¿A dónde van las estrellas cuando mueren?

Pues yo quería seguir con los planetas, así que vamos allá. ¿Por qué contaría yo anoche qué son los meteoros, las estrella fugaces, pero no dije qué son los planetas, las estrellas errantes? La respuesta es que los planetas merecen su propia noche en vela.

Entonces, me había quedado con las cinco estrellas errantes que se movían de una constelación a otra. Pues a base de dibujar su movimiento sobre las constelaciones durante muchos años, hace ya tiempo que los astrónomos se dieron cuenta de que estos cinco planetas recorrían siempre un mismo camino de doce constelaciones en el cielo, una y otra vez, cada uno a su ritmo. Y que así, en realidad, los planetas se mueven dando vueltas alrededor del Sol.

Precisamente por eso, como los planetas dan vuelta alrededor del Sol, repiten el mismo camino de doce constelaciones una y otra vez. Y, lo que es más, estas doce constelaciones son las mismas sobre las que el Sol se posa a lo largo de un año; porque aunque durante el día no se vean las estrellas, estas siguen estando ahí, y a lo largo de un año completo el Sol se va posando sobre cada una de las doce constelaciones, más o menos una cada mes, para luego volver a empezar.

A estas doce constelaciones <<mágicas>> se les llaman constelaciones del Zodíaco, y ya desde hace mucho tiempo los astrólogos de la antigüedad creyeron de verdad que poseían algún tipo de magia y empezaron a utilizarlas para todos esos sortilegios suyos de predecir el futuro. A cada constelación le asociaron un signo zodiacal, y el signo de una persona no es más que el de la constelación sobre la que se posaba el Sol en el momento de su nacimiento. Pero la verdad es que si todo esto es así es simplemente porque la Tierra se mueve alrededor del Sol como un planeta más; y todos los planetas, incluida la Tierra, se mueven alrededor del Sol en un mismo plano, dibujando una serie de anillos más o menos concéntricos a lo largo de su camino que se llaman órbitas. Las constelaciones del zodíaco no son más que las que quedan en ese mismo plano que dibujan los planetas; pero no tienen nada de especial, salvo si te las aprendes bien y un día aparece una estrella que no debería estar ahí, como me ha pasado a mí con Libre, ya sabes que esa estrella es en realidad un planeta.

Hace pocos años, los astrónomos descubrieron con sus telescopios dos planetas más que no se pueden ver a simple vista. El telescopio, por cierto, es como el catalejo de un pirata, pero mucho mejor: con él se pueden ver las cosas más grandes de lo que se ven a simple vista, y también cosas que están tan lejos que sin él serían imposibles de ver.

Así que el Sol tiene ocho planetas en total que giran a su alrededor, como ocho perritos redondos a los que siempre ordena a dónde ir y a los que mandar algún escarmiento si se portan mal. Nosotros somos como las pulgas en la piel de uno de ellos; en el tercero para ser exactos, que llamamos planeta Tierra. En los otros siete no vive nadie, que sepamos, porque hace demasiado calor o demasiado frío; y todos se pueden ver, a veces de noche, entre las estrellas del zodíaco: Mercurio se observa —aunque es bastante difícil— muy pegadito al Sol en atardeceres o amaneceres; Venus es el más brillante y se empieza a ver antes que ninguna otra estrella por donde el Sol se está poniendo, o justo antes del amanecer por donde el Sol va a salir; la Tierra es nuestro hogar, el tercer planeta; Marte es de color rojo intenso —este es justamente el que ahora veo brillar en la constelación de Libra—; Júpiter es el más brillante después de Venus y se suele ver bien entrada la noche; y el pobre Saturno, a primera vista, no resalta mucho con respecto al resto de las estrellas, aunque mirándolo a través de un telescopio es el más bonito de todos, porque tiene unos preciosos anillos que lo rodean.

Estos cinco planetas —sin contar el nuestro— son los que se pueden ver en el cielo a simple vista; los cinco que observaron los astrónomos hace muchos miles de años, que parecen estrellas como las demás, salvo porque al cabo de varias noches se van moviendo de una constelación a otra. Por último, Urano y Neptuno están muy lejos y solo se pueden ver utilizando un telescopio.

En mi dibujito del Sol y de los planetas, la Tierra estaría en el mes del signo de Tauro, porque si lanzas una línea recta imaginaria desde la Tierra que pase por el centro del Sol, esta va dirigida hacia la constelación de Tauro. Es decir que, visto desde la Tierra, el Sol está tapando la constelación de Tauro. Poco, o más o bien nada, tiene que ver esto con la personalidad de alguien que haya nacido en este momento. Por si esto fuera poco y para echar algo más leña al fuego, la orientación de las órbitas de los planetas con respecto a las constelaciones del zodíaco ha cambiado desde que los astrólogos de la antigüedad descubrieron todo este asunto, así que en el presente, el signo de Tauro ya ni siquiera coincide con el Sol estando sobre la constelación de Tauro, sino que en realidad está como una constelación y media más allá, o más acá… ¡Ni siquiera lo sé!

La Luna es el único satélite de la Tierra, pero hay planetas que no tienen ningún satélite, como Mercurio y Venus, y otros que tienen más de uno. Marte, por ejemplo, tiene dos, que se llaman Deimos y Fobos. Júpiter tiene ¡setenta y nueve satélites! Y Saturno, además de muchos satélites, tiene un grupo de anillos muy bonitos hechos de rocas, polvo y hielo. ¡Ah! Y si se apunta a Júpiter con un telescopio, o incluso con unos buenos prismáticos, y se espera un poco a que el ojo se acostumbre a la oscuridad, se pueden llegar a ver sus cuatro satélites más grandes, como cuatro puntitos que dibujan una línea junto al planeta: se llaman Ío, Europa, Ganímedes y Calisto.

 

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