Capítulo 10 (pág. 234)
Oaxaca, un viaje al corazón del México profundo
En marzo de 2009 concluí mi recorrido por los 2 mil 38 municipios de régimen de partido del país y el 20 de noviembre de ese mismo año terminé de visitar los 418 municipios indígenas, de usos y costumbres, del estado de Oaxaca; y ahora hago este relato para compartir mis reflexiones y, al mismo tiempo, rendir homenaje al gran antropólogo social Guillermo Bonfil Batalla, defensor del <<México profundo>> y creador de este concepto.
Desde finales de 4 julio viajé por las ocho regiones de Oaxaca: la Mixteca, la Cañada, el Papaloapan, la Sierra Norte, la Sierra Sur, la Costa, el Istmo y los Valles Centrales. Durante este tiempo solo estuve en la Ciudad de México los lunes porque de martes a domingo iba a Oaxaca. Por lo general tomaba como base una ciudad o pueblo grande, situado estratégicamente, y de ahí me desplazaba a diario para llevar a cabo asambleas informativas en municipios cercanos. Salía muy temprano en la mañana, celebrábamos en promedio seis reuniones y regresaba por la noche. En total, recorrí 25 mil kilómetros, la mayor parte de terracería. Aunque hubo algunos incidentes —casi todos provocados por órdenes del gobernador Ulises Ruiz Ortiz a través de sus delegados regionales, una especie de jefes políticos del Porfiriato—, en todos lados nos recibieron con bandas de música y nos trataron con respeto y afecto. Me dieron la confianza al entregarme bastones de mando, investirme camisas tatamandón, ponerme coronas y collares de flores y, como es propio de esta gente buena y generosa, me regalaron tortillas, totopos, panes, quesos, miel, chiles, frutas, café, chocolate, mezcal, sombreros, huaraches, petates, jorongos, paños, vestidos bordados, tapetes, cerámicas, pinturas, alebrijes y esculturas. Podría contar muchas cosas extraordinarias que apunté en mi diario acerca de cada uno de los pueblos, pero solo ajustaré a tratar en cuatro apartados esta gran experiencia: la cultura, la pobreza, el mal gobierno y las posibilidades de un cambio democrático verdadero con una propuesta de desarrollo y bienestar.
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Contario a la mala costumbre de hablar de la cultura siempre al final, en este caso, definitivamente no es posible. Si la realidad nacional no se entiende a cabalidad sin tomar en cuenta la idiosincrasia de los pueblos, menos podría comprenderse lo que sucede en Oaxaca, sin partir de su gran riqueza cultural. El de Oaxaca es uno de los pueblos más cultos del mundo. En esta porción del territorio nacional se conservan valores, costumbres, tradiciones comunitarias, lenguas y organización social, heredadas de la gran civilización mesoamericana. La pregunta obligada es por qué en Oaxaca, más que en otras partes del país, se ha podido preservar tan viva la cultura originaria. Aunque la respuesta amerita un amplio estudio antropológico y, desde luego, ese no es mi propósito, sí puedo plantear algunas hipótesis sobre factores que hicieron posible esta continuidad a través de los siglos.
Debe considerarse que, al momento de la invasión europea, los pueblos de Oaxaca mantenían un alto grado de desarrollo; que la colonización fue menos brutal que en otras regiones del país, entre otras cosas, por la poca relevancia que alcanzó la minería, que implicaba una mayor sobreexplotación del indígena en los lugares donde abundaban los metales preciosos. También pudo haber ayudado que, en vez de la esclavitud, se impuso un sistema de encomienda, que significaba pagar una renta o tributo al conquistador, pero sin que perdiera la comunidad el dominio sobre las tierras. Tal vez pudieron haber influido otras causas como el hecho de que la evangelización estuvo a cargo, fundamentalmente, de los dominicos, más respetuosos de los derechos indígenas. Y es muy probable que haya sido decisiva la resistencia de los pueblos ante la dominación colonial. Lo que sí sabemos es que, en Oaxaca, como en ningún otro estado del país, desde hace 500 años, los pueblos han mantenido la posición de las tierras. A diferencia de otros lugares, no predominaron las haciendas con peones acasillados. Pese a los cambios que se registraron después de la Independencia, la Reforma y la Revolución, en la práctica, no se modificó la estructura agraria. Como consecuencia, actualmente es el estado con más propiedad social. De las 9 400 000 hectáreas de su territorio, 62 por ciento es de tierras comunales, 23 por ciento de ejidos y solo 15 por ciento de propiedad privada. De modo que, a pesar de la dominación occidental, la posesión de la tierra a lo largo de la historia ha sido un factor decisivo en la conservación de la cultura de los pueblos. El control del territorio no solo ha permitido la subsistencia, sino sostener una relación de armonía con la naturaleza, mantener la medicina tradicional y conservar ceremonias, mitos y leyendas. Hay que tener en cuenta que los indígenas no conciben la tierra como una mercancía; es mucho más que eso: es la vida misma y el centro del universo. Hoy, a pesar del proceso de aculturación o desindigenización impulsado por la ideología y el racismo dominantes, existen 16 grupos étnicos: zapotecos, mixtecos, huaves, mixes, chinantecos, cuicatecos, amuzgos, chatinos, chochos, ixcatecos, mazatecos, chontales, nahuas, triquis, zoques, popolocas, además de los afroamexicanos de la región de la Costa. En total, hay cerca de 2 000 000 de indígenas, que representan 60 por ciento de la población del estado… En casi todos los pueblos la gente coopera y aporta tequio en beneficio de la comunidad. Todos aceptan participar en jornadas de trabajo para la construcción y mantenimiento de caminos, la edificación de escuelas, la reparación de templos y la reforestación de los bosques, entre otras actividades. En este mundo prácticamente no existe la noción de salario. Prevalece la ayuda mutua (la gozona), el mercado se realiza a través de trueque.
En cuanto al gobierno de los pueblos, es la asamblea comunitaria el órgano de decisión más importante. Ahí se elige a las autoridades que duran en su encargo entre uno y tres años. Los funcionarios no cobran. Hay un auténtico servicio civil de carrera. Se empieza desde joven como topil o policía, luego se va ascendiendo a teniente, comandante, mayor de vara, regidor de educación, de obra pública, de hacienda, hasta llegar a alcalde, síndico y presidente municipal. Al concluir sus cargos pasan a ser caracterizados, a formar parte del consejo de Ancianos o Tatamandones. Todos los miembros de un pueblo tienen el deber de servir a la comunidad. Si son elegidos para cargos administrativos o como mayordomos en fiestas patronales, se les llama y tienen que cumplir, no importa que trabajen en el extranjero o en otra parte de la República…