí, lo gozo, lo sufro; he encontrado respuestas de mi proceso creativo y continúo en esto”.

Añade que en ese camino, y puesto que estos procesos se vuelven selectivos, trabajó al lado de otros nueve artistas, dos de la Ciudad de México y el resto de Puebla, en la producción de 70 piezas que se verán, nuevamente como en noviembre de 2020 en el festival ZeroPixel que se realizó en la provincia de Trieste, Italia. Se trata de una serie de impresiones en albumina, daguerrotipos e impresiones a la plata, que giran en torno al cuerpo y permiten ver esa reflexión profunda que cada uno hace desde su espacio privado, que es íntimo, y que llega a una presentación para ser público.

En ese sentido, la miembro del Gabinete Fotográfico, al lado de los también fotógrafos Everardo Rivera y Sergio Javier González Carlos, mencionó que su obra es una reflexión constante hacia la condición del cuerpo. Recordó que con un camino breve en la medicina, ya con cámara en el cuello, se enfrentó a los cuerpos inertes de la facultad lo que la llevó a reflexionar. Así, en lugar de diseccionarlos decidió hacer fotografía de ellos, descubriendo la fotografía forense, siendo una carpeta que ocupó una parte importante de su corazón. “Me llevó a reflexionar sobre la permanencia del cuerpo, lo efímero de la carne, con preguntas ontológicas de la conciencia, el alma, de lo que mueve”.

Apunta que a lo largo de su camino colegas le han hecho retratos, en los que, pese a su belleza, no la hacían sentirse representada. “No me veía, no me encontraba en ellos. Decidí que iba a trabajar conmigo misma, mucho antes de las selfies, con mi cuerpo, con indagaciones y testimonios del tiempo y de lo efímero de la vida con mi cuerpo”.

Por último, en esa idea de seguir trabajando, Ángela Arziniaga refiere que con otros artistas participa en la muestra El chubasco estridentista, que abrirá en noviembre sobre el estridentismo, para celebrar lo que Puebla fue hace 100 años, al lado de su natal Xalapa.

Para cerrar, a los jóvenes les dice algo: “Que todo está hecho, que ya no hace falta una fotografía en apariencia, que no hace falta una más. Sin embargo, lo que falta es lo que pueda imprimir a través de la cámara con su corazón, porque esa imagen se requiere para el mundo, porque eso es lo que sigue, porque falta esa captura de ese instante que mueve el corazón y con el que otro tal vez se pueda identificar. Falta lo que nos vuelve intemporales, inmortales, fuera de tiempo en la emoción”.

 

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