La diversidad de la ciencia. Una visión personal de la búsqueda de Dios

Sagan, Carl. (2022). La diversidad de la ciencia. Una visión personal de la búsqueda de Dios. Ediciones Culturales Paidós.

Sagan, Carl. (2022). La diversidad de la ciencia. Una visión personal de la búsqueda de Dios. Ediciones Culturales Paidós.

(Con el enfrentamiento en Ucrania entre los Estados Unidos y Rusia estas potencias nucleares se acercan peligrosamente a un enfrentamiento nuclear que pondría en riesgo la vida humana en la Tierra. Para entender esto, tomamos parte del capítulo 8 del libro de Carl Sagan, donde se describen algunos de los efectos catastróficos para nuestra civilización.)

 

Un asteroide de unos diez kilómetros de diámetro llega a la atmósfera, el tamaño es mayor que la profundidad del océano, por lo que es lo mismo que si impactase en tierra. La consecuencia inmediata es la formación en el fondo del océano de un cráter inmenso y la propulsión hacia las alturas de las finas partículas así generadas, que forman una nube compuesta por el fondo del mar pulverizado y el objeto impactante pulverizado, que tarda unos años en desaparecer de la atmósfera alta de la Tierra. Durante este período de tiempo, la luz del sol no alcanza las superficie de la Tierra y el resultado es una superficie fría y oscurecida en todo el mundo que, a causa de las diferencias en la fisiología de mamíferos y reptiles, llevó a la extinción de los dinosaurios y muchos otros tipos de vida.

Esto es lo que ocurrió a los dinosaurios. No tuvieron capacidad de preverlo ni, por supuesto, de impedirlo. Lo que me gustaría describir ahora es una catástrofe que en ciertos aspectos es bastante similar y pone en peligro el futuro de nuestra propia especie. Es muy distinta en un aspecto: a diferencia de los dinosaurios, somos nosotros los que hemos creado, a un costo enorme, este peligro. Solo nosotros somos responsables de su existencia y, si tenemos la valentía suficiente y estamos dispuestos a reconsiderar la sabiduría convencional, tenemos los medios para impedirlo. Este problema es la guerra nuclear.

Las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki —todo el mundo ha leído sobre ellas, todos sabemos algo de sus efectos— mataron a un cuarto de millón de personas, sin distinción de edad, sexo, clase, ocupación ni nada. El planeta Tierra tiene actualmente cincuenta y cinco mil armas nucleares, casi la mayoría de las cuales son más poderosas que las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki y algunas de ellas, cada una por sí sola, mil veces más potentes. De veinte a veintidós mil de estas armas se denominan armas estratégicas y están listas para ser lanzadas con la máxima rapidez posible, esencialmente a través de medio mundo hasta el país de otros. Los misiles balísticos tienen capacidad suficiente para que el tiempo de tránsito sea inferior a media hora. Veinte mil armas estratégicas en el mundo es un número muy alto. Preguntémonos por ejemplo cuántas ciudades hay en el planeta Tierra. Si la definición de una ciudad se basa en un lugar que cuenta con más de cien mil habitantes, hay dos mil trescientas ciudades en la Tierra. Así pues, si quisieran, Estados Unidos y la Unión Soviética (hoy Rusia ya que este libro fue escrito con base en un conjunto de conferencias dictadas en 1985 por Carl Sagan***) podrían destruir todas las ciudades de la Tierra y aún les quedarían dieciocho mil armas estratégicas para hacer otra cosa con ellas.

Mi tesis es que no solo es una imprudencia, sino también una insensatez sin precedentes en la historia de la especie humana disponer de un arsenal tan grande de armas con ese poder destructivo. Los efectos inmediatos de guerra nuclear son bastante conocidos. Diré unas cuantas palabras sobre ellos, pero quiero concentrarme principalmente en los efectos globales y a largo plazo descubiertos más recientemente y por tanto menos conocidos.

Imaginemos la destrucción de la ciudad de Nueva York por dos explosiones nucleares de un megatón en una guerra global. Podríamos elegir cualquier otra ciudad del planeta y, en una guerra nuclear, podemos tener por seguro que esa ciudad sufriría un destino similar. Empezando por el World Trade Center y siguiendo un radio de unos quince kilómetros a la redonda, los efectos arrasarían con todo. Somos conscientes de la bola de fuego y las ondas expansivas, los neutrones rápidos y los rayos gamma, los fuegos, los edificios colapsando, el tipo de cosas que causaron la mayoría de las muertes en Hiroshima y Nagasaki. Pero la radiación de la bomba también enciende fuegos, algunos de los cuales son apagados por las ondas expansivas mientras se eleva el hongo nuclear. Otros no.

Estos incendios pueden aumentar y, en muchos casos, aunque ciertamente no en todos, se unen y forman una tormenta de fuego. Estudios recientes sugieren que las tormentas de fuego podrían ser mucho más comunes y severas de lo que se había pensado en anteriores investigaciones, produciendo el mismo tipo de fuego que el del hogar de una chimenea con una corriente de aire excelente. El resultado global es el que ya sabemos no queda ninguna ciudad en pie, pero ese sería el menor de los problemas.

Más allá de la destrucción de las ciudades se formaría una nube de humo llena de hollín no solo sobre la ciudad, sino que sería transportada por el fuego a alturas muy elevadas, donde ese humo negro recibiría el calor del sol y por tanto se expandiría todavía más. Eso, obviamente, no ocurriría solo sobre un objetivo. Sino sobre la mayor parte de ellos.

Las ciudades e instalaciones petroquímicas sería el objetivo preferente. Los vientos imperantes llevarían las finas partículas en una misma dirección, de oeste a este. Si se produjera un intercambio pleno, se detonarían algo así como diez mil armas nucleares.

Unos diez días después, todavía podría haber unas cuantas explosiones nucleares, por ejemplo, de comandantes de submarinos nucleares que no se hubieran enterado de que la guerra había terminado. El humo y el polvo circularían por todo el planeta y se extenderían hacia el polo y el ecuador en latitud. El hemisferio norte quedaría casi totalmente impregnado de humo y polvo. Ráfagas de humo llegarían al hemisferio sur. Después, la nube atravesaría el ecuador hasta bien adentro de este otro hemisferio y, aunque también allí caerían las temperaturas.

Se han realizado algunos cálculos en el Centro Nacional de Investigación Atmosférica simulando una guerra de cinco mil megatones. La extensa expansión del humo veinte días después del fin de la guerra produciría descensos de temperatura de quince a veinticinco grados centígrados por debajo de lo normal.

El resultado total, como podríamos imaginar, es malo. Los efectos son globales. Al parecer, duran varios meses, posiblemente años…

 

***En 2006 los arsenales nucleares del mundo se han reducido a unas veinte mil armas, aún unas diez veces más de lo que sería necesario para destruir nuestra civilización global. Las principales reducciones desde 1985 se debieron al Tratado Start II de 1993 entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

 

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