Foto de: «Viacrusis migrante», de Carlos Matus, en www.flickr.com |
El tránsito de los centroamericanos indocumentados por México en su travesía para llegar a los Estados Unidos exhibe dos hechos incontestables: la continuidad y significativo flujo cotidiano por rutas bien definidas en el territorio mexicano y la violencia diaria que viven de diferentes formas y proveniente de los más diversos actores y gruposfuera y dentro del Estado mexicano. Con un breve acopio de información de diferentes fuentes oficiales, académicas, de organismos no gubernamentales y fuentes hemerográficas uno puede afirmar que son miles los centroamericanos que transitan diariamente por el territorio mexicano y que su trayecto está lleno de peligros: morir por asalto violento, ser herido, ser secuestrado y desaparecido, ser extorsionado, ser robado, ser vendido, y en el caso de las mujeres, además de todo lo anterior, sufrir constantes acosos y ataques sexuales.
De acuerdo con las cifras de la Encuesta sobre Migración, en la Frontera Sur, EMIF para el 2009, sólo de Guatemala se registraron 600 mil cruces hacia Estados Unidos, siendo este año el de mayor registro. (EMIF SUR 2010) Se calcula que anualmente 20 mil indocumentados son secuestrados por distintas bandas de delincuentes locales, sicarios de los cárteles del narcotráfico y hasta por los mismos polleros (Martínez, 2008; El Universal, 2010b). La Comisión Nacional de los Derechos Humanos informó que en el periodo comprendido entre septiembre de 2008 y febrero de 2009 tuvo conocimiento de 198 casos de secuestro en los que se privó de su libertad a 9 mil 758 migrantes. Se documentó que en el sur del país fueron secuestrados 55% de las víctimas. Estos datos, sin embargo, apenas nos aproximan a la magnitud y las tribulaciones del tránsito de los centroamericanos por México.
La visibilización de los migrantes en tránsito y la catástrofe humana que los rodea en las agendas de la sociedad y el Estado en México ha sido una lucha ardua. Los grupos auto organizados y redes de organizaciones de derechos humanos y defensa de los migrantes siguen tratando de colocar en la discusión pública el problema del tránsito de personas provenientes de otros países y el entorno repleto de abuso y violación a sus derechos. En esta breve contribución me interesa plantear dos categorías de análisis que a mi modo de ver sirven muy bien para entender la experiencia social de los migrantes y su entorno: el despojo y la restitución.
El despojo es un hecho central en la experiencia de los migrantes desde que salen hasta que llegan a su destino, si lo logran, y, como categoría de análisis, nos permite observar las conexiones empíricas y concretas entre las distintas formas de violencia que experimentan los migrantes en el circuito migratorio —entendido como un proceso constituido por espacios, redes y tiempos complejos (Rivera, 2008; Rivera y Lozano, 2009)— “imbricad[o] en los circuitos trasnacionales del capital (París Pombo 2007:58). En un primer nivel de análisis, el despojo sintetiza la experiencia de la “expulsión” de miles de personas de su salida de sus lugares de origen y este hecho está más cercanamente relacionado a los efectos de lo que Harvey (2003) llama acumulación por desposesión. La “expulsión” se relaciona con el hecho concreto de vivir en sociedades locales donde los recursos, el empleo y las opciones de vida se han estrechado. Este tipo de despojo en Centroamérica después de los tratados de paz se deriva de las políticas de ajuste neoliberal que modificaron grandemente las economías de estos países, devastados de por sí por la guerra (Cordero y Figueroa, 2011).
