Este vacío que hierve

Comensal, Jorge. (2022). Este vacío que hierve. España: Alfagura

Comensal, Jorge. (2022). Este vacío que hierve. España:
Alfagura

Karina tiene veinticinco años, es física y trabaja en una teoría cuántica de la gravedad. La noche del 15 de septiembre de 2030 encuentra a su abuela inconsciente en el piso de su departamento, inexplicablemente ebria. Al volver en sí, Rebeca confunde a su nieta con una fantasma del pasado y le revela, a medias, un secreto perturbador sobre la muerte de sus padres, ocurrida dieciocho años atrás.

La indiscreción de Rebeca parece relacionada con el reciente incendio del Bosque de Chapultepec; las llamas arrasaron el Panteón Dolores, donde están enterrados los padres de Karina, y ocasionaron la muerte de casi todos los animales del zoológico, lo que detona un movimiento animalista inusitado en la ciudad. Con la ayuda de Silverio, un astuto y temerario vigilante del panteón, Karina se asomará a la verdad oculta bajo la tierra.

En Este vacío que hierve el tiempo avanza y retrocede, se expande y se contrae, para tejer un relato de suspenso fractal. Un misterio recalcitrante constituye el centro de gravedad en torno al cual orbitan temas fundamentales de nuestra realidad como la crisis ambiental, los conflictos familiares, las adicciones, el fanatismo y el vínculo de la humanidad con los demás seres que habitan el planeta.

 

16.  Entropía

 

Al cabo de un largo insomnio en el que no logra deducir quién visitó a su abuela esa noche, Karina se levanta a buscar las gotas sedantes que el geriatra le recetó a su abuela. Toma sus psicofármacos en ocasiones muy especiales, cuando está demasiado nerviosa para dormir o cuando necesita concentrarse para terminar un trabajo universitario. No quiere pasar la noche en vela, así que deja caer tres gotas de clonazepam debajo de su lengua y vuelve a la cama.

Cierra los ojos y un instante después la despierta el escándalo de cohetes y helicópteros militares que vuelan hacia el Centro Histórico como parte del desfile del 16 de septiembre. Tiene la espalda adolorida por el esfuerzo de arrastrar y levantar a su abuela. Se siente muy cansada, pero no deja que las sábanas demoren la búsqueda de pistas en el departamento.

Una hora de inspección minuciosa no arroja ningún resultado. No hay cabellos en el respaldo del sillón, no hay tickets de compra ni servilletas manchadas de pintura labial en la basura. Los vigilantes de la entrada no registraron ninguna visita y los vecinos del departamento 101 —se armó de valor y les tocó la puerta— no vieron a nadie llegar ni marcharse.

A las diez y media de la mañana escucha que su abuela gime flojamente.

Entra a su cuarto y la saluda.

— ¿Cómo amaneciste?

— Ya me voy, hijita. Dios ya se va a acordar de mí.

Es una vieja tradición que su abuela piense que se está muriendo cuando amanece cruda.

— Anoche tomaste mucho —dice Karina en un tono sin afectos. ¿Quién vino a verte?

— Me estoy muriendo —dice Rebeca en el recuerdo de Karina, siete años atrás, en un hotel barato de Viena. La noche anterior con las botellas de licor húngaro que habían traído de Budapest. Su abuela llevaba dos semanas de borrachera constante. Karina nunca imaginó que su viaje a Europa se vería arruinado por la fiesta constante de su abuela con las amistades que había hecho en el tour: un grupo de jubiladas de Petróleos Mexicanos y una chilena que había ido sola a su luna de miel porque había encontrado a su prometido engañándola con otra mujer.

— ¿Me oíste? ¿Quién te vino a ver anoche?

— No sé. No me acuerdo. Habrá sido la muerte que me vino a avisar para que me despida.

— ¿Habrá venido el hombre cuyo brazo descubrió en la fotografía? En el insomnio Karina entró a revisar en internet el precio de la botella de whisky que había encontrado en la sala, Glenfiddich, dieciocho años, una sola malta. “From the valley of the deer”, 700 mililitros, cinco mil quinientos pesos, casi la mitad de lo que ella recibe al mes como becaria del Instituto de Ciencias Nucleares.

— Voy a ir a un museo —no tenía ganas de explicarle a su abuela que iba al cementerio central de Viena a buscar la tumba del creador de la mecánica estadística, Ludwig Boltzmann— ¿Quieres venir?

A los dieciocho años Karina ya estaba convencida de que la mecánica estadística era la llave para entender el mundo: desde la gravedad hasta las guerras, pasando por el origen de la vida y el cambio climático. Por eso quería tomarse una selfi en la tumba de Boltzmann, en la que estaba inscrita su definición matemática de la entropía.

S=k log (W)

LVDWIG BOLTZMANN

1844-1906

— Vete a tu museo. Disfruta la vida, hija. Yo ya me voy a ir a encontrarme con tu abuelo.

Cuando regresó de su paseo, su abuela ya estaba tomando cerveza austriaca con sus nuevas amigas.

— No puedes decirme que nadie vino, ahí esta el vaso sucio que dejó y la botella que se tomaron.

Rebeca no responde.

— ¿Cuál?

Era la primera vez que ambas salían de México. Nunca habían tenido los recursos para viajar al extranjero, pero a diferencia entre el precio de venta de la casa de Clavería y el precio de compra del departamento en El Altillo fue suficiente para financiar ese glamoroso premio con el que Karina persuadió a su abuela de vender su destartalada residencia. “A mi edad ya no estoy para andar de vaga.” “Tienes ochenta y dos. No estás tan grande. ¿Te imaginas ir al Palacio de Versalles? Dicen que en Madrid se puede entrar al palacio de los duques de Alba.” Su abuela era lectora fiel y coleccionista de la de la revista ¡Hola!, dedicada a entrometerse en la ociosa vida de la realeza y la nobleza, por lo que no pudo oponer mucha resistencia al panorama de conocer sus opulentos domicilios.

—Ay, ay, ay. Siento que la cabeza me va a explotar. Ya llévame, Diosito.

Karina reprime la compasión; no puede ceder y perdonarla del interrogatorio. Entre más tiempo pase, más fácil será que su abuela apele a la amnesia para no revelar lo que pasó la noche anterior.

 

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** Comensal, Jorge. (2022). Este vacío que hierve. España: Alfagura.