“…no nos dejemos llevar del
entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza.
Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza.” Federico Engels, 1876.
En febrero de este año se cumplieron nueve años de que fue aprobada la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, la que se publicó en el Diario Oficial de la Federación el 18 de marzo de 2005. Ya desde 2003 un grupo de académicos mexicanos y algunos de otros países estuvieron pendientes de la que consideraban una amenaza, un riesgo o hasta un peligro: la puesta en práctica, oficial y a campo abierto, de la siembra de semillas que hubieran sufrido una transformación en el laboratorio, mediante ingeniería genética. Amenaza, riesgo y peligro para la diversidad biológica y cultural, para el conocimiento campesino e indígena, para la economía familiar de los mexicanos, para la salud animal y humana, para la soberanía alimentaria, y para la seguridad nacional, entre otros. Ese grupo de académicos y científicos de diversas disciplinas se reunieron en repetidas ocasiones para analizar los datos hasta ese
entonces conocidos, acerca de las bondades, los perjuicios, los efectos y en general las implicaciones de la producción en masa —no solo la experimentación en laboratorio—, de las semillas conocidas como transgénicas. Los argumentos científicos, si bien se escucharon en distintos foros durante algunos meses, no fueron razón suficiente para detener la aprobación y publicación de la Ley de Bioseguridad mencionada. Una semilla estuvo en el centro de la discusión: el maíz, por mucha población conocida como alimento básico, de México y parte de Centroamérica y Sudamérica. Nuestro maíz mexicano con orígenes en los estados de Puebla y Oaxaca (el Teocintle), y domesticado en el estado de Michoacán, con datos de antigüedad mediante carbono 14, de 6 mil 600 a 9 mil años antes del presente, se convirtió en alimento pero también en símbolo cultural, mágico, religioso y artístico de muchos de los grupos étnicos del continente americano. El Centro de Investigación sobre Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMyT) y el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), llegaron a reunir colectas de 61 razas de maíz, en el territorio mexicano; y se reconocen más de 4 mil variedades, que representan la manera de cultivar de cada maicero, y de adaptar sus granos a las distintas condiciones edáficas, climáticas, y gastronómicas, del mosaico en ecosistemas, zonas agroecológicas, y regiones bioculturales que nuestro país presenta. La naturaleza, las condiciones ambientales, y las manos y experiencia de los maiceros —durante muchas generaciones— han dotado a la población que se alimenta y se recrea con el maíz, de variedades adaptadas a condiciones climáticas y socioculturales, aun cuando su productividad sea escasa, bajo el modelo hegemónico de producción. La naturaleza y los maiceros, durante milenios, han probado y ayudado a crecer a maíces nativos, en la lógica de ciclos que responden a la circularidad de energía y materiales, con sus propios depredadores; no así los maíces transgénicos, que responden a intereses de pocos grupos sociales persiguiendo ganancias monetarias, acaparamiento de semillas e incluso apropiamiento del conocimiento. Ya 28 países cultivan semillas transgénicas; en una década han aumentado 146 por ciento los cultivos con semillas transgénicas; casi setenta millones de hectáreas en el mundo —poco más de una cuarta parte de territorio mexicano—, cultivadas con semillas transgénicas; en el continente americano los productores de mayores a menores volúmenes son Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá, Paraguay, Uruguay, Bolivia, México, Chile, Colombia, Honduras, Cuba y Costa Rica; en el europeo son España, Portugal, República Checa, Rumania y Eslovaquia; en el asiático son India, China, Pakistán, Filipinas y Myanmar —Birmania—; en el africano son Sudáfrica, Burkina Faso, Sudán y Egipto, y en el oceánico es Australia. Vale recordar la historia, las condiciones socio políticas, ecológicas, culturales y geo estratégicas de estas naciones, las cuales