Tomar la palabra, tomar la letra

Hay varias causas por las que las personas adultas no aprendieron a leer y escribir en su infancia o juventud. En nuestra experiencia ha sido frecuente escuchar que no pudieron asistir a la escuela, o que tuvieron que dejarla, por cuestiones económicas; también porque no había escuela o el trato de los maestros era humillante. Y a estas, se suman algunas razones de género pues por el hecho de ser mujeres a algunas no se les permitió asistir porque era prioridad que atendieran las labores del hogar y se encargaran del cuidado de otros.

Textos escritos por alumnos de las Campañas de Alfabetización y Trabajo Comunitario del CUPS. Archivo fotográfico del CUPS

Las personas que aprenden a leer y escribir siendo adultas pueden enfrentarse a distintas dificultades a lo largo de este proceso. Algunas de ellas más relacionadas a creencias o prejuicios que cuestionan su capacidad para aprender que propiamente a sus destrezas como, por ejemplo, pensar que por su edad ya no pueden aprender como si el aprendizaje fuera una habilidad exclusiva de la juventud o la infancia. Por ello, suele ser común que algunas personas, antes de animarse a tomar clases comenten a quien les invita: “¿Yo ya para qué voy a estudiar? Si no aprendí de joven, menos ahora que ya estoy viejo”.

Entonces, ¿cómo se anima a una persona a tomar clases?, ¿cómo se responde al “ya para qué”? si han pasado tantos años sin saber leer ni escribir y han resuelto su vida, y pareciera que ya no es necesario, pues han cuidado y dado educación a sus hijos, han tenido un trabajo, y han hecho una larga lista de actividades. Nuestras respuestas en todos estos años han sido diversas y cada vez vamos descubriendo nuevas, desde las más prácticas como: para que pueda leer los anuncios de la calle, para que escriba su nombre en documentos oficiales o para que ayude a los niños en sus tareas; pasando por las más inesperadas como: para que cuando llegue el momento, pueda leer para dónde dice “cielo” o “infierno”. Hasta llegar a las que parecen más razonables: para ejercer su derecho a la educación, para darse un gusto, por el mero gusto de aprender algo. Hasta ahora, ninguna es definitiva.

Ahí inicia la labor de alfabetizar, primero en convencerles de que no es tarde para aprender, y luego, conforme las clases avanzan, en motivarles a continuar, aunque les parezca difícil o que no hay avances. Y juntos descubrir que las letras son de todos y para todos. Alfabetizar, tanto para el alfabetizador como para el alfabetizando, inicia con saberse capaz de aprender y continúa al darse cuenta de que también se es capaz de enseñar.

Nuestra propuesta de alfabetización está basada principalmente en el método de Palabra Generadora de Paulo Freire, y una parte esencial de esta es el círculo de cultura, un momento en la clase en el que dialogamos, problematizamos sobre el mundo, nos escuchamos y tomamos la palabra para contar nuestra historia. Este momento de la clase es relevante por muchas razones y una de ellas es que en él podemos conocer los intereses y motivaciones de los alfabetizandos, ahí están las respuestas al ¿yo para qué voy a aprender? Y a partir de esto vamos definiendo, alfabetizador y alfabetizando, qué actividades podrían ser más significativas y motivantes, y también en qué otros espacios, fuera de la clase, podríamos leer y escribir con y para otras personas, porque sabemos que leer y escribir no es solo la decodificación o la repetición mecánica de letras, sílabas o frases hechas, sino la participación de la cultura escrita.

¿Yo para qué voy a aprender a leer y escribir? Sin duda para poder realizar con mayor autonomía actividades cotidianas, aprender nuevas cosas y poder ejercer otros derechos. Pero también para tomar la palabra, porque todas las personas tenemos algo que contar, una palabra de aliento o una historia que compartir. Nuestra vida y nuestra historia es digna de contarse, de escribirse y de compartirse con otras.

Modesta: su texto son las primeras frases que pudo escri- bir sin ayuda “Mi mamá molió la masa”, “Lulú ama la sopa”, “Julia Merino Sánches” (nom- bre de su hija) y “Gracias” para la maestra pues estaba muy emocionada de poder escribir todo eso.

Modesta: su texto son las primeras frases que pudo escri- bir sin ayuda “Mi mamá molió la masa”, “Lulú ama la sopa”, “Julia Merino Sánches” (nom- bre de su hija) y “Gracias” para la maestra pues estaba muy emocionada de poder escribir todo eso.

Todo lo que queramos se puede escribir, no hay extensiones mínimas ni máximas, no importa si son solo las vocales, el nombre propio o la historia completa de la comunidad, tomamos la letra para escribir de nosotros mismos y compartirnos, ser leídos, para encontrarnos con otros.

De esta manera las personas que están aprendiendo a escribir se han animado a elaborar distintos tipos de texto y a compartirlos con otras, en intercambio de cartas o haciendo juntos un periódico comunitario, en el que todo es bienvenido: las vocales o los cachitos que se va aprendiendo, la receta de su platillo favorito o un relato de su vida, a veces escrito de manera independiente, a veces escrito con ayuda de alguien más.

Tomar la letra, escribir, como alzar la voz, tomar el espacio de la hoja para hacerse presente para sí misma y para otras personas. Tomar la letra para deshacer el silencio de la hoja en blanco y dejar una huella de la historia propia, que pudo comenzar con las vocales y a cada trazo se vuelve más compleja.

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