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Transfiguraciones del Sol egipcio

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· “kom Ombo. Templo bifronte de Sobek (el dios cocodrilo) y haroeris (horus, el viejo)”, por Carlos Reusser MonsalvezEn las antiguas civilizaciones anteriores al cristianismo, que desarrollaron conocimientos astronómicos vinculados con los ciclos naturales, los astros no eran seres distantes y ajenos al acontecer de la vida en la tierra, al contrario, su presencia se dejaba sentir en la reproducción de los animales, en el nacimiento de los niños, en el crecimiento de las plantas, en los acontecimientos atmosféricos y en la conducta de los gobernantes y los escarabajos.

La deificación del Sol entre los antiguos egipcios nos revela el modo en que se concebía la unidad del cosmos y las correspondencias existentes entre los seres que lo habitan, correspondencias que se hicieron explícitas en la infinidad de analogías, metamorfosis y transfiguraciones que nos muestran el tránsito de unos seres a otros y con ello las secretas empatías que operan en la diversidad de la naturaleza.

Una antigua letanía egipcia menciona setenta y cinco aspectos del Dios-Sol: el Uno en los muchos, dirá Erik Hornung. Y es que la fauna y la flora son susceptibles de convertirse en la exteriorización visible de la actuación de la divinidad, del hipopótamo, el león, y el cocodrilo, al halcón, el escarabajo y la flor de loto. Como bien dicen Sylvia Schoske y Dietrich Wildung, no es que el egipcio antiguo realmente contemplara a los carneros, los gansos y los peces como dioses: él no veía al animal como dios, sino lo divino dentro del animal1. Dentro del animal —añadiría yo— y de sí mismo, lo que permite la incorporación de los humanos en el juego sagrado de las transfiguraciones cósmicas. Lo mismo, por cierto, ocurría en el mundo mesoamericano.

Una de las formas más comunes de simbolizar al sol era representarlo como un escarabajo con grandes alas de halcón, extendidas en toda su amplitud. Se trata de un escarabajo estercolero que habita en Egipto y que acostumbra formar una bola de estiércol que hace rodar con las patas traseras antes de enterrarla en el suelo. La observación de este hábito condujo a los egipcios a equipararlo con el recorrido del Sol y su ocultamiento en el horizonte durante el ocaso, pues de la misma manera que el Sol reaparece todos los días por el oriente, el neonato del escarabajo surge del suelo, renaciendo de las entrañas de la tierra. Así como el proceso subterráneo de reproducción desove y desarrollo de las larvas en el nido de estiércol ocurre fuera de la vista del hombre, del mismo modo acontecía en la cosmogonía egipcia el tránsito nocturno del sol de un extremo a otro de la tierra. Una asombrosa figura de arcilla elaborada hace casi 3 mil años y conservada en el museo egipcio de Berlín, representa a un escarabajo con cabeza y extremidades humanas, como un milenario Gregorio Samsa Kafkiano.

El ciclo solar de cada día se inicia, entonces, con el escarabajo como sol saliente para transformarse en halcón a medida que asciende al cénit. De ahí descenderá al poniente hasta hundirse en el horizonte transformado ya en una serpiente, para recorrer el inframundo durante las horas nocturnas como un humano con cabeza de carnero o bajo el aspecto de un vigoroso cocodrilo. Otra figura de cerámica vidriada conservada también en Berlín muestra los aspectos diurno y nocturno del Sol en un ser híbrido, digno de la zoología fantástica de Borges, que combina armoniosamente el cuerpo de un lagarto con la cabeza del halcón. En el templo de Ombo Kom, en el Alto Egipto, hay un templo dedicado a estas dos deidades: en una mitad se veneraba al dios Sobek, con cabeza de cocodrilo y en la otra al dios Horus, con cabeza de halcón.

La expansión del culto al dios solar Ra dio lugar, durante el periodo de construcción de las pirámides, al concepto de “Hijo del dios solar Ra”, que encontró en la persona del faraón una encarnación más del Sol en la vida terrenal.

Nota

1 Faraón. El culto al Sol en el antiguo Egisto, INAH-Conaculta, México, 2005, p. 25.

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