Abogando en favor de las tesis mal comprendidas de Lévi-Bruhl acerca de la participación mística, por parte de quienes Jung llama “etnólogos incomprensivos”, el psicoanalista suizo rechaza enfáticamente el presupuesto de que algo es “verdadero” únicamente cuando se presenta como un hecho físico. Hay una fuerte tendencia en la racionalidad occidental a descalificar como ilusorias o falsas las representaciones oníricas y las visiones chamánicas.
El que algo sea una realidad «física» no es el único criterio de verdad —argumenta Jung— También existen verdades anímicas, las cuales no pueden ni explicarse ni probarse, pero tampoco negarse físicamente… Las afirmaciones religiosas se refieren en cuanto tales a hechos que no son comprobables físicamente. Si lo fuesen, caerían inevitablemente en el dominio de las ciencias naturales, y éstas las negarían por no ser hechos susceptibles de experiencia… El hecho de que las afirmaciones religiosas estén a menudo en contradicción con fenómenos físicamente comprobables prueba la independencia del espíritu respecto de la percepción física; y manifiesta que la experiencia anímica posee una cierta autonomía frente a las realidades físicas. El alma es un factor autónomo; las afirmaciones religiosas son conocimientos anímicos, que, en último término, tienen como base procesos inconscientes, es decir, trascendentales. Estos procesos son inaccesibles a la percepción física, pero demuestran su presencia mediante las correspondientes confesiones del alma. La conciencia humana transmite estas afirmaciones y las reduce a formas concretas; éstas, por su parte, pueden estar expuestas a múltiples influencias de naturaleza externa e interna. Ello hace que, cuando hablamos de contenidos religiosos, nos movamos en un mundo de imágenes, las cuales señalan hacia algo que es inefable».
Dios —continúa diciendo Jung— es un hecho evidentemente psíquico y no físico, es decir, es demostrable sólo psíquicamente y no físicamente. A la gente no le ha entrado todavía en la cabeza que la psicología de la religión se divide en dos campos que hay que mantener netamente separados: de una parte está la psicología del hombre religioso, y de otra la psicología de la religión, es decir, de los contenidos religiosos… Sólo por medio de la psique podemos demostrar que la divinidad obra sobre nosotros; pero no podemos distinguir si estos influjos vienen de Dios o del inconsciente, es decir, no podemos determinar si la divinidad y el inconsciente son dos magnitudes distintas. Ambos son conceptos límites y significativos de contenidos trascendentales. Pero empíricamente se puede confirmar con probabilidad suficiente que en el inconsciente aparece un arquetipo de la totalidad, el cual se manifiesta espontáneamente en sueños, etcétera, y que existe una tendencia, independiente de la voluntad, a referir los otros arquetipos a este arquetipo central. Por ello, parece probable que el arquetipo de la totalidad ocupe por sí mismo una cierta posición central, que le aproxima a la imagen de Dios. La semejanza es confirmada de manera especial por el hecho de que este arquetipo produce símbolos que han caracterizado y simbolizado ya desde siempre a la divinidad. Este hecho permite cierta restricción en la afirmación anterior acerca de la no diferenciabilidad del concepto de Dios y del inconsciente: la imagen de Dios coincide, exactamente hablando no con el inconsciente en cuanto tal, sino con un contenido especial de éste, con el arquetipo del Sí Mismo. Pero este arquetipo ya no puede distinguirse empíricamente de la imagen de Dios2.
Precisemos entonces que el Sí Mismo, como arquetipo de la totalidad, se refiere a toda la gama de fenómenos psíquicos del hombre, es decir, expresa la unidad de la personalidad en su conjunto… El sí mismo no sólo es el centro, sino también toda la circunferencia que abarca tanto lo consciente como lo inconsciente; es el centro de esta totalidad, así como el ego es el centro de la conciencia… Es un concepto trascendental porque presupone la existencia de factores inconscientes sobre bases empíricas y por lo tanto caracteriza una entidad que puede ser descrita sólo en parte… Al igual que cualquier arquetipo, la naturaleza esencial del sí mismo es incognoscible, pero sus manifestaciones son el contenido de sueños, mitos y leyendas. En ellos aparece como un rey, un profeta, un héroe o salvador, o bien bajo la forma de un símbolo de la totalidad, como un círculo o una cruz, o bien representando la dualidad unificada… por lo tanto, empíricamente, el sí mismo aparece como un juego de luz y sombra, aunque concebido como una totalidad y unidad en que los opuestos se unen. El Símismo es, pues, el símbolo de la totalidad psíquica es —dice Jung— el receptáculo de la gracia divina; es el concepto límite que expresa una realidad sin límite, incluyendo el bien y el mal. Inaprensible como es, tiende a devenir consciente a través del yo. Sin el Sí-mismo, que proporciona la energía, el yo no podría sobrevivir. Pero sin el yo, el Sí-mismo no podría alcanzar la consciencia. Jung llama al Sí-mismo “imagen de Dios en nosotros”.3 Desconozco si es una coincidencia o de esta idea de Jung proviene la propuesta de Gordon Wasson y sus colegas de emplear el neologismo “enteógeno” para referirse a ciertas plantas psicoactivas, término que significa precisamente, Dios o lo sagrado dentro de nosotros.
1 Tomado del libro de Julio Glockner, La mirada interior. Plantas sagradas del mundo amerindio. Ed. Debate, México, 2016.
2 Carl Jung, Respuesta a Job: FCE, México, 1988.
3 Sharp Daryl: Lexicon Jungiano / Antier Jean-Jaques: Jung o la experiencia de lo sagrado.