El programa Sembrando Vida fue un compromiso del entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con las organizaciones campesinas que hicieron suya su plataforma electoral, enriquecida con las propuestas que desde principios de siglo enarbolaron dichas agrupaciones. Con dicho programa se refrenda la vigencia de una ancestral práctica de cultivar el campo, los incluye como sujetos de derechos, conserva biodiversidad, incrementa la producción de granos básicos y promueve una mejoría en la calidad de vida de 420 mil 256 familias beneficiadas. En comunidad, los sembradores generan abonos y reproducen las especies maderables o frutales que intercalan con los cultivos cíclicos (maíz, frijol, calabaza); técnicos sociales y productivos los acompañan en esas tertulias comunitarias, de esta manera, un millón 107 mil 425 hectáreas han sido reforestadas, con ello, capturan bióxido de carbono, producen alimentos básicos para mejorar su dieta, regeneran equilibrios ecosistémicos y perciben un ingreso anual de 60 mil pesos durante un sexenio. En más de una ocasión, AMLO se ha vanagloriado del programa, dice que ningún país invierte mil 350 millones de dólares anuales parar reforestar un millón de hectáreas.
Otros dos programas apoyan la producción de granos básicos realizada por pequeños y medianos agricultores (de una a 20 hectáreas): el de Precios de Garantía para productos básicos generados por agricultores de mediana escala en cuanto a la extensión de su propiedad o posesión, con presupuesto autorizado de 11 mil 373 millones de pesos (mp) y el de Bienestar (antes Procampo), con cobertura de 2.5 millones de productores a quienes se les habilita con dos mil pesos por hectárea (si la extensión es menor a cinco hectáreas) y mil 200 pesos por hectárea (si la extensión es entre cinco y 20 hectáreas), el presupuesto de este programa es de 14 mil mp. Este año se distribuirán gratuitamente 350 mil toneladas de fertilizante (el consumo nacional es de 6 millones de toneladas) para aplicarse en un millón 200 mil has (se fertilizan en el país 15 millones), en promedio se distribuirán 300 kg gratuitos de fertilizante por ha (el promedio nacional es de 400 kg por ha). Con estos apoyos se espera un incremento en la producción de granos básicos generados por los agricultores de pequeña o mediana escala de producción. Ya se hizo un compromiso público en la mañanera de AMLO de que los sembradores aportarán 800 mil ton de maíz este año agrícola, otro tanto será el aumento de los productores del programa de Bienestar.
La ampliación de frontera agrícola es sensible a las políticas públicas, programas de fomento productivo a productores secularmente marginados suelen estimular la ampliación de la superficie sembrada y un incremento en rendimientos y producción, así como la preservación del material genético, el arraigo comunitario, revalorar prácticas agroecológicas y refrendar identidades y derechos sobre el territorio.
La información del Sistema Agroalimentario y Pesquero (SIAP) de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) registró que en el año agrícola de 2021 se sembraron 510 mil has más que en 2018, 429 mil has fueron de cultivos perennes y 81 mil has de cultivos cíclicos, la información está agregada por producto y no hay referencia a extensión de la tierra cultivable, tipo de tenencia, fertilización, mecanización, asistencia técnica o tipo de semilla, por lo que no es posible inferir de ella el impacto de los programas de fomento agrícola. En lo referente al maíz, entre el último año de la gestión de Enrique Peña Nieto y el tercer año de la gestión de AMLO, la superficie cosechada de maíz disminuyó 110 mil has en tierras de riego, aumentó 127 mil has en tierras de temporal y ya sumadas, hubo 17 mil has de aumento en la superficie cosechada; entre ambos años, la producción de maíz grano aumentó en 334 mil ton. Siendo cuna del origen y domesticación del maíz, éste se siembra en todo el territorio, microclimas y culturas y existe un amplia acervo de semillas apropiadas a las veleidades del clima y de la precipitación pluvial, a las calidades y profundidades del suelo y sobre todo, hay un saber ancestral de hacer milpa, por lo que el programa Sembrando Vida puede mejorar los ingresos y la ingesta de los participantes, más que resolver la dependencia alimentaria de granos básicos, en particular el del maíz.
