Imprevisibilidad de un desastre

El historiador Valerio Máximo, en el siglo I de la era común, narró un suceso extraordinario que, si bien puede tener elementos míticos o legendarios, ha persistido a lo largo del tiempo como una anécdota curiosa en la vida y la muerte de un gran dramaturgo griego llamado Esquilo (ca. 525 – ca. 456. Ambos años, antes de la era común), quien falleció de una manera que se ha convertido en parte de una leyenda particular, irónica, asombrosa e increíble. La tradición histórica y las anécdotas que la describen varían, pero la versión más conocida se relaciona con la tragedia de una forma sorprendente.

Se dice que Esquilo murió alrededor del año 456 antes de la era común en Gela, Sicilia. Según la leyenda, su muerte ocurrió debido a un golpe inusual de la naturaleza. Mientras se encontraba al aire libre, un águila, posiblemente confundiéndolo con una roca, dejó caer una tortuga desde el aire para romper su caparazón y acceder a su carne. Tal vez simplemente se le soltó o se desprendió de sus garras; sin embargo, lo remarcable es que la tortuga, al caer desde gran altura, golpeó la cabeza de Esquilo y lo mató instantáneamente. Es importante destacar que esta historia se ha transmitido a lo largo de los siglos y puede haber sido exagerada o modificada en el proceso, por lo que su veracidad exacta es discutible; sin embargo, ha contribuido a la fascinación en torno a la vida y obra de Esquilo y su importancia en la historia del teatro griego.

Este fue un evento catastrófico que tiene tintes particularmente increíbles por la baja probabilidad de que suceda algo así en la vida de una persona. Entonces podemos analizar que un desastre es definido como un evento o situación que causa un daño significativo, generalmente en términos de vidas humanas, bienes materiales, infraestructura o el medio ambiente y que sobrepasa la capacidad de respuesta y recuperación de una comunidad o entidad afectada, donde sobresale la sorpresa.

Las afectaciones se dan en comunidades, regiones o áreas geográficas específicas. Estos eventos pueden variar en escala, desde desastres individuales como el de Esquilo, locales que afectan a una comunidad pequeña o hasta desastres a gran escala que afectan a regiones o a países enteros. Lo que sucede es que se da una incapacidad de respuesta local, abrumando la facultad de responder y así, poder recuperar en una forma rápida las características originales de una comunidad afectada. En definitiva, las autoridades y los recursos locales no son suficientes para gestionar adecuadamente la situación y resulta casi siempre en la necesidad de recurrir a apoyos y ayuda provenientes del exterior.

Por supuesto resalta el carácter inesperado e imprevisto cuando, en una forma súbita, se lleva a cabo un fenómeno destructivo. Esto condiciona invariablemente impactos negativos que afectarán a la sociedad en su conjunto, alcanzando el mayor dramatismo con la pérdida de vidas, la degradación del medio ambiente, suspensión de servicios y la alteración de la vida cotidiana de las personas.

Es importante señalar que los desastres pueden ser naturales, como terremotos, inundaciones, tormentas y ciclones; o causados por el ser humano, como accidentes industriales, conflictos armados o pandemias.

La gestión de desastres implica la planificación y la respuesta organizada para minimizar los impactos negativos y ayudar en la recuperación de las comunidades afectadas.

Por supuesto en primer lugar debe de evaluarse el riesgo de estar sujetos al riesgo de sufrir un desastre y esto implica la necesidad de establecer medidas de evacuación temprana y segura de las zonas en riesgo como una prioridad clave. Las autoridades deben comunicar claramente las órdenes de evacuación y proporcionar rutas de retirada seguras. Debe garantizarse que las personas tengan acceso a refugios temporales si es necesario.

Paralelamente a esto, se debe de actuar con rapidez para rescatar a personas atrapadas o en peligro una vez que sucede la catástrofe. Se deben proporcionar servicios médicos de emergencia a las personas heridas y afectadas. Se debe de mantener a la población informada sobre la situación y las condiciones generales. Las alertas tempranas y los sistemas de comunicación efectivos ayudan a las personas a tomar decisiones informadas y a estar preparadas.

Se debe de asegurar un suministro adecuado de alimentos y agua como algo fundamental para la supervivencia de los individuos afectados. Se deben establecer puntos de distribución de alimentos y agua en todas las áreas dañadas. Al mismo tiempo se debe de proporcionar refugio seguro para las personas desplazadas. Los refugios deben estar bien equipados y administrados para garantizar la seguridad y la comodidad de los evacuados. Una vez que se vayan estableciendo estrategias para resolver estos problemas, se deben de restaurar los servicios esenciales, como electricidad, agua, alcantarillado y comunicaciones, ya que esto es crucial para la recuperación a largo plazo. Se debe de buscar el apoyo y la ayuda a las comunidades para volver a la normalidad.

Resulta importante llevar a cabo una evaluación completa de los daños y necesidades para coordinar la respuesta y la ayuda adecuadas. Esto implica identificar las áreas más afectadas y las poblaciones más vulnerables. Se requiere la coordinación entre agencias gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, grupos comunitarios y voluntarios para generar respuestas efectivas. La colaboración debe asegurar que los recursos y la ayuda se distribuyan de manera eficiente.

Los efectos de un desastre son traumáticos para todas las personas. El proporcionar apoyo psicosocial y asistencia en salud mental es importante para ayudar a las personas a sobrellevar el trauma emocional.

Después de la respuesta inicial, es fundamental la planificación a largo plazo para la recuperación y la reconstrucción de las comunidades. Esto implica la reparación de infraestructuras dañadas y la restauración de la normalidad.

Este mes será recordado por todos como la fecha en la que el centro turístico Acapulco se destruyó por el huracán Otis. Por supuesto, resulta fácil criticar y descalