Astronotura y literanomía: sobre la importancia de dudar

p-08-y-09JSG Para continuar esta charla, que empezó en privado y ha saltado a lo público, decidimos hablar en principio de nuestras diferencias o, mejor dicho, de las diferencias entre nuestras respectivas disciplinas o áreas de trabajo, para ir viendo luego si podíamos acercarnos de a poco a las convergencias. De manera que, aunque yo no concibo ni he concebido nunca que exista alguna clase de abismo entre la literatura y la astronomía (allí están los mitos sobre las estrellas y los orígenes, que marcan el nacimiento ambas actividades), o entre la literatura y cualquiera de las llamadas “ciencias duras”, podría empezar esta provocación diciendo que a un científico le interesan en primer lugar los hechos, mientras que al escritor, o al cuentista, le interesan sobre todo las historias. Un astrónomo, un físico, un economista, creen que la verdad está en los hechos, en los datos. Un cuentista, en cambio, considera que los hechos, aislados o reunidos solo entre sí, no dicen nada, no tienen significado, hasta que se vuelven parte de una narración, de un relato, incluso si ese relato es, como suele ser, materia de la ficción. Digamos, entonces, para ir poniendo la mesa, que ni la verdad se encuentra siempre en los datos, ni ficción significa necesariamente mentira. O en un par de ejemplos concretos: el índice de lectura de México no prueba que seamos un pueblo de analfabetos, aunque el dato sea irrefutable, y uno puede aprender cosas muy importantes y muy ciertas sobre el amor y la pasión leyendo Ana Karenina, aunque Tolstoi se haya inventado los acontecimientos y a los personajes.

 

OLC Charles Percy Snow, en su famoso ensayo titulado “Las dos culturas”, señaló que entre las ciencias y las artes tenemos un abismo de mutua incomprensión. Más que diferencias, es la ignorancia mutua lo que nos separa. Existen estereotipos que son difíciles de erradicar; así tenemos que los científicos son personas lógicas y frías, mientras que los escritores sienten el palpitar del mundo en sus plumas y pueden inventar mundos. Más allá de los hechos, en las “ciencias duras” lo que manda es el experimento. El famoso y carismático físico americano Dick Feynman decía que si tu teoría no concuerda con el experimento está mal, y no te queda más remedio que abandonarla, sin importar lo bella que sea. Los resultados de los científicos se publican en forma de reportes a los que llamamos artículos científicos. Se ha dicho que el artículo científico es árido e impersonal. Sin embargo, el artículo también cuenta una historia. Los artículos científicos de Albert Einstein se podrían llamar historias. Einstein desplegaba argumentos lógicos que guiaban y persuadían al lector brindándole la imagen de un mundo que nadie había visto o imaginado. Este es el universo relativista y reconocemos que paulatinamente nos sentimos más cómodos de habitarlo. Hay que destacar que Einstein por haber sido educado en el sistema alemán, tenía una fuerte formación filosófica.

Tienes que reconocer que no todos los científicos somos como Sheldon Cooper, él tiene una condición llamada Síndrome de Asperger, no todos los científicos lo padecemos. Quizá el caso más cercano a Sheldon haya sido el físico británico Paul Dirac, el padre de las antipartículas. En 1928 Dirac descubrió, a partir de sus ecuaciones, que las partículas deberían tener una antipartícula con las mismas características, pero con carga opuesta. Así le saltó el positrón, costó trabajo aceptar que esta partícula hipotética tendría la misma masa que un electrón, pero con carga positiva. El positrón fue identificado en 1932 por Carl David Anderson. Así, de la mente y la retórica de un personaje frío y lógico, que tenía gran dificultad para comunicarse con otras personas, surgió el mundo de las antipartículas. Sin embargo, creo que estarías de acuerdo conmigo en que no hay que ser como Dirac o Sheldon Cooper para arrancar los secretos de la naturaleza. Einstein, Schrödinger y Feynman eran personas sociables y muy apasionadas, incluso se sabe que eran unos mujeriegos.

La distancia entre la literatura y la ciencia puede ser tan grande como la incomprensión mutua. No obstante, en la lista de 131 grandes libros de la cultura occidental propuesta por el filósofo y educador americano Mortimer J. Adler, y que además recomendaba que toda persona educada debería leer, destacan Platón, Aristóteles, Dante, Montaigne, Cervantes y Shakespeare, pero también figuran Galileo, Newton, Darwin, Cantor y Einstein, entre otros.

 

JSG Sí, el ensayo de Snow causó mucho revuelo, y también respuestas muy meditadas a favor y en contra. Habría que distinguir entre lo que separa a las disciplinas y lo que separa a quienes las ejercen. Snow veía una gran distancia entre sus colegas escritores y sus colegas científicos, pero a lo mejor eso tenía más que ver con él mismo que con los científicos y los artistas en general. No todos pueden dedicarse a la vez y en serio a disciplinas tan complejas como, digamos, la física y la música, o la astronomía y la literatura. El ideal renacentista y romántico que muestran por ejemplo las figuras de Leonardo da Vinci y de Goethe es cada vez más difícil de alcanzar para nosotros; esa idea del hombre versado en todas las áreas del conocimiento, la estética, la política, los deportes y las armas parece ahora incluso inocente, y hasta sorprende enterarse de que un escritor como Murakami sea además deportista, o que Brian May sea astrofísico y haya estado a punto de venir al INAOE, no para tocar la guitarra sino para hablar del polvo interplanetario.

