Agonía del tricolor

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En el municipio de Puebla hace ya tres elecciones presidenciales que el PRI está en estado de coma; revive en elecciones locales, cuando sólo es rechazado por uno de cada cinco ciudadanos; se agrava en la renovación del Ejecutivo federal, cuando son dos de cada cinco ciudadanos los que afirman que nunca votarían por ese partido. La nominación de un candidato carismático no muy identificado con el narcotráfico y la corrupción, como sucedió con las nominaciones de Melquiades Morales (1998), Mario Marín (2004), Enrique Doger (2004) y Blanca Alcalá (2007), le disminuye los rechazos al PRI. En cambio, los candidatos más identificados con la corrupción y el narcotráfico, como fueron los casos de Francisco Labastida (2000), Roberto Madrazo (2006) y Enrique Peña Nieto (2012), se los aumentan.

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En pregunta de asociación libre: “¿Cuando escucha el nombre del PRI, qué es lo primero que piensa?”, uno de cada dos ciudadanos vincula a ese partido con atributos negativos (corrupción, fraude, mentira, decadencia)  y solamente uno de cada seis lo relaciona con atributos positivos (seguridad, estabilidad, trabajo, cambio, bienestar): por cada tres valoraciones negativas hay una positiva. En esa asociación espontánea, destaca la respuesta que asimila al PRI con la corrupción: 22 por ciento así lo consideró entre los años 2002-2012 en 28 encuestas telefónicas aplicadas a 12 mil 454 ciudadanos radicados en el municipio de Puebla.

En pregunta de asociación inducida (“¿A qué partido asocia con…?”) enlistamos cinco cualidades positivas (democracia, progreso, bienestar, cambio y libertad) y otras tantas negativas  (corrupción, violencia, narcotráfico, autoritarismo e intolerancia); al porcentaje de respuestas positivas le restamos las negativas y si el saldo es positivo quiere decir que los ciudadanos que relacionan al partido con aspectos positivos son más que los asocian con atributos negativos; un saldo de signo menos significa que las valoraciones negativas superan a las positivas. Entre los años 2003 y 2012 aplicamos 14 veces el mismo cuestionario a 5 mil 589 ciudadanos radicados en el municipio de Puebla, y en promedio, el saldo del PRI fue negativo en todo el periodo. De cada cien ciudadanos, 41 piensan en el PRI cuando escuchan la palabra corrupción; 39 piensan en ese partido con hechos de autoritarismo; 35 lo asocian al narcotráfico, y 27 a la intolerancia y a la violencia. En contraste, cuando escuchan la palabra cambio, diez piensan en el PRI; cuando se trata de libertad o democracia, 14 lo asocian al tricolor, y 16 lo vinculan al bienestar y al progreso.

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En pregunta de intensidad (en términos de mucho, algo, poco o nada) sobre la confianza que genera el PRI en los ciudadanos del municipio de Puebla que disponen de teléfono en casa, el promedio de 13 encuestas aplicadas entre los años 2004-2012 fue que 76 por ciento confía poco o nada y 22 por ciento confía mucho o algo; nuevamente, la relación entre negativo y positivo es de tres a uno. En el año 2011 aplicamos una pregunta dicotómica (buena, mala) sobre partidos políticos, el resultado promedio de cuatro encuestas telefónicas fue el siguiente: 50 por ciento de los ciudadanos tuvo una opinión mala del PRI, y 20 por ciento se expresó bien de ese partido.

Los candidatos priistas tratan de ser competitivos a pesar del rechazo generalizado hacia su partido. Invierten cantidades incalculables en medios de comunicación para labrarse la honorabilidad de la cual carecen y de paso, posicionarse como estadistas. Recurren a cualquier apoyo (ilícito o ilegítimo) y a cualquier acción para lograrlo. Enrique Peña Nieto se propuso superar los 15 puntos porcentuales de aceptación registradas por las candidaturas presidenciales de Francisco Labastida y Roberto Madrazo y aprovecho su gestión en el gobierno del estado de México para promocionarse –como ahora lo hace Rafael Moreno Valle en la entidad poblana. Para el año 2010 el entonces gobernador del Estado de México generaba confianza en 41 por ciento de los ciudadanos poblanos; en el último año de su gobierno, 49 por ciento de los ciudadanos del municipio de Puebla le tenía confianza y, ya como candidato del PRI a la presidencia de la República, la confianza bajó a 28 por ciento. La opinión favorable hacia Peña Nieto disminuyó el rechazo hacia el PRI pero aun así, ambos perdieron confianza.

El rechazo hacia el PRI es de larga data y de mucho arraigo en el municipio de Puebla: 29 por ciento nunca votaría por ese partido; tal es el promedio de 174 encuestas de opinión electoral aplicadas por teléfono a 79 mil 97 ciudadanos entre los años 1995 y 2012. Ya ungido Peña Nieto como candidato a la presidencia de la república por su partido, el rechazo hacia ese organismo electoral volvió a incrementarse: fue de 24 por ciento el pasado mes de febrero; 26 por ciento en marzo; 32 por ciento en abril, 33 por ciento en mayo, 37 por ciento en junio y de 41 por ciento los pasados días 8-10 de julio. Las actividades ilícitas del PRI y de Peña Nieto los alejaron de sus potenciales electores del municipio, lo cual intensificó más las actividades ilegales de los priistas y las complicidades de los órganos electorales y de la Procuraduría General de la República.

Hay más de un razón para desconfiar de los partidos y, en particular del PRI. Hoy, los ciudadanos del municipio de Puebla se sienten más inseguros e indefensos que hace 12 años y las instituciones de la sociedad política están en franco deterioro: los ciudadanos que confían en los Poderes de la Unión, el Ejército, la policía, el IFE,  y los partidos son menos;  los excluidos son más y los problemas se han vuelto más lacerantes: nueve de cada diez ciudadanos considera que la pobreza, el desempleo, la delincuencia y la corrupción seguirán aumentando; siete de cada diez ciudadanos cree que no respetamos las leyes y que el respeto al otro lo valoramos menos que antes, y seis de cada diez afirman que no somos honrados ni respetamos al prójimo. Necesitamos al menos una esperanza de cambio; una reorientación de la estrategia económica, un mínimo de democracia formal y un máximo de respeto a nuestra dignidad. Otro fraude es ya excesivo.