La farmacodependencia es un problema de salud pública global que debe resolverse por varias razones. Las personas que generan dependencia a sustancias químicas que son ampliamente reconocidas por su toxicidad al cuerpo humano, generalmente buscan cubrir carencias físicas, emocionales o hasta espirituales a través del consumo de estos tóxicos. Es por ello que convencerlas de dejar estas sustancias resulta una tarea prácticamente imposible si no se acompaña de un tratamiento integral biopsicosocial así como de una concientización de la sociedad sobre las implicaciones individuales y globales del problema.
La farmacodependencia es un problema de salud pública precisamente porque no sólo afecta al individuo sino también a todos y a todo lo que le rodea. El reporte de 2010 de la Organización Mundial de la Salud señala a la mariguana seguida por los estimulantes de tipo anfetamínico (metanfetamina, anfetamina, éxtasis), la cocaína y los opiáceos (heroína, morfina, opio), como las sustancias psicoactivas de abuso más consumidas en el mundo. Los efectos adversos de las principales drogas de abuso en el organismo humano las conocemos bien. La mariguana o cannabis tiene como principales efectos adversos aquellos que afectan al sistema nervioso central: mareo, somnolencia, fatiga, euforia; así como efectos gastrointestinales como dolor abdominal, nausea y vómito. Cuando las dosis son altas o consumidas por largos periodos pueden ocurrir intoxicaciones moderadas o severas independientemente de la vía de exposición. Las alteraciones del estado de ánimo, de la coordinación motora y de las funciones neurológicas en general son las más comunes.
Las anfetaminas por su parte causan taquicardia, hipertensión, alteraciones del movimiento, convulsiones, cardiomiopatía, fallo cardiaco, malnutrición, vasculitis cerebral, y en ocasiones enfermedades psiquiátricas permanentes como depresión o psicosis paranoides.
El consumo crónico de cocaína puede causar ansiedad, alucinaciones, hipertensión, palpitaciones, isquemia cerebral o cardiaca, convulsiones o agitación severa, toxicidad muscular severa, fallo renal agudo, daño hepático o disfunción cardiaca entre otros.
La diacetilmorfina o heroína se convierte en gran medida a morfina en el organismo, por lo que sus principales efectos adversos son euforia, estreñimiento, nausea, vómito, bradicardia, hipotensión, depresión respiratoria, hipoxia y daño pulmonar agudo.
Adicionalmente, todas estas sustancias tienen un alto potencial de causar daños agudos o irreversibles a los bebés cuando se consumen durante el embarazo o en el periodo de lactancia.
Aún esta lista interminable de efectos adversos de las drogas de abuso ha resultado incapaz de hacer conciencia no solamente en los consumidores de ellas, sino en la sociedad y en las autoridades para el reforzamiento de los programas de prevención y tratamiento de adicciones. El problema sin embargo, va más allá de afectar individuos y sus familias. El consumo de drogas de abuso también tiene el potencial de afectar el medio ambiente, y ya se han detectado las primeras señales. Sabemos que las sustancias activas de las drogas de abuso o sus metabolitos pueden analizarse en la orina en ensayos toxicológicos para conocer si la persona las ingirió y si lo hizo en cantidades altas. Esto es posible debido a la farmacocinética de estas sustancias, es decir, al conjunto de mecanismos fisiológicos y bioquímicos que las procesan una vez que se ingieren con el objetivo de eliminarlas del organismo.
La mariguana por ejemplo, se excreta por las heces y por la orina, ya sea en forma de metabolitos o en forma inalterada. Los estimulantes de tipo anfetamínico también se metabolizan y sus metabolitos tienen actividad biológica. Alrededor del 30-40% se excretan inalterados en orina y el grado de excreción depende del pH o grado de acidez de la orina del individuo que los ingirió.
Entre el 85 y el 90% de una dosis de cocaína ingerida se recupera en la orina del individuo, hasta el 5% llega a ser cocaína inalterada y hasta el 90% se llega a excretar en forma de los metabolitos metiléster de ecgonina y benzoilecgonina. Al igual que los estimulantes de tipo anfetamínico, dependiendo del pH de la orina, es el porcentaje mayor de cocaína administrada que se excreta inalterada en la orina. Tanto la administración intranasal como incluso la aplicación ocular de preparados de cocaína, permiten su aparición en la orina dada su farmacocinética.
La heroína o diacetilmorfina se metaboliza extensamente a morfina en el organismo y su excreción ocurre por la orina entre el 42 y el 77%.
