De las deidades de los oficiales que pulían espejos y labraban las piedras preciosas antes de la conquista

En el taller de óptica lanzamos maldiciones pero también invocamos a los dioses cuando no podemos pulir una superficie óptica. Para Bernardino de Sahagún, en el mundo prehispánico había cuatro “demonios” encargados de la protección y apoyo de los que pulían piedras preciosas y espejos (Historia General de las cosas de la Nueva España, Ed. Porrúa).

Según el fraile franciscano: la primera diosa se llamaba 7-Perro o Papaloxáhuatl (“la que tiene mariposas como pintura facial”), el segundo Naualpilli (“príncipe mago”), el tercero Macuilcalli (“5-casa”) y el cuarto Cintéotl (“dios mazorca”). Estos dioses tenían su propia fiesta porque, se decía, habían inventado el arte de tallar cuentas preciosas de cristal, de ámbar, y de labrar cuentas y ajorcas (pulsera de metal usada en la muñecas o en los tobillos) y agujerear y pulir todas las piedras.

La fiesta la organizaban los oficiales viejos y participaban todos los demás lapidarios. Había ofrenda, cantos y a las personas que representaban a los cuatro dioses les hacían su velada, las alegraban y hacían gozar porque eran finalmente sacrificados. De los cuatro dioses la principal, 7-Perro (a la que se le atribuían el afeite de las mujeres) era representada por una mujer, los otros tres eran varones. La fiesta se hacía en Xochimilco, porque se decía que los abuelos y antecesores de los lapidarios procedían de ahí.

Pulido de piedras preciosas

Los artífices lapidarios “cortan el cristal, blanco o rojo, y el jade y la esmeralda, con arena de sílice y con un metal duro. Y los pulen con pedernal, y los perforan y horadan con un punzón de metal. Luego lentamente tallan su superficie, la desbastan y dan a las piedras la última perfección con un palo; con él las pulen y de este modo brillan y echan reflejos de sí. También las pulían con un bambú fino.”

Pero el llamado “pedernal de sangre… se raspa con agua y con una piedra dura que viene de Matlatzingo (Valle de Toluca), porque esa se aviene bien con esta piedra fina. Enseguida se labra la superficie con esmeril. Finalmente se perfecciona y pule con el bambú fino y de este modo se le hace dar fulgores y reflejos.”

El “pedernal de colibrí” y la “bola verde” se raspan con un poco de arena, porque son muy duros. Finalmente se labran sus superficies con bambú para darle reverberos y relucencias. La turquesa, por no ser tan dura, se pule con el “pulidor de turquesas”.

Pulidores de espejos

Los lapidarios, además de pulir piedras preciosas para hacerlas relucir con una caña macisa que llaman ótlatl, también venden espejos. “Los lapidarios cortan sutilmente piedras de espejo, y las raspan con el instrumento que llaman teuxalli y las asierran con un betún hecho de estiércol de murciélagos, y los pulen en unas cañas macizas que se llaman quetzalótlatl. Los lapidarios venden espejos de dos haces, pulidos de ambos lados (lentes) y de un haz solamente, y espejos cóncavos, todos muy buenos, y algunos de piedras blancas, y otros de piedra negra.”