Los dinosaurios de Levenspiel

No creo que exista persona alguna que, en un momento de su vida, no haya sido seducida por los dinosaurios y todo lo relacionado con ellos. Me he preguntado si esta fascinación no obedece a que tenemos algo de reptiles extintos en lo más intrincado de nuestras células.

Tal vez uno de los átomos de Nitrógeno que forman parte molecular de alguna porción orgánica mía, haya sido parte de un dinosaurio hace millones de años, lo que me lleva a pensar estrictamente en este sentido que la vida no se crea ni se destruye y solamente se transforma. Lo mismo sucede con el agua que bebemos y el aire que respiramos; sin embargo, hablando del aire, me surge de inmediato la imagen de Octave Levenspiel (1926 – 2017), quien fue profesor de ingeniería química en la Oregon State University (OSU), siendo experto en la ingeniería de las reacciones químicas y un investigador sobresaliente.

En un artículo que se puede bajar muy fácilmente de internet y que es de su autoría, propone que la atmósfera en la época de los dinosaurios fue de una naturaleza totalmente distinta a la actual. Las deducciones que Levenspiel propone obedecen a que resulta asombroso y desconcertante que un dinosaurio de gran tamaño como el Quetzalcóatlus gigante, con unas alas de 12 a 15 metros de envergadura, podía volar cuando tanto la teoría aerodinámica como la biológica marcan que no puede hacerlo. Por otro lado, resulta inexplicable cómo puede un dinosaurio gigante como un Apatosaurio bombear sangre hasta su cerebro, teniendo más de 13 metros de distancia sobre su corazón, cuando la física y el fenómeno energético animal, plantean que de ninguna manera puede hacerlo.

La única forma de explicar esto se da en función de analizar que la presión atmosférica terrestre, en ese entonces, era muy diferente a la de ahora. Aunque ver volar a un mosco, una mariposa, un murciélago o un dron nos maravilla, no analizamos las teorías de la aerodinámica. Simplemente dejamos totalmente satisfecha nuestra poca ambiciosa curiosidad cuando en un viaje, constatamos que no hubo un accidente y llegamos a nuestro destino sanos y salvos, cuando viajamos en un avión. Pero el hecho de imaginar cómo un aparato como un Boing 747 que pesando 183,500 kilogramos se eleva en el aire y vuela, representa una imagen más que sorprendente.

Es más fácil aprender a nadar que a volar y por eso, el vuelo siempre ha ejercido un efecto seductor en la naturaleza del hombre de todos los tiempos. Esto es conmovedor, y apunta a fantasías que describen el viaje por los cielos en formas literalmente fascinantes. Nada más hay que recordar el mito de Ícaro que en la mitología griega es narrado en una forma de una belleza inconmensurable, por lo que enseña.

Dédalo era un constructor del laberinto de Creta y se había casado con una esclava llamada Náucrate. Por esta razón, el hijo de Dédalo llamado Ícaro, estaba retenido en la isla de Creta por el rey llamado Minos que, de naturaleza poderosa, controlaba las aguas y la tierra, de modo que nadie podría escapar por esos medios. Entonces, con sus cualidades de arquitecto, Dédalo diseñó unas alas para él y para su hijo de modo que, volando, evadieran la vigilancia de Minos. Así, amarró plumas con cera, imitando las alas de las aves. Terminando el trabajo, aprendieron a volar, aunque Dédalo le advirtió a su hijo que no se elevara demasiado alto pues el calor del sol, derretiría la cera y destruiría las alas, con otra advertencia de que un vuelo muy bajo, con el agua del mar, impediría por el peso, la elevación en el aire. Sin embargo, al iniciar el vuelo, ante la emoción de experimentar esa fabulosa acción, el muchacho desobedeció y elevándose, condicionó que la advertencia de su padre fuese real, con el sol que, al calentar la cera, desbarató las alas y cayó al mar.

Muchas enseñanzas pueden deducirse de este mito y nos trasladan a los más recónditos análisis de nuestro pensamiento. Pero volviendo a los dinosaurios de Levenspiel, nos surgen innumerables preguntas que no tienen respuestas definitivas.

La atmósfera está sometida a una cantidad de variables que se relacionan con la tierra, la temperatura, la composición del agua y los elementos que conforman molecularmente al aire (dentro de muchas otras). El dinamismo al que estamos sujetos tiene implicaciones sorprendentes. Si se calcula que la tierra tiene alrededor de 4 mil 600 millones de años, no podemos ni siquiera lejanamente suponer que todo se ha mantenido igual. Los suelos se han desplazado y han sufrido cambios de explicaciones extremadamente complejas. Por supuesto, el medio ambiente se ha modificado y las formas de vida no pueden ser ajenas a este dinamismo. El estudio de estos fenómenos nos puede brindar conocimientos que pueden tener implicaciones vitales que nos afectarían en formas sorprendentes.

Los moscos del género Anopheles, que transmiten el paludismo, constituyen un extremadamente grave problema de salud pública. Según el último informe, entre 2015 y 2017 no se registraron avances significativos en la reducción de casos y el número de fallecidos: 435 mil muertes por malaria en todo el mundo, en comparación con 451 mil muertes estimadas en 2016 y 607 mil en 2010. Los menores de cinco años son el grupo más vulnerable y representan 61 por ciento de los fallecidos. Pero este insecto solamente puede vivir por debajo de los mil 800 metros sobre el nivel del mar. Si este ser vivo, por una adaptación evolutiva, llegase a elevar la altitud de su supervivencia, incrementaría esta enfermedad en formas realmente preocupantes.

Pero hay cosas que son particularmente sorprendentes en el estudio de la aerodinámica. El 19 de abril de 2021, la humanidad logró el primer vuelo controlado de un helicóptero en otro planeta: Marte. El robot aéreo Ingenuity tenía cuatro oportunidades para demostrar que era posible volar en las condiciones atmosféricas de ese planeta y el 7 de diciembre del año 2022, logró volar más alto que nunca, logrando fotos tan sorprendentes como interesantes. En este sentido, la realidad sobrepasa con mucho a la fantasía y las implicaciones a futuro son de un carácter emocionante.

Las explicaciones teóricas de los dinosaurios de Levenspiel no solamente escapan de mi comprensión, pero resulta que en un momento en el que debemos enfrentar retos inconmensurables por el calentamiento global, la emisión de gases por el abusivo uso de hidrocarburos, la contaminación, la destrucción de los bosques y todo ese largo etcétera en el que no pensamos cuando en un acto inconsciente, con un dedo encendemos la luz que alumbra nuestras noches, debemos de pensar en lo que hacemos en cada momento de nuestra vida. No se trata solamente de valorar cómo las criaturas de la era de los dinosaurios podían volar o enviar sangre a sus cerebros, rompiendo con nuestros conceptos actuales de fisiología, biología, aeronáutica y vida. Nuestro planeta evoluciona a pasos veloces en los que nosotros no podemos adaptarnos y esto representa un riesgo para nuestra supervivencia, en una serie de condiciones que pudiendo predecir, contribuirían definitivamente a evitar nuestra aniquilación.

 

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Referencia

https://levenspiel.com/dinosaurs/