Con base en esto, podemos empezar a preguntarnos qué pasa con toda esa orina y heces que llevan estas sustancias químicas o sus metabolitos y que se concentran en las aguas residuales de proveniencia doméstica. Estas aguas residuales traen además trazas de otras sustancias, entre ellas todos los medicamentos que consumimos legalmente, pero que de igual forma están apareciendo en los mantos freáticos; algunos como los antibióticos, los antidepresivos y los anticonceptivos orales, se han detectado hasta en el agua potable. Aún cuando las concentraciones en el medio ambiente sean bajas, no podemos subestimar los efectos que puedan estar causando en los organismos vivos que nos exponemos a ellas sobre todo porque están presentes como mezclas complejas quizá con toxicidad más alta que las propias sustancias individuales. Muchas sustancias químicas y fármacos sobreviven a los procesos de tratamiento de aguas residuales y cuando estas aguas se usan para el riego de cultivos, su presencia en los vegetales que comemos, así sea en concentraciones ínfimas, puede estar afectándonos aún sin saberlo.
Un estudio reciente de la Universidad de Toronto, insinuó la posibilidad de que las cantidades de estrógenos que están llegando a los mantos freáticos como resultado del alto consumo de anticonceptivos orales en algunos países, puede ser la causa del aumento en la incidencia de cáncer de próstata en los hombres. Aún cuando este estudio es preliminar y se requiere más investigación, nos hace pensar sobre la paradoja de las consecuencias de querer evitar intencionalmente la reproducción de nuestra especie.
La determinación de los niveles de varias sustancias psicoactivas en las aguas residuales ha comenzado a usarse para estimar el grado de consumo real de drogas ilícitas por una población determinada. En las aguas de EUA, las anfetaminas; la cocaína en el río Po, el más extenso río en Italia; la heroína y la morfina en las aguas residuales domésticas de toda Europa; y la benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína presente en el agua potable aún después de la clorinación, floculación, filtración con arena y aplicación de carbón activado; son algunos ejemplos del riesgo ambiental que representa la farmacodependencia a nivel global. Aún cuando las concentraciones de estas sustancias sean del orden de los nanogramos por litro, la exposición contínua, su persistencia y su capacidad de bioconcentración en organismos acuáticos y terrestres no deben subestimarse.
Investigadores canadienses han seguido desde hace algunos años los efectos de los estrógenos sintéticos y sus metabolitos presentes en las aguas de los ríos sobre algunas especies de peces. Estos derivados estrogénicos provienen principalmente de la orina de mujeres que toman anticonceptivos orales y han ocasionado la sobre-expresión de genes que codifican para proteínas femeninas, causando la feminización de algunas especies acuáticas y por tanto su desaparición gradual, esta última demostrada en estudios realizados in vitro. Éste y otros casos han originado el desarrollo de la eco-farmacovigilancia, disciplina que se enfoca en el estudio de los efectos adversos de los medicamentos y productos farmacéuticos, incluidas las drogas de abuso por su actividad farmacológica, sobre el medio ambiente.
Sin duda, aunque la concentración de estas sustancias activas en el medio ambiente sea muy baja, tienen el potencial de alterar el equilibrio ecológico de diversas formas, y si además tomamos en cuenta la magnitud de su consumo en las diferentes regiones del mundo, el problema deja de ser local y se convierte en una preocupación global para abordar desde la educación, la investigación y la regulación. Los efectos de la farmacodependencia sobre el medio ambiente son una razón más para seguir realizando esfuerzos por prevenir, investigar y tratar este problema de salud pública desde una nueva perspectiva. Necesitamos métodos novedosos y efectivos de descontaminación y tratamiento de aguas residuales domésticas así como estrategias efectivas para la prevención de la drogadicción y del uso indiscriminado de medicamentos en todo el mundo. Una sociedad 100% química como la nuestra debe procurar en todo momento la preservación del medio ambiente antes de que sea demasiado tarde, el futuro ya nos alcanzó y la rueda del destino ya comenzó a girar.
Lecturas de interés
Zuccato E, Castiglioni S. Illicit drugs in the environment. Phil. Trans. R. Soc. A 13 October 2009 vol. 367 no. 1904 3965-3978. DOI: 10.1098/rsta.2009.0107
Organización Mundial de la Salud. Substance abuse home. Disponible en: http://www.who.int/substance_abuse/en/
Nagpal NK, Meays CL. Water Quality Guidelines for Pharmaceutically-active-Compounds (PhACs): 17α-ethinylestradiol (EE2). Ministry of Environment Province of British Columbia. September 2009. Disponible en: http://www.env.gov.bc.ca/wat/wq/BCguidelines/PhACs-EE2/PhACs-EE2-tech.pdf
* Doctora en Farmacia por la Universidad Eberhard-Karls Universität Tübinegen, Alemania. Profesora e investigadora del Departamento de Ciencias Químico-Biológicas de la UDLAP. Presidenta de la Asociación Mexicana de Farmacéuticos de Hospital. [email protected]