han permitido o han sido presionadas para el cultivo de semillas transgénicas. Se cuentan entre los cultivos transgénicos a la soya, el algodón, el maíz, la canola, la remolocha azucarera, la alfalfa, la papaya y la calabaza, entre otros, cuyos destinos son 500 grandes empresas transnacionales y el capital financiero especulativos, quienes controlan el sistema agroalimentario y los que definen lo que el mundo debe usar y comer. Seis empresas llamadas biotecnológicas acaparan 60 por ciento del mercado mundial de semillas y 76 por ciento de agroquímicos: Monsanto, Dupont, Bayer, Syngenta, Basf y DowAgro Sciences. Los detractores al respeto biocultural de semillas nativas y sin transgénicas, entre ellos el maíz, argumentan entre otros asuntos que no hay evidencia de efectos nocivos de los transgénicos, de que con la producción de transgénicos se solucionará el hambre en el mundo, y de que es imperiosa la innovación tecnológica, particularmente en el caso de producción de transgénicos; y no admiten los argumentos milenarios y palpables de los procesos bio geo químicos, y de la circularidad de materia y energía que la naturaleza ha probado, así como no admiten que en México, como en otras naciones, no se necesitan maíces transgénicos, ante la diversidad de razas y variedades que existen en un proceso dinámico, pues esos maíces siguen siendo adaptados. Ante la catastrófica realidad de la pérdida de semillas nativas y con ésta, la pérdida de la diversidad cultural, así como pérdida de soberanía alimentaria y de seguridad nacional, algunos científicos sociales, como los filósofos, argumentan que parte de la humanidad —el grupo de occidente y occidentalizado, principalmente— ha pasado por grandes revoluciones culturales. La primera representada por Prometeo, el titán que roba el fuego, en la cual el hombre del paleolítico superior conquista un equipamiento extra corpóreo para satisfacer sus escasas necesidades esenciales con algo de confort. El sentido prometeico de la técnica es la adaptación del hombre al entorno, imitando y proveyéndose de órganos animales con los que no cuenta —pinzas de cangrejo o trompa de elefante—, los cuales prolongan los poderes del cuerpo humano. La segunda revolución cultural, representada por Triptólemo, príncipe de Eleusis, a quien Ceres —diosa de la agricultura— revela el secreto de los cereales y la difusión de las artes agrícolas. Esta segunda revolución representa la cultura del cultivo, en la que el hombre modifica la selección natural y crea sus propias fuentes de alimentación; el sujeto no se adapta al medio natural, sino viceversa. La tercera revolución cultural está representada por Pigmalión, escultor que se enamora de la estatua femenina por él creada —Galatea— y con el favor de Venus logra darle vida y ganarse su amor. El sentido pigmaliónico de la técnica —en este caso, del proceso para generar semillas transgénicas— consiste en el arte de esculpir o remodelar la propia naturaleza, por ya no ser para el hombre atractivos los atributos de ella. Prometeo murió en un peñasco, el cual resquebrajó Zeus; Triptólemo fue convertido en lince, y considerado como juez del inframundo; en el caso de Pigmalión, al cobrar vida la estatua —Galatea—, ésta mostró la fragilidad del material con el que se esculpió, el marfil, y perdió atractivo para el mismo Pigmalión; él, al ofender a Venus, motivó su ira y como castigo volvió a Galatea de nuevo de marfil, cuando abrazaba a Pigmalión; él murió atrapado, en los brazos fríos de su propia escultura. ¿Acaso estamos esperando todos, que por intereses de las trasnacionales mencionadas, las cuales representan a un ínfimo porcentaje de la población mundial y mexicana, agonicemos y sucumbamos, en los brazos fríos de nuestra indecisión, de nuestra falta de voluntad para informarnos, de nuestra actitud pusilánime ante el deterioro del sustrato de nuestra existencia, de nuestra soberbia al no perseguir objetivos colectivos, y de nuestro desinterés para saber que el taco que me llevo a la boca, sí es de maíz, nuestro maíz nativo, amasado por personas, y no con instrumentos de laboratorio?