Sobre la actualidad de las humanidades

Hay dos maneras esenciales de definir el término “humanidades”. La primera, que llamaré “metafísica”, se refiere vagamente al ideal renacentista de la formación personal, el cual aspiraba a armonizar el pensamiento y la cultura antiguos con la visión moral y ultraterrena cristiana. La piedra angular de esta concepción era la enseñanza de las lenguas clásicas junto con la de la retórica, la filosofía (sobre todo moral) y la historia, lo que en conjunto haría que la persona se expresara con profundidad y elegancia y tuviera, por otra parte, una forma de ser mesurada y virtuosa. Por ello, no es de extrañar que las humanidades, según esta concepción, fuesen de la mano con el humanismo, es decir, con la idealización del hombre como un ser creado a imagen y semejanza de Dios y capaz por ello de elevarse por encima de las durezas de la existencia terrenal y de la brutalidad de las pasiones carnales. Aunque no deban confundirse los dos movimientos, es indudable que la idealización formativa conducía de un modo o de otro a la idealización humana y a partir de ella al reforzamiento de los vínculos sobrenaturales del hombre con Dios. O sea que en el fondo las humanidades, según la concepción metafísica o renacentista, tienen un fin indudablemente moral y religioso o, por mejor decir, trascendente, que busca fundir la tradición grecolatina con el cristianismo para ennoblecer la vida

p-07Por su parte, la segunda concepción de las humanidades, a la que llamaré “crítica”, también corresponde al modo de pensar de una época determinada, en este caso el de la Ilustración dieciochesca. A diferencia de la metafísica, la concepción crítica, sin dejar de reconocer el valor de la tradición grecolatina como una herramienta formativa, hizo hincapié en la necesidad de integrar un nuevo tipo de conocimiento sobre la naturaleza con la consciencia social y política que cualquier individuo debe tener para poder considerarse un ciudadano consciente de sus derechos y de sus obligaciones y del papel que la ciencia juega en la transformación de las estructuras históricas de la existencia. Por ello, en vez de recurrir al pensamiento filosófico antiguo o a la retórica como arte de la expresión, las humanidades deben consistir antes que nada en un análisis de la experiencia tanto natural como social para determinar qué posibilidades ofrece para una mayor participación ciudadana en las decisiones del gobierno. A la luz de esto, las humanidades vuelven a mostrar una singular afinidad con el humanismo, pero no ya con el que vinculaba al hombre con lo divino o más bien con lo ultraterreno, sino con el que proyecta al hombre como el ser en el que se encarnan y en el que deben resolverse las contradicciones de la realidad: en vez de hacer énfasis en la afinidad trascendente del conocimiento filosófico con la visión moral cristiana hay que investigar la unidad de lo humano por encima de la multiplicidad de las manifestaciones culturales que parecen conducir al total relativismo moral y antropológico. Así, las humanidades tienen que articular el estudio del hombre con el de las distintas maneras de experimentar lo humano.

Como vemos, con independencia de que se les conciba de una manera metafísica o crítica, las humanidades toman lo humano como un problema y al unísono como un ideal. Es un problema porque en vista de las desigualdades históricas y económicas lo humano tiene que escindirse en la lucha de los diversos componentes de la sociedad; es un ideal porque esa lucha exige una solución intelectual y no nada más empírica, solución que justamente tiene que darse a través de la formación de una conciencia personal que se defina de acuerdo a lo social. Y esto significa que las humanidades (de acuerdo con las dos concepciones de las mismas) implican siempre una teoría de la personalidad y no meramente una teoría educativa o pedagógica que pudiese aplicarse a grandes masas de población. Lejos de ello, las humanidades defienden el carácter hondamente personal de cualquier tipo de conocimiento, incluso del que por definición no tiene nada que ver con el modo de ser propio de cada cual, como podría ser el de la investigación de laboratorio o el manejo de datos estadísticos. Para la visión humanística de la formación, por más lejos que un campo de conocimiento se halle del de la formación personal, siempre tendrá que ver con el valor que su estudio tiene para el que lo emprende en cuanto miembro de una sociedad.

En apariencia, esto último muestra que las humanidades son más actuales que nunca y que seguirán siéndolo per secula seculorum porque constituyen la piedra de toque de cualquier comprensión de las relaciones de la persona, el saber filosófico y científico y las exigencias sociales. Hay, sin embargo, que matizar, pues, como hemos visto, las humanidades pueden entenderse de dos modos muy distintos; más aún, en el fondo, esos dos modos se oponen entre sí, ya que la concepción metafísica apunta a una idealización de la tradición antigua y a una realización ultraterrena de la persona, mientras que la concepción crítica defiende un modelo de conocimiento aplicable a las necesidades sociales e históricas. De ahí que en esencia las humanidades solo podrían ser actuales en su carácter crítico y no en el metafísico. ¿Quién, en efecto, aprendería hoy en día latín o griego para expresarse mejor? ¿Quién estudiaría la retórica o tomaría la historia en un sentido ejemplar? Ni siquiera los que se dedican a esos objetos teóricos, como los filólogos o los especialistas universitarios en la Antigüedad o en el Renacimiento. Desde el punto de vista metafísico, las humanidades están muertas como ideal formativo.

Así, solo desde una perspectiva crítica es que las humanidades, en cuanto reflexión sobre la compleja relación de lo ideal y lo histórico en el hombre, pueden considerarse actuales. Empero, esto también tendría que matizarse, pues la dinámica educativa del presente a duras penas corresponde a la idea de formación personal, y justo por un motivo fundamental: porque el mismo concepto de “persona” está en crisis y se le confunde con la mera individualidad. En una cultura donde todo mundo tiene derecho a opinar y donde el saber solamente se justiprecia cuando es sinónimo de operatividad, no hay cabida para la crítica de lo que es el hombre y del sentido social del conocimiento que es la quintaesencia de las humanidades en el segundo de los sentidos del término que hemos elucidado. Lo cual nos lleva, ya para concluir, a que las humanidades, que se originaron en un momento determinado de la historia de la cultura y el pensamiento, pueden desaparecer como ideales por más que sigamos utilizando la palabra. Vale.

 

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