El maíz como planta sagrada
Durante miles de años los hombres concibieron el mundo como un ámbito sagrado. En la actualidad esta cosmovisión perdura como un elemento fundamental que ordena no solo la vida religiosa de los pueblos indígenas de México, sino también varios aspectos de su organización social y su cultura.
Hace unos 8 mil años, cuando el maíz se comenzó a cultivar en el área geográfica de lo que hoy conocemos como Tehuacán, en Puebla, y Cuicatlán, en Oaxaca, la relación que los hombres mantenían con la naturaleza tenía un fuerte vínculo ritual y la agricultura era una expresión más de esa ritualidad. Sembrar el maíz y observar el prodigio de su reproducción, cosechar una cantidad suficiente para el mantenimiento de la población y seleccionar las semillas necesarias para su futura multiplicación. Estas acciones, repetidas a lo largo de los siglos, permitieron el descubrimiento de las cualidades de esta planta, e hicieron posible que fuera concebida como una hierofanía, es decir, como un ser a través del cual se revela el carácter sagrado de la existencia mediante el poder genésico de la reproducción y las fuerzas cósmicas de la muerte y el renacimiento.
No es casual, entonces, que la planta de maíz aparezca representada desde los primeros tiempos de la civilización olmeca y que tenga un lugar destacado en todas las culturas mesoamericanas como símbolo del mantenimiento de los pueblos. Vemos representaciones del maíz en sitios tan distantes en el tiempo, pero culturalmente emparentados, como los relieves labrados hace 3 mil años en las paredes del cerro de Chalcatzingo, en el estado de Morelos; en los impresionantes murales de Cacaxtla, en Tlaxcala, donde se representa una milpa cuyas mazorcas tienen rostros humanos, o, mil años después, en la iglesia de Tonantzintla, cerca de Cholula, donde aparecen cuatro rebosantes cuitlacoches al pie de la Virgen María en las esquinas del sotacoro de la iglesia.
Los dioses mesoamericanos son símbolos de fenómenos cósmicos. De este modo, las deidades más importantes del maíz, Centéotl y Chicomecóatl, están íntimamente asociadas con diosas de la tierra y la fertilidad, como Cihuacóatl-Tonantzin, Xochiquetzal y Chalchiuhtlicue, y a los númenes de la lluvia y la vegetación, como Tláloc; los tlaloques y Xochipilli, el dios de las flores, la danza y el canto; a Quetzalcóatl, dios del viento que acarrea las nubes. Sabemos también que algunas de las antiguas deidades eran andróginas y que podían manifestarse indistintamente en cualquiera de los dos sexos, como es el caso de los númenes del maíz.
El nombre de Centéotl viene de Centli, voz que designa la mazorca del maíz seco y teotl, que significa dios o persona sagrada. Entre los antiguos nahuas se designaba de un modo distinto al maíz de acuerdo con los momentos en el proceso de su madurez. Cuando el maíz estaba tierno se le llamaba Xilonen y se le representaba como una deidad joven. Otra forma de nombrar a Centéotl era Chicomecóatl, que significa “Siete Serpiente”. Chicomecóatl era el séptimo día de la séptima trecena del Tonalámatl o calendario adivinatorio. Todos los días de este calendario fueron deificados y adorados por los antiguos mexicanos, pero solo algunos de ellos fueron personificados y representados en imágenes. Tal es el caso de Macuilxóchitl (5-Flor), nombre calendárico de Xochipilli-Centéotl, y de Chicomecóatl, a quien el fraile Bernardino de Sahagún compara con Ceres, la diosa romana de la agricultura, que equivale a la diosa Demeter de los griegos. De la misma manera en que Ceres da lugar al pan de trigo en la antigua Europa, Centéotl-Chicomecóatl da origen a la tortilla de maíz en Mesoamérica.
El mito nahua del origen del maíz
Las diversas culturas mesoamericanas han dado cuenta del origen del maíz a través de relatos míticos. Los mitos son historias de carácter sagrado que relatan el origen de las cosas. Un mito de origen nahua cuenta cómo Quetzalcóatl descendió al mundo de los muertos para traer los “huesos preciosos” que entregó, en Tamoanchan, a la diosa Cihuacóatl “La mujer Serpiente”, para que los moliera. Una vez molidos y colocados en una vasija, Quetzalcóatl se sangró el pene sobre este polvo primigenio con el cual fueron creados los humanos.
Entonces se preguntaron los dioses qué cosa comerían estas criaturas. Sucedió que una hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos, cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder, pero ante la insistencia del dios, finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano de maíz a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero enseguida los dioses se preguntaron ¿Qué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, en un acto de adivinación en el que emplearon también semillas de maíz. Aquellos chamanes revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Entonces se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder, y Nanahuatl desgranó el maíz a palos. Los tlaloque recogieron todo el maíz esparcido en estos cuatro colores además de frijol, bledos y otros alimentos, todo a consecuencia de haber apaleado el Tonacatépetl (Anales de Cuauhtitlan, 1992)
Es notable en este mito no solo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores; también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo molieron en sus bocas: en este acto está simbolizada su preparación en el nixtamal. La molienda y la cocción, el metate y el comal son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, también, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia, los tlaloques, como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos.
Las semillas de maíz y los muertos tienen en común que comparten su existencia en el inframundo. Por esta razón Quetzalcóatl se transfigura en hormiga, pequeño animal que habita también bajo la tierra y trae a la superficie tanto los huesos de los antepasados como el maíz para alimentar a los hombres que surgirán de ellos. El vínculo humanidad-maíz-muertos se cierra en un círculo mítico y ritual que perdura hasta nuestros días: el 2 de febrero, fiesta de La Candelaria, se bendicen las semillas en los templos donde la Diosa Madre, mediante el agua bendita, ejerce un efecto protector y fertilizador en las semillas que se sembraran tres meses después, cuando comiencen las lluvias; el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, se piden las lluvias y se inician las siembras; 29 de septiembre, día de San Miguel, se entregan las primicias; 1 y 2 de noviembre, días de muertos, se comparte las cosecha con los espíritus de los difuntos.
Nota
+ Anales de Cuauhtitlan, 1992. Códice Chimalpopoca. Anales de Cuauhtitlan y Leyenda de los Soles, Primo Feliciano Velázquez, trad., México, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas (Serie Prehispánica, 1).