En todo esto hay otro punto que mencionaste y me parece muy importante. Tiene que ver con lo educativo. Que el ideal renacentista esté cada vez más lejano es de cierta manera irónico, porque nunca en la historia hemos tenido un sistema educativo tan complejo y tan extendido como el de la actualidad, y sin embargo lo que “debe saber una persona educada” se reduce cada vez más. La lista de once escritores y científicos que citaste no solo bastaría para reprobar a la mayoría de los egresados de cualquier carrera universitaria, sino que seguramente hay además estudiantes de literatura que no han leído a Dante, estudiantes de física que nunca han leído a Galileo y multitudes que desprecian con toda suficiencia la teoría de la evolución sin saber qué es lo que dice Darwin.

El concepto de erudición parece ya una pieza de anticuario, y todo esto ocurre, insisto, cuando el acceso a la educación y a la información, con todos sus problemas y sus variaciones culturales, regionales y económicas, es mayor y más fácil que nunca antes.

 

OLC En efecto, de Snow dijeron que era mejor científico que escritor. Pero en este mundo de las especializaciones, ahora surge una tendencia integradora. En realidad, comenzó ya hace unos años: en 1954, con Watson y Crick, la vida se redujo al estudio del ADN que contenía las instrucciones de cada ser vivo. Se creyó que con entender la vida a nivel molecular se la podría entender en todas sus variantes. Era el triunfo del reduccionismo, pero nos saltó la complejidad. Un ejemplo: toma una hormiga, a la cual se le puede estudiar el ADN, y se puede saber casi todo sobre esta hormiga; sin embargo, una colonia de hormigas no se comporta como una simple colección de individuos, la colonia de hormigas se comporta con un “organismo”. Fue allí donde el estudio de las partes ya no pudo explicar el comportamiento de un conjunto de individuos conviviendo. Ahora, teniendo tanta información a nuestra disposición, se trata de encontrar comportamientos generales, para esto nos ayudamos con técnicas de análisis y búsqueda de patrones de manera automática. Así comenzamos a regresar de manera un poco tímida al ideal romántico del hombre versado en varias áreas del conocimiento.

 

JSG Pero esa integración y la posibilidad de instalarnos en ese tipo de racionalidad se enfrentan también a viejos y nuevos problemas. Entre los viejos, o antiguos, o de siempre, yo diría que tanto el pensamiento científico como el “pensamiento literario”, por llamarlo de algún modo, son esencialmente no dogmáticos, abiertos a las distintas posibilidades. Me parece que la ciencia y el arte buscan siempre contradecirse a sí mismos, encontrar nuevos caminos, nuevas interpretaciones. En la ciencia, como en el arte, lo fundamental es la duda, la pregunta, la búsqueda, el camino; nos preguntamos siempre “qué pasaría si…”. Esas son todas cosas que requieren tiempo y reflexión, cosas complejas, como bien señalabas, y que se enfrentan a una sociedad que prefiere las respuestas, y más que eso: a una sociedad que prefiere las respuestas simples y rápidas.

Quizás por eso resultan más convincentes para mucha gente las explicaciones religiosas del mundo. Donde la ciencia sólo plantea un principio de las cosas, la religión ofrece una intención; donde la ciencia plantea un final, la religión ofrece un destino, y donde la ciencia nos deja como solos responsables de nuestra vida, la religión nos pone en manos de una voluntad superior.

Entre los nuevos retos, es casi inevitable señalar el papel que las “redes sociales” juegan en el funcionamiento de nuestra sociedad. El intercambio (me niego a llamarlo conversación) que se produce en las redes sociales tiene casi siempre las características opuestas a las del pensamiento racional y la creación artística: es veloz, es irreflexivo, es visceral. En una entrevista reciente, el creador del botón “retuit”, Cris Wetherell, se manifestó profundamente arrepentido de su invento, una herramienta que, en sus palabras, permite a la gente “compartir información sin saber de qué habla”, y comportarse de una manera ofensiva que no usaría en persona o con tiempo para reflexionar. La simple búsqueda de datos —como puede atestiguar cualquier maestro de escuela— cuando se hace en internet es a menudo un ejercicio de velocidad en el que el pensamiento crítico apenas interviene.

 

OLC El reto es cómo educar a esta nueva generación de ciudadanos con tanto conocimiento disponible. Además, con condiciones socioeconómicas que provocan una desigualdad comparable a la que se tuvo en la Edad Media. Ante todo, debemos reconocer las diferencias en que las distintas disciplinas tratan de entender el mundo. Los filósofos leen a las fuentes originales, ¿qué se puede decir para actualizar a Marx? Sin embargo, tenemos que la Teoría de la Relatividad General de Einstein contiene como casos particulares las aproximaciones de Galileo y Newton. Así que son los historiadores quienes leen a Galileo y Newton en su forma original; el estudiante de física estudia a Einstein en su forma más moderna, usando técnicas avanzadas. Quizá menos intuitivas, pero poderosamente sintéticas. Es necesario tratar de buscar mejores formas de enseñanza reconociendo las diferencias y al mismo tiempo tratar de zanjar las desigualdades.

JSG Desde el mundo de la literatura, me gustaría señalar, aunque sea de pasada, dos géneros que contribuyen a eso poderosamente. Uno es la ciencia ficción, no sólo porque ha ayudado mucho a estimular la formación de científicos en ciertas áreas, sino porque se hizo eco desde sus orígenes románticos (volvemos al Romanticismo) en los contrastes entre la velocidad del avance tecnológico y la lentitud de las mejoras sociales, o en general, en las relaciones entre ciencia y sociedad.

El otro es el ensayo. Desde que Montaigne inventó ese artefacto verbal (tan mal entendido en el mundo académico universitario, por cierto), el ensayo ha sido el ejemplo más depurado del pensamiento no dogmático, de la racionalidad entendida como duda y propuesta y nueva duda y contrapropuesta… Y esto es muy importante, creo, en estos tiempos de seudociencias y supersticiones, porque los ataques al conocimiento científico del mundo suelen basarse —increíblemente— en el presunto carácter dogmático de la ciencia y, a la vez, en su interminable cambio de paradigma, tan desconcertante para quienes quieren verdades definitivas, y hasta La Verdad con mayúsculas.

 

OLC Gracias por mencionar esos dos géneros donde la interfaz entre literatura y ciencia se vive con mayor intensidad. Es muy importante tratar de identificar las causas que han provocado este nivel de abrumamiento en nuestra sociedad, un empacho del intelecto, por así decirlo. Pero eso no es lo peor, hay otras malas noticias, los estudios cosmológicos recientes revelan un universo donde procesos naturales crearon las condiciones necesarias para nuestra existencia, borrando la idea de propósito. Además, siguiendo a Giordano Bruno, quizá el nuestro no sea el único universo, quizá haya muchos universos, algunos que se están formando, otros que están muriendo, algunos albergarán seres inteligentes. Creo que estas revelaciones pueden quitar el sueño, pueden tirar las creencias de algunas personas. Darwin se resistió a publicar los resultados por el amor que le tenía a su esposa, quien era profundamente religiosa. Entonces, a veces, al darnos cuenta de que nos hemos alejado de la Verdad, escogemos cerrar nuestras mentes y buscar el confortante consejo de los guías espirituales.

 

JSG Claro, porque un mundo no dogmático es incómodo, es cambiante, es inseguro, y por eso atraen tanto los sistemas cerrados y rígidamente reglamentados. Hasta en política, donde uno puede ver, desde Italia y Hungría hasta Brasil y Estados Unidos, que se elige democráticamente a gobernantes profundamente autoritarios y antidemocráticos. Hace ya años, poco después de la caída del régimen militar, una provincia argentina eligió como gobernador a un conocido represor y torturador, y yo siempre recuerdo a una señora que, entrevistada al respecto, aceptó que la dictadura “había tenido sus cosas malas, pero las calles siempre estaban limpias”. Hay sentencias como esa ante las que uno siente que es inútil razonar, que es inútil hasta el raciocinio mismo.

 

OLC Hay esperanza. Quizá nos estemos adentrando en una nueva época en la evolución de la mente. En el reciente afán de entender al cerebro y la conciencia usando las técnicas más modernas y con el conocimiento físico más avanzado, surgen sorpresas muy interesantes. Se encuentran aspectos del comportamiento que fueron intuidos por los poetas y los escritores desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, en las obras literarias encontramos que las personas pueden cambiar su comportamiento, que son capaces de alcanzar la redención volviéndose mejores personas. Contrastando con esa visión, en las neurociencias hasta hace poco se creía que estábamos programados desde el principio y que cambiar un comportamiento era casi imposible. Se decía que después de cierto tiempo el cerebro ya no puede hacer más conexiones. Esta idea fue cuestionada por las investigaciones de Elizabeth Gould iniciadas en 1989. Gould encontró que el cerebro es capaz de reprogramarse, de generar nuevas conexiones y autorrepararse, lo que se conoce como neuroplasticidad. Se encontró que los seres vivos nunca dejamos de hacer nuevas conexiones.

Ante la crisis que enfrenta el avance del conocimiento en nuestra sociedad, quizá haya nuevas oportunidades para el progreso. Creo que este es el momento propicio para buscar nuevas formas de educar para allanar las diferencias entre la ciencia y la literatura. Quizá podríamos ser románticos de nuevo, y que no nos sorprendieran astrónomos que son rockeros ni escritores que son atletas.

 

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