Migración libanesa en México, pasado y presente

Cuando se habla de migración, México es conocido por ser uno de los principales expulsores de migrantes en América Latina; empero, poco se habla de la migración que ha recibido y que continúa recibiendo. Si bien son diversos los grupos de migrantes que residen en México, aquel conformado por los libaneses representa un caso sui generis: extranjeros que sin conocer el idioma, las costumbres y muchas veces ni la ubicación geográfica exacta del país lograron convertirse —al paso de dos generaciones— en un grupo completamente asimilado e integrado llevando a cabo una verdadera transculturación. Se posicionaron en la sociedad mexicana como un grupo reconocido por sus habilidades comerciales, empresariales, culturales y políticas. Por lo anterior, la reconstrucción de la migración libanesa a México resulta una parte importante de la historia de nuestro país.

Aquellos primeros inmigrantes libaneses fueron parte de un movimiento migratorio internacional sin precedentes en el que durante su fase más alta —de 1800 a 1930— más de 60 millones de personas en el mundo se movilizaron. Las causas de la dispersión libanesa incluyen la sectorización religiosa y la división social que el entonces emirato sufría bajo el dominio otomano, aunado a los conflictos políticos locales y regionales y un desarrollo heterogéneo que sólo privilegiaba a los de las clases altas. Así, los habitantes del Monte Líbano eran campesinos sin tierra viviendo bajo un sistema casi feudal de monocultivo de seda, cosecha que era apropiada casi en un 90 por ciento por los emires, sheikhs, monasterios, intermediarios, usureros y mercaderes. La transición de este sistema a uno de capitalismo periférico provocó que la ya difícil vida de los campesinos libaneses tuviera poca esperanza de mejorar. La migración era la única opción. De 1860 a 1914 un tercio de la población del Monte Líbano emigró, la mayoría de confesión cristiana maronita, considerados como ciudadanos de segunda clase por debajo de los musulmanes.

Imagen tomada de http://www.archivolibanes.org/libaneses.html

Es posible enumerar tres razones principales por las que los primeros libaneses llegaron a México: el engaño por parte de los agentes de viaje en el puerto de Beirut asegurándoles que desembarcarían en Nueva York o algún otro polo de atracción masivo de inmigrantes, el rechazo por parte de los agentes migratorios de los Estados Unidos de América o como último recurso para librar a estos agentes internándose al país vecino por la frontera norte, en aquel tiempo carente de garitas migratorias. La migración libanesa a México fue, en un primer momento, indirecta y de cierta forma fortuita. Aunado a estas circunstancias, no se debe olvidar el milenario espíritu aventurero y navegante del libanés, aquel que los fenicios les heredaron y que ellos han mantenido vivo. Espíritu que sin duda los impulsó a tierras lejanas y desconocidas, pero que pronto convertirían en su segunda patria.

Los libaneses llegan al México del Porfiriato. El primer libanés registrado en el país se internó por el Puerto de Veracruz en 1878. Ellos se encontraron con una política exterior que incluía en sus objetivos la explícita atracción de “inmigrantes industriosos”; con ello se buscaba poblar las grandes extensiones de tierra inhabitada y mano de obra que las trabajara. Por lo anterior, Porfirio Díaz, en su afán de atraer inmigrantes europeos para lo que él llamó la “nueva colonización”, concedió a extranjeros y mexicanos los mismos derechos. Esta política de colonización terminó en 1907, atrayendo a sólo 30 mil inmigrantes. En este sentido, es importante recordar que las estadísticas migratorias mexicanas de finales del siglo XIX son deficientes debido a que no fue sino hasta la Ley de Inmigración de 1909 que la entrada y salida de personas al país fue objeto de reglamentación, por lo que el conteo y la formación de estadísticas de este periodo presentan grandes imprecisiones.

A pesar de lo anterior, los registros oficiales de 1905 cuentan a 5 mil árabes en México —cifra que debe ser tomada con reservas. Las principales estaciones de entrada fueron Tampico, Veracruz y Progreso. La gran mayoría de estos inmigrantes árabes son libaneses de rito maronita. En promedio, para finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, 150 árabes llegaban a México anualmente para establecerse definitivamente, dejando atrás a sultanes, emires, guerras civiles, hambrunas y despojos, dispuestos a prosperar en su nueva tierra adoptiva.

La religión fue un elemento contundente para que los libaneses lograran la aceptación de los mexicanos; prueba de ello es la presencia en las iglesias católicas mexicanas del monje maronita San Charbel Makhlouf, quien pertenece a la iglesia cristiana de rito oriental, santo al que mexicanos y libaneses veneran por igual. Por otro lado, para lograr su inserción en la vida económica del país incursionaron en un nicho comercial prácticamente vacío: el comercio ambulante, vendiendo de casa en casa y en abonos. Su éxito radicó en que su mercado principal fue la clase popular, a quienes vendían bajo un sistema de pagos fraccionados nunca antes visto en México. El éxito de los libaneses fue tal que —para inicios del siglo XX— la población de origen libanés no representaba más de cinco por ciento de la población total de inmigrantes en México y aún así llevaba a cabo la mitad de las actividades económicas de este grupo. La gastronomía fue un aspecto más que contribuyó a la positiva interacción de los libaneses con los mexicanos, derivando en una expresión de la transculturación que estas dos culturas experimentaron. Los provenientes del país de los cedros introdujeron sus costumbres alimenticias en los diversos estados de la República donde se asentaron, fusionaron sus sabores y olores con aquellos endémicos de la región donde llegaban a radicar. Puebla, contando con tan sólo 42 libaneses para el año de 1900 —según datos del Departamento de Extranjería del ayuntamiento de ese estado— es un caso representativo de este mestizaje, ya que convirtió a un platillo emblemático de la cocina libanesa llamado shawarma, en uno de sus distintivos gastronómicos reconocido a lo largo y ancho de México: el taco árabe.

Siguiendo con el caso de Puebla, aquellos primeros libaneses que llegaron en 1890 e iniciaron como buhoneros para después establecerse como comerciantes fijos, aprovecharon la particular coyuntura que la crisis internacional de 1907 provocó: una gran cantidad de fábricas pequeñas y talleres textiles quebraron inmersos en protestas proletarias e insurrecciones campesinas, por lo que los libaneses —quienes debido a que llevaban un estilo de vida sencillo contaban con capital disponible— aprovecharon esta oportunidad e incursionaron en la rama industrial comprando los talleres y fábricas en venta. A partir de datos corroborados por Alonso (1983) en el Archivo General de Notarías de la ciudad de Puebla, los señores Abdo y Cassab fueron los primeros libaneses que se dedicaron a la industria textil en Puebla. La Notaría Número 7, en el año de 1907 registra a la “Sociedad colectiva formada por Don Antonio Jacobo Abdo y Antonio Cassab, para la explotación de una fábrica de medias ubicada en esta Ciudad con capital social de $4,000.00 que girará como Jacobo Cassab y Hno.”. Esta sociedad colectiva fue la primera de su tipo, no sólo en Puebla, sino en todo México; por tanto, la industria libanesa nació en Puebla. Para los años de 1960 eran ya reconocidos como los mayores textileros de Puebla, creando más de 32 mil empleos directos, probando de esta forma su espíritu empresarial. Resulta interesante agregar que mucho antes de 1960 —desde 1924— los libaneses ya se habían destacado desde el ámbito político, dando a México un presidente hijo de una familia de origen libanés: Plutarco Elías Calles.

Así, a sólo un par de décadas de haber llegado a México, los libaneses estaban ya asimilados, integrados y habían experimentado una inesperada pero inevitable aculturación, todo esto parte del proceso de transculturación que las generaciones presentes aun están construyendo. Es necesario mencionar que existen diversos miembros de la comunidad libanesa que aprovechando su posición social, económica o política han incurrido en faltas graves, sin embargo, no son la generalidad. Lo que aquí se pretende es rescatar la historia de un grupo de inmigrantes que resultan en un sujeto de gran interés para aquellos interesados en la historia de nuestro país, reconociendo que forman parte ya de un componente básico de la cultura mexicana y latinoamericana.

Les tomó 10 años establecerse, 20 años acumular capital y 30 años afianzarse como empresarios. Este grupo migratorio representa una historia de lucha, de prosperidad y de fuertes lazos comunitarios que los han llevado a la completa aceptación y adaptación, saltando los aislados episodios de xenofobia que han vivido, reconociéndose a sí mismos como mexicanos de origen libanés, destacando siempre —y en primer lugar, su carácter de mexicanos. Constituyen un grupo estable y en crecimiento que sin duda ha brindado creación de empleos, derrama económica y diversidad cultural a nuestro país.

Referencia

Alonso Palacios, Angelina (1983) Los libaneses y la industria textil en Puebla, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Cuadernos La Casa Chata, Mexico, 181 pags.

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