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Astronomía y medicina: una unión inseparable

Existe una alianza sorprendente entre la Astronomía y la Medicina, tan sutil que no se percibe con facilidad. A primera vista, la imagen de un astrónomo observando las profundidades del espacio a través de un telescopio gigante parece no tener relación alguna con la de un médico examinando una placa de radiográfica en un hospital; sin embargo, en la era moderna, la ciencia ha tejido una red de conocimiento y tecnología donde estas dos disciplinas, aparentemente opuestas en escala y objetivo, se respaldan. La Astronomía, al empujar los límites de la ingeniería para ver más lejos y con más detalle el universo, ha desarrollado herramientas que son cruciales para el diagnóstico, el pronóstico, el tratamiento y la comprensión de la salud humana.

La contribución más directa y espectacular de la astrofísica a la medicina moderna se encuentra en el campo de la óptica y el procesamiento de imágenes. Los astrónomos enfrentan un enemigo constante, que es la atmósfera terrestre. Aunque nos protege, su turbulencia (el aire caliente, el viento, las nubes, los gases) distorsionan constantemente la luz de las estrellas, haciendo que las imágenes capturadas por los telescopios terrestres se vean borrosas, como si estuviésemos mirando a través de agua en movimiento.

Para solucionar este problema, se inventó la Óptica Adaptativa (OA). Este no es un simple filtro, sino un sistema complejo y dinámico que incluye cientos de pequeños elementos que “empujan y tiran” de un espejo secundario a gran velocidad (miles de veces por segundo), deformándolo con una precisión inimaginable. Su principio es tan sorprendente que rivaliza con la ciencia ficción.

Lo primero es medir con precisión la distorsión atmosférica en tiempo real. Por medio de un láser muy potente se crea una especie de “estrella artificial” en la atmósfera alta, que sirve como referencia de la distorsión. Así, se corrige el “error atmosférico” antes de que la luz llegue a la cámara, permitiendo a los telescopios en la tierra ver con una claridad comparable a la de un telescopio que se pudiese encontrar en el espacio, como el Telescopio Espacial Hubble.

Pero lo maravilloso de este logro tecnológico es su aplicación a la Oftalmología. Aplicando la OA a la cámara óptica entre el cristalino y la retina, se elimina la distorsión causada por las imperfecciones ópticas del ojo humano (como la córnea, el humor vítreo y el cristalino). Esto permite que los médicos puedan obtener imágenes de la retina con una resolución sin precedentes, visualizando estructuras microscópicas como tejidos diferenciados en su más íntima característica y finísimos vasos capilares. Esto ha revolucionado el diagnóstico precoz de enfermedades como el glaucoma, la retinopatía diabética y la degeneración macular, permitiendo intervenir mucho antes de que el paciente experimente una pérdida de visión irreversible.

La visión del cosmos nos ayuda literalmente a mantener nuestra propia visión.

Por otro lado, la astronomía moderna es, en gran medida, la ciencia de la gestión de datos masivos. Los grandes rastreos del cielo producen terabytes de información que deben ser analizados, clasificados y catalogados para identificar objetos de interés. Esto ha llevado al desarrollo de sofisticados métodos de procesamiento de imágenes y aprendizaje automático para distinguir entre galaxias espirales, elípticas, lenticulares o irregulares. Esto se ha adaptado a la medicina para establecer análisis estadísticos de grandes volúmenes de datos y poder detectar la combinación de factores de riesgo múltiples que, en sus sutiles interacciones, mantienen ocultas las tendencias para generar patologías de índole muy diversa.

Los programas analizan imágenes médicas de alta resolución como mastografías, radiografías, ultrasonidos y resonancias magnéticas. Al igual que buscan una singularidad estelar, los algoritmos detectan patrones sutiles que podrían indicar la presencia de anomalías mínimas, como las de células tumorales, a menudo con una precisión y velocidad que complementa o supera la detección del ojo humano.

Todos percibimos el Efecto Doppler como algo cotidiano en nuestras vidas cuando un objeto en movimiento cambia su sonido en la medida en la que se acerca y se aleja desde nuestro punto estacionado. Este fenómeno físico es una piedra angular de la astrofísica y se utiliza para medir la velocidad de objetos cósmicos. Si una galaxia se aleja de nosotros, su luz se “estira” hacia el extremo rojo del espectro (corrimiento al rojo); mientras que, si se acerca, se comprime hacia el azul (corrimiento al azul). Esto fue clave para confirmar la expansión del universo. En Medicina, este mismo principio físico se aplica a ondas de sonido (ultrasonido), que es la base de la Ecografía Doppler que permite observar la dirección y velocidad del flujo sanguíneo, identificar obstrucciones, estrechamientos (arterioesclerosis) o dilataciones en las arterias y venas de diversas partes del cuerpo (piernas, brazos, cuello, abdomen). Es fundamental para diagnosticar coágulos de sangre, como en el caso de la trombosis venosa profunda. Ayuda a evaluar el funcionamiento de las válvulas venosas y a detectar áreas donde la sangre se acumula debido a válvulas defectuosas. Se utiliza en ecocardiogramas para detectar problemas en las estructuras y válvulas del corazón, así como cardiopatías congénitas. El Doppler carotídeo, por ejemplo, permite descartar lesiones ateromatosas (placas de ateroma) en las arterias del cuello que suministran sangre al cerebro, ayudando a prevenir infartos cerebrales. En el embarazo, la ecografía Doppler fetal permite monitorear la frecuencia cardíaca del bebé, los niveles de oxígeno y el flujo sanguíneo a través del cordón umbilical y las arterias uterinas, lo cual es vital para detectar sufrimiento fetal o problemas de la placenta (como en la preeclampsia) y finalmente, se utiliza para valorar el estado morfológico y el flujo sanguíneo en órganos como el hígado (en hepatopatías crónicas) o los riñones.

En conclusión, la Astronomía y la Medicina son dos caras de la misma moneda científica. Mientras que una mira hacia lo vasto, la otra lo hace a lo íntimo, pero ambas comparten un compromiso con la precisión, la tecnología y en última instancia, con la comprensión de la naturaleza.

El mismo algoritmo que clasifica la espiral de una galaxia, ayuda a distinguir la sombra sigilosa en una célula y un tejido; la misma óptica que corrige la turbulencia del cosmos, enfoca la delicada arquitectura del ojo. Así, somos, en esencia, polvo de estrellas que late. Y el científico nos recuerda esta verdad profunda: nuestra naturaleza, en lo más íntimo, busca anhelante ver todo con la mayor claridad, ya sea un cuásar lejano o un microscópico vaso capilar vital.

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