El cambio climático en el siglo XIX

Todos los seres humanos tenemos espíritu aventurero; pero a principios de 1800, un joven explorador se adentró en el continente americano, pasando por la isla de Cuba y dirigiéndose hacia Venezuela. En un recorrido desde Caracas hasta un río de nombre Arrupe, afluente del Orinoco, hizo una parada en un lago conocido como el lago de Valencia. Los oriundos de ese lugar, admirados por el intelecto y ánimos de investigación de este personaje, le contaron sobre una profunda preocupación, ya que el nivel de las aguas en esa laguna estaba en un descenso realmente preocupante y que era lo suficientemente evidente como para despertar sentimientos de intranquilidad y desasosiego. Este explorador midió el grado de evaporación del agua considerando una gran cantidad de variables además de la temperatura ambiental y una vez que comparó este fenómeno con lo registrado en otros lugares del mundo, llegó a la sorprendente conclusión de que la tala de los bosques en los alrededores y el desvío de las aguas para establecer terrenos de cultivo, eran la principal causa del grave descenso en el nivel del agua.

Este fenómeno condicionó una serie de ideas que centraban la actividad humana como la principal causante de modificaciones en el medio ambiente, sentando las bases del futuro concepto de “cambio climático” y los graves riesgos que podían generar un verdadero atentando contra la vida de muchos seres vivos, lo que literalmente sembró las bases del conservacionismo y el ecologismo que ahora nos generan preocupaciones genuinas como si fueran novedosas sin considerar que surgieron hace más de doscientos años.

Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander, Freiherr von Humboldt (1769 – 1859) fue el nombre de este extraordinario ser humano, que es mejor conocido como Alexander von Humboldt y cuyas contribuciones al conocimiento humano sobrepasa lo imaginable y llega hasta lo inimaginable. No solamente fue geógrafo, sino también astrónomo, explorador, naturalista, físico, zoólogo, climatólogo, oceanógrafo, humanista, vulcanólogo, botánico, historiador y un largo etcétera. Un verdadero individuo adelantado a su época que, con justificada razón, fue considerado el principal científico de su tiempo.

Son innumerables las contribuciones de Alexander von Humboldt a la humanidad que alcanzan hasta lo más conmovedor, como la creación de una máscara de gas para mineros, el descubrimiento de una corriente oceánica que lleva su nombre; la explicación de las causas del “mal de altura”, producida por una falta de oxígeno a grandes altitudes; la localización el ecuador magnético; la descripción cartográfica de la red fluvial amazónica y la invención de las líneas imaginarias, utilizadas por los científicos que se dedican a estudiar el clima, trazadas en los mapas con el propósito de unir puntos de igual magnitud (temperatura, en el caso de las isotermas; presión atmosférica, cuando se trata de las isobaras) y que hoy vemos en los mapas del tiempo.

Pero una de las cosas más maravillosas de su vida fue el origen de los recursos para poder emprender el heroísmo de su vida. En junio de 1799 recibió una herencia y la invirtió literalmente toda para perseguir sus sueños de explorador e investigador, que incluyeron cinco años de expedición por América. Este extraordinario viaje modeló un pensamiento que le llevó a comprender el mundo y la naturaleza, como si fuese un gran organismo (conjunto de órganos que constituyen a un ser vivo), que está constituido por infinitos organismos contenidos en otros organismos, que dan lugar a un todo armónicamente vinculado y delicadamente equilibrado.

Armado con una gran cantidad de instrumentos que incluían telescopios, microscopios, barómetros, termómetros, un reloj de péndulo, brújulas y hasta un cianómetro (para medir la intensidad del azul del cielo), se hizo acompañar de un botánico, naturalista y médico francés que se llamó Aimé Jacques Alexandre Goujaud Bonpland (1773 – 1858) y realizó el viaje aventurero que duró cinco años y que les llevaría a recorrer buena parte del continente americano, primero en Venezuela, para atravesar la selva amazónica navegando por el Orinoco y sus tributarios durante tres meses; después, tras una breve estancia en Cuba, cruzaron los Andes, desde Bogotá a Perú y finalmente viajaron a México y Estados Unidos.

En el mes de agosto de 1804, regresaron finalmente a Europa y específicamente en París, con un cargamento de más de seis mil muestras de plantas e innumerables cuadernos con anotaciones, dibujos, esquemas e ideas, difundieron sus ideas expresando la necesidad de estudiar a la naturaleza desde un punto de vista multidisciplinario.

Curiosamente en Europa, su figura y legado fueron cayendo gradualmente en el olvido, para volver a ser rescatado en un tiempo relativamente reciente; condición que fue totalmente distinta en nuestro continente, donde Alexander von Humboldt ha sido considerado un ser humano legendario, valeroso, inapreciable y de un humanismo incalculable. De hecho, su visión sensible hacia los derechos humanos le llevó a establecer una histórica relación de amistad con el político y militar Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios (1783 – 1830), mejor conocido como Simón Bolívar o el Libertador de América, quien lideró las campañas que dieron la independencia a varias naciones americanas (las actuales Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia), del Imperio Español.

No existen calificativos que sean suficientes para describir las cualidades de este extraordinario ser humano. Sus contribuciones al conocimiento son inconmensurables y su generosidad hacia el género humano sobrepasan lo que se puede imaginar. Ningún homenaje, reconocimiento, distinción ni cumplido serán suficientes para poder reconocer su labor; pero en la alameda de la Ciudad de México existe una estatua en su honor. Siempre valdrá la pena hacerle una visita y en una especie de agradecimiento, reconocer con toda la humildad y respeto que este ser humano fue el primero que describió el calentamiento global, en un momento en el que las convulsiones del siglo antepasado, apenas nos preparaban para emanciparnos de la sujeción del imperio español, sentando las bases de la ciencia, como una actividad de insuperable valor, adelantándose a su tiempo y e inmortalizándose para nuestra fortuna y riqueza esencial. S

 

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