Mi sexualidad, entre el señalamiento y la discriminación: Bety

Testimonio. Bety, 40 años, veracruzana.

Imagina que siempre que salgas a la calle, sin importar a dónde vayas, qué hora sea, cómo vayas vestida, alguien posará su mirada en tu cuerpo, en el rostro, y formulará una hipótesis, si tu observador está acompañado posiblemente le haga un par de comentarios para después sentir el acecho de ahora cuatro ojos vigilantes, después intercambiarán sus conclusiones .

Los que se mofan de ti, te insultan y agreden de todas las formas posibles de imaginar en cualquier lugar público, la escuela, la iglesia, el camión, la calle, esos son inmortales; parece que ese tipo de personas nunca muere, llevo años topándome con ellos, la sociedad decide todos los días seguir reproduciéndolos.

Soy dura; la vida la enfrenté a golpes y no sólo los que te da la vida; también los que te dan los otros, los que consideran tener el poder, control, el derecho de lastimarte. Te pegan por fea y también por bonita, porque ganas y cuando no ganas también.

¿Alguna vez has visto a una travesti trabajando en una zapatería? No ¿Verdad que no? En cualquier lugar no van a aceptar a un transgénero como yo. La sociedad te encasilla, acorrala; debes subsistir. En pleno siglo XXI se piensa que la sociedad y la autoridad tienen otra mentalidad. Este año en Puebla van seis asesinatos de travestis.

Por 14 años escuché las historias de mis clientes, sus penas de infidelidad, impotencia, eyaculación precoz, homosexualidad de clóset, agresión, golpes, violencia psicológica, el “no vales nada”. Hay suciedad que no debes aguantar.

La necesidad y el dinero mueven muchas cosas, a veces lo suficiente como para arriesgarte a morir. Éramos un grupo de 80; sólo vivimos 10. A las que no mataron, murieron de Sida o de otra enfermedad.

Es fácil hablar del oficio, hacer valoraciones, juzgar, pero nadie sabe de la prostitución hasta vivirla.

Sucede lo mismo con la homosexualidad, nadie sabe lo que es hasta que se vive con libertad, con dignidad de ser quien eres. Estoy convencida que si volviera a nacer sería puto otra vez.

Siempre fui muy femenina, aunque los demás dicen niño afeminado para cuando se es pequeño, después cambia a maricón, puto, gay. Cuando era pequeña jugaba debajo de la cama; a los luchadores y soldados de plástico les hacía vestidos con las bolsas de los centros comerciales. Recuerdo que en primer año de primaria tenía un compañero de clase que me gustaba y sentía mucho interés por él. En ese entonces esas cosas no se comentaban en casa, porque los padres todo lo solucionaban a golpes.

Mi madre murió cuando tenía 12, mi padre no aceptó quien soy y uno de mis hermanos se avergonzaba de mí y me agredía. Mi hermana mayor se hizo cargo de mí como una madre.

La gente explica nuestra existencia como pecados de dios, enfermos, productos de un violación. Yo no fui violada y no estoy enferma. ¿Quién sabe quién es dios, qué dijo o no dijo, si las escrituras están echas a mano del mundano?

Se dice que somos drogadictas para soportar la vida que llevamos, promiscuas, violadoras y que vivimos en orgías. Hay quienes creen que porque soy transgénero pueden hacerme preguntas sexuales e íntimas, morbosos que creen que nos acostamos con nuestras compañeras de casa. Obligar a alguien a tener relaciones conmigo nunca; hay maestros, padres, madres, sacerdotes y autoridades que violan niños, pero no son sospechosos de ello si se comportan como heterosexuales.

En la sociedad hay de todo: huevones, sucios, ladrones, corruptos, asesinos, alcohólicos, y los hay sin importar su preferencia sexual.

No me gusta compartir; anduve con un hombre casado y no soporté compartir.

Creo en la fidelidad, me gusta la honestidad, pido que me digan qué me pueden ofrecer, si una relación de cuatro paredes por miedo a la sociedad o una plenamente en pareja.

Jamás me he acostado con una mujer, ni borracha. Un 15 de septiembre nos fuimos a un antro que no era gay; un chico guapísimo me a sacó a bailar, intento ligarme toda la noche y cuando íbamos a darnos un beso, deslice mi mano desde su hombro y hacia el pecho y, era mujer. Me desconcerté tanto que me salí del baile. No me gusta probar lo que de principio no me gusta, nunca me han gustado las mujeres.

Siempre he sido honesta y abiertamente vivo y reconozco mi transgénero. No tengo sexo con homosexuales afeminados, y los machitos son desagradables, son tan calientes que siempre te quieren coger y te dicen “pero no me enseñes eso, voltéate, tápatelo”. Han de pensar que lo primero que vas a enseñar es el pene. Han aumentado los clientes así, violentos y sucios.

La televisión vende la imagen trastornada de un travesti, piernas peludas, caminar maricón, lenguaje y ademanes exagerados, una mofa de nosotros; eso no educa. Los comediantes cada vez se visten más de mujer e interpretan personajes transgénero porque vende. Años de supuesta sensibilización de la sociedad y nos siguen relegando a trabajos muy específicos.

No envidio a las mujeres y nunca desee ser madre, adoro a mis sobrinos y les doy amor pero no me gustaría tener un hijo que deba soportar el señalamiento constante de que tiene dos padres; la sociedad echa a perder a los niños enseñando a discriminar en la escuela a quien es afeminado o tiene padres del mismo sexo.

Aun cuando estoy en alguna institución pública, si los empleados deben dar mi nombre lo dicen más fuerte, una, cuatro o cinco veces, insisten con el nombre de varón aunque vean que no lo parezco, sólo para exponerme.

El señalamiento y rechazo siempre lastima. Mi sexualidad la vivo como un señalamiento y la discriminación la recibo por entero.

[email protected]