Lo interesante y dramático es cómo este despojo de empleo y opciones de vida que están detrás en buena medida de los fenómenos migratorios en Centroamérica se materializan después en la experiencia de otro tipo de despojos. Así el despojo experimentado por los migrantes en el tránsito transfronterizo es mejor entendido como uno que es humano y vital. El despojo más común es de dinero y pertenencias. Empero, también se ven despojados literalmente de miembros de su cuerpo, de su integridad moral y de la vida misma, estando expuestos a todo tipo de agresiones, y en el caso particular de las mujeres, a la violencia sexual (Cordero y Figueroa, 2011). El despojo, según la teoría de Harvey, definiría el actual modelo de acumulación de capital global. Desde este punto de vista, el despojo significa la desposesión de medios de producción y de recursos naturales por parte del capital transnacional para lograr su reproducción y expandirse espacialmente constantemente en regiones y negocios inéditos. El despojo como desposesión para acumular se vuelve mucho menos abstracto cuando observamos con datos duros el hecho de que el modelo económico político neoliberal ha quitado, precarizado y negado opciones de empleo y de vida para miles de personas en Centroamérica. Luego de que salen de sus países los migrantes centroamericanos indocumentados se ven despojados en su paso por México hacia Estados Unidos de su ciudadanía, dignidad e integridad física (Cordero y Figueroa, 2011).
Hay que entender que en los procesos migratorios lo que ocurre es que millones de personas “excluidas” socialmente se movilizan para trabajar y en el tránsito se transforman en seres sin derechos donde además de su fuerza de trabajo, es su vitalidad misma la que está expuesta, misma que tienen para canjear, vender y, en muchos casos, ofrecer. Estas personas desterradas, excluidas socialmente, y menguadas en su integridad física y moral, si logran cruzar la frontera norte, se convierten nuevamente en fuerza de trabajo para los mercados laborales flexibles estadounidenses (Cordero y Figueroa, 2011).
A pesar de lo trágico que puede ser la experiencia vivida de miles de migrantes que cruzan nuestro territorio provenientes de Centroamérica, el despojo provocado por fuerzas sociales macroestructurales, cometido por las bandas de delincuencia organizada, agentes del Instituto Nacional de Migración, diferentes cuerpos policiacos y gente común, existe una lucha para restituir a estos despojados caminantes de la dignidad, los derechos y las esperanzas, constantemente amenazados y arrebatados por los más variados actores. Básicamente se observan dos tipos de acciones para alcanzar o buscar la restitución de lo despojado: una que interpela al Estado y sus instituciones y otra que interviene espontánea y organizadamente para proporcionar ayuda y defensa inmediata. Los organismos de derechos humanos internacionales y nacionales, las asociaciones civiles, la iglesia, el barrio, la comunidad y los grupos de defensa en movimiento son actores clave en esta restitución, pero también es de resaltar a la gente común que colabora día a día con tales actos de restitución. En el primer tipo de acción, el que interpela al Estado y sus leyes, hay una lucha básica para restituir de sus derechos humanos a los migrantes. Sin embargo la labor simultánea y paralela que realizan ciertos sectores de la sociedad organizada y personas ordinarias es más profunda, pues restituye la dignidad humana a estos caminantes, quienes son cuidados con afecto y compasión, al ser curados de sus heridas hechas en el camino, alimentados y reconocidos en su condición de sufrimiento sin importar que para las leyes de los Estados Nación estas personas en tránsito sean “ilegales”.
Referencias
1 Según la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación (SEGOB), al año ingresan a México aproximadamente 150 mil migrantes indocumentados, la mayoría provenientes de Centroamérica. De acuerdo con organismos de la sociedad civil esta cifra asciende a 400 mil. Informe especial sobre secuestros de migrantes en México CNDH febrero 2011 http://www.cndh.org.mx/node/35
2 Como señala Manuel Castillo los flujos migratorios ya no pueden ser explicados únicamente a partir de los conflictos armados o políticos en algunos países como Honduras y Nicaragua. Castillo, Manuel Ángel (1999), “Tendencias y determinantes estructurales de la migración internacional en Centroamérica”, trabajo presentado en el Seminario Internacional sobre la población del Istmo Centroamericano al fin del milenio, San José de Costa Rica.