Cultivamos 11 por ciento del total de la superficie del país y de todo lo sembrado, la tercera parte le corresponde al maíz grano. El maíz es nuestro principal cereal, es el que nos aporta los mayores porcentajes de calorías, proteínas y grasas; otras culturas tienen otros cereales. Con base en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en el año 2019 el maíz nos proporcionó 32 por ciento de la energía, 29 por ciento de las proteínas, 11 por ciento de las grasas y del total de alimentos consumidos, a ese grano le corresponde 17 por ciento, esto quiere decir que nuestro consumo anual de alimentos es de 704.66 kilos por persona y el de maíz, de 120.39 kg por persona al año. Para la misma altitud, clima y suelo, tenemos semillas ad hoc para lluvias atrasadas, adelantadas o regulares; también para lluvias intensas o escasas nuestro acervo genético es variado.
La mayor parte de la superficie sembrada de maíz se hace en el ciclo primavera-verano (83 por ciento), que es cuando son más frecuentes las lluvias y respecto a la calidad de la tierra laborable, 80 por ciento se cosecha en tierras de temporal y 20 por ciento en tierras de riego. El rendimiento de maíz en tierras de riego es de 3.5 veces más alto que el de temporal, razón por la que la mitad de la producción corresponde a tierras de riego y la otra mitad a las de temporal; por estacionalidad, 69 por ciento de la producción de maíz procede de primavera-verano y 31 por ciento a otoño-invierno. La diversidad de granos de maíz cultivados actualmente puede agruparse en cinco variedades: blanco (usado para alimento), amarillo (usado como pienso e insumo industrial), azul, color y pozolero. El año pasado se cosecharon 7.139 millones de ha de maíz grano, de los cuales 92 por ciento corresponde al blanco, 7 por ciento al amarillo y uno por ciento a otras variedades; en lo referente a las 27.5 millones de toneladas cosechadas, 88.1 por ciento correspondió al maíz blanco, 11.4 por ciento al amarillo y 0.4 por ciento a otras variedades. Somos autosuficientes en la producción de maíz como alimento: producimos 24.2 millones de toneladas de maíz blanco y para alimentarnos requerimos 15.5 millones, dicho en otros términos, producimos 189 kg de maíz blanco por persona para un consumo de 120 kg; sin embargo, importamos cuatro de cada 10 kilos de maíz grano consumidos, el déficit está asociado al uso alterno del maíz como insumo industrial y como alimento para ganado.
La FAO desglosa el uso específico de los cereales, en el caso del maíz, de cada 100 kilos consumidos en 2019 en el mundo, 59 kg fueron para alimento de ganado (pienso), 23 kilos para insumo industrial, 13 kg para alimentación humana y cinco kilos para otros usos; no sucedió así con otros cereales. De cada 100 kilos consumidos de trigo en el mundo en ese año, 18 kg fueron para pienso, 4 kg para insumo industrial, 70 kg para alimentación humana y 8 kg para otros usos; el arroz se preserva como cereal, por cada 100 kg de consumo en el mundo, 4 kg son para pienso, 5 kg para insumo industrial, 84 kg para alimento humano y 7 kg para otros usos.
Del consumo de maíz en México para el año 2019, 46 por ciento fue para pienso, 6 por ciento para uso industrial, 36 por ciento para alimentación humana y 12 por ciento para otros usos. El destino preferente del maíz no es la alimentación humana sino la elaboración de alimentos para consumo animal, lo que permanentemente presiona al alza el precio de este cereal, lo que aunado a variabilidades climáticas más frecuentes e intensas, a la ausencia de políticas públicas soberanas para producir granos básicos, al uso intensivo de agroquímicos, pesticidas y herbicidas agrícolas, a los conflictos bélicos y la alta volatilidad del precio de hidrocarburos, profundiza la dependencia alimentaria y erosiona políticas públicas de seguridad y soberanía alimentarias. Estrategias sustentables de producción y de consumo, desarrollos biocéntricos y desmercantilización de la vida son utopías por donde transitamos en la globalidad y la humanización de nuestras vidas.