Dedicamos este número
a los compañeros universitarios
y campesinos que han sido
intimidados o encarcelados por defender una opción de vida distinta a la impuesta por el gran capital nacional y extranjero:
Enedina Rosas,
Juan Carlos Flores,
Abraham Cordero,
Avelino Velásquez,
Juan Carlos Rojas,
Ricardo Pérez Avilés, Alberto Melchor Montero, Aranza Vargas, René Trujillo e Iliana de Jesús Lozano.
El tema del maíz mexicano está inscrito en una problemática mundial relacionada con la producción de alimentos, el crecimiento demográfico y la soberanía alimentaria de los países productores. El problema de la agricultura es un problema planetario, indisociable de los del agua, el crecimiento de la población, la urbanización, la crisis ecológica y el abasto de alimentos, todos estos factores estrechamente relacionados entre sí.
Uno de los pensadores más importantes del siglo XX, Edgar Morin, plantea que en la sociedad moderna ha sucedido un fenómeno inédito en la historia de la humanidad. Este fenómeno consiste en haber impulsado un desarrollo extraordinario en la productividad y la irrigación en la agricultura, que a su vez ha generado una dependencia alimentaria de millones de seres humanos. Según datos de la FAO en el mundo existen mil 300 millones de personas subalimentadas, de las cuales más de 900 millones viven en el campo. La FAO dio la cifra de mil millones de personas con hambre en 2009, de las cuales 15 millones vivían en los llamados países desarrollados y el resto en las demás naciones. Quizá los ejemplos más contrastantes de esta paradoja sean Egipto y Níger, regiones de altísima productividad agrícola, pero dedicadas a la exportación y donde, en consecuencia, han reaparecido las hambrunas.
El modelo agrícola que se implantó en la década de 1960, conocido como la “revolución verde”, tenía como objetivo incrementar la producción para responder al incremento demográfico mundial de la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces la agricultura altamente industrializada plantea más problemas de los que ha resuelto y el problema demográfico vuelve a aparecer en el horizonte. Según sus apologistas, la revolución verde permitió resolver con eficacia el paso de 3 a 6 mil millones de personas en el planeta. Pero ahora, ante la perspectiva de 9 mil millones en 2050, hasta los partidarios de la agricultura intensiva, como Estados Unidos y Australia, empiezan a admitir la posibilidad de un cambio. Y es que la agricultura industrializada desenfrenada, es decir, que atiende solo a los criterios de un aumento en sus ganancias, es una de las principales causas de que se agoten las aguas, se empobrezcan los suelos y prolifere la contaminación química, además de que reduce la biodiversidad, profundiza la competencia desigual sobre los recursos y agrava el proceso de empobrecimiento y de exclusión de millones de familias campesinas. De hecho, mil 900 millones de hectáreas y 2 mil 600 millones de personas están ya directamente afectadas por esa degradación del medio ambiente (Morin, 2011, pp 200-205) e indirectamente lo estamos todos los ha-bitantes del planeta.
Paradójicamente, la crisis alimentaria aparece justo cuando las tierras irrigadas alcanzan sus más altos índices. Actualmente hay unos 290 millones de hectáreas irrigadas en el mundo, y la agricultura de riego consume entre 70 y 80 por ciento del agua dulce disponible. Sin embargo, el número de hambrientos y subalimentados crece en forma alarmante. La explicación a esta paradoja es la política de algunos países que han preferido fomentar las exportaciones agrícolas en detrimento de su soberanía alimentaria, lo que permitiría alimentar de forma autónoma a su población, especialmente en el caso de los cereales como el maíz. Esta situación, lamentablemente, está ocurriendo en México desde hace ya varias décadas.
La importación de cereales baratos producidos en países que subvencionan sus cultivos elimina gradualmente la producción autóctona de cereales en los países a los que llegan, como es el caso de México, donde estamos viviendo la absurda situación de exportar mano de obra a los Estados Unidos e importar de allá alimentos que tradicionalmente se cultivan en nuestro país. Y hablar de tradición en este caso es hablar de varios milenios, como veremos en seguida.
Nota
+ Morin, Edgar, 2011. La Vía para el futuro de la humanidad. España, Paidós.