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De urbes amenazadas, de Puebla ciudad y los efectos del cambio en el clima

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Fuente: http://www.arquitecturayenergia.cl/home/wp- content/uploads/2015/04/Isla-de-calor-urbana1.jpg
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Una visión de calles inundadas como canales interminables de agua salada, ciudades inhabitables, sin vuelta atrás. No es el escenario de una película sino uno de los efectos alarmantes del cambio climático global. Los que habitamos sitios lejanos a las costas o a mayor altitud nos aferramos a la certeza de que nuestro núcleo urbano estará a salvo. Sí, a salvo de que el mar entre por la puerta de nuestra casa, pero no de los embates de otros fenómenos extremos, como altas temperaturas, fuertes tormentas o bien sequías implacables. Aun si lográramos sortear con la mejor de las adaptaciones estos impactos, no debemos olvidar que la migración de los habitantes de sitios alcanzados por los océanos constituirá otro reto más. Es decir, será necesaria una concienzuda preparación de la población no costera para dar cabida a los millones de personas desplazadas.

Las ciudades del altiplano central mexicano serán, posiblemente, las más solicitadas. Los motivos son varios: primera y más importante ¡la lejanía del mar!, y entre otros atributos, un clima benigno. O al menos eso asumimos respecto a nuestra experiencia. Sin embargo, nada más incierto que esa socorrida idea. Las ciudades hacen lo suyo, o, mejor dicho, los habitantes, con la anuencia y colaboración de las autoridades, hacen de ese espacio una superficie alejada totalmente de la naturaleza. Lo vuelven impermeable, lo desproveen de áreas verdes y dejan que esta superficie artificial, rugosa y seca crezca con escasos o nulos planes de desarrollo. Pero volvamos al clima. Todas las características anteriormente nombradas logran modificar el perfil vertical de la atmósfera de forma local, sin siquiera necesitar de la ayuda del calentamiento global. Es decir, hay un cambio de clima a escala de la ciudad por efecto de la urbanización. Sí, efectivamente, la ciudad tiene lo suyo: temperaturas más altas en zonas densamente pobladas y sin vegetación, menor humedad en el ambiente, eventos de precipitación más intensos y de corta duración, entre otros.

Las evidencias de esta modificación climática a escala local son claras, pues se cuenta con registros instrumentales, imágenes satelitales, incluso con la memoria de los que habitan esos espacios desde hace varias décadas. La influencia de las ciudades altera, definitivamente, la porción de atmósfera donde están ubicadas. Tomemos el ejemplo más estudiado y notorio: mayores temperaturas en las zonas céntricas y densamente construidas en comparación con los alrededores más frescos (si es que se encuentran vegetados), y las zonas rurales. A este fenómeno se le conoce como “isla de calor”. El nombre es hasta sugerente; en la realidad climática, los efectos no lo son en absoluto.

¿Cómo se forma una isla de calor? El proceso físico es complejo, pero una explicación breve incluiría estas palabras clave: alta densidad de construcciones, escasa vegetación y materiales que absorben calor. Dichas características tan propias de una ciudad propician que la radiación proveniente del sol, al no haber vegetación ni otras fuentes donde evaporar agua, se gaste en calentar la superficie urbanizada y, posteriormente, esta superficie va a calentar el aire. En las áreas rurales con vegetación y cuerpos de agua ocurre algo muy distinto: la radiación que proviene del sol se utiliza más para evaporar las fuentes de humedad (vegetación, lagos, ríos) que para calentar el aire. Esto da como resultado una diferencia térmica urbano-rural, es decir, se genera una especie de burbuja de aire tibio sobre la ciudad en comparación con el campo. ¿Es esto muy grave? No si la isla de calor se presenta en los meses de invierno, o bien en las primeras horas de la mañana cuando todavía no ha salido el sol. La situación comienza a ser comprometida cuando este fenómeno térmico se presenta en los meses cálidos y además en las horas del mediodía.

Hasta aquí se puede decir que la población citadina está adaptada, o quizá mal adaptada o en vías de adaptación según su ubicación, las condiciones socioeconómicas y el compromiso de las autoridades. A la difícil situación de muchas ciudades con una acentuada e intensa isla de calor, hay que agregar ahora los efectos del cambio climático global. Esta dupla aumenta casi desorbitadamente el reto de proveer a la población de las condiciones necesarias para evitar desastres: agua, servicios de salud adecuados, energía eléctrica suficiente a costos accesibles, entre otros. Además, la respuesta de las ciudades en países pobres ante los extremos climáticos suele ser reactiva, es decir, paliar los efectos como se pueda, a la carrera y con un seguimiento breve. Lo mejor sería, por supuesto, estar preparados y listos ante el escenario ahora ya inevitable. Actuar con antelación es lo indicado, lo más económico y lo más justo para las generaciones futuras.

Algunos lectores a estas alturas se habrán percatado de que la zona metropolitana de Puebla se ajusta cada vez más al retrato hablado desde el inicio: goza de buen clima, lejos del mar en distancia y en altitud; además, económicamente es un polo de atracción, es decir, quizá estará a la vista de las ciudades preferidas para recibir a los desplazados de las ciudades inundadas. También se ajusta al perfil de las ciudades que crecen y crecen con escasa organización, con áreas verdes cada vez más reducidas y una periferia con asentamientos irregulares de población vulnerable. Los efectos del calentamiento por efecto de la urbanización son una realidad desde hace décadas; los que corresponden al calentamiento global están ya en marcha: aumento de temperatura, sequías frecuentes y, posiblemente, lluvias todavía más intensas. ¿Será que, a pesar de lo que se sabe, se ve y se siente, dejaremos la planeación para después?

Ante esas condiciones, la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de Puebla y académicos y estudiantes de la BUAP, de la Universidad Veracruzana y de la UNAM, desde noviembre de 2021 hemos acordado acelerar los estudios del clima urbano de la ciudad. Se trata de estrechar la brecha de colaboración entre autoridades y academia, buscando que la toma de decisiones para reducir los impactos del cambio climático emplee la mejor ciencia posible, y que la ciencia sea políticamente relevante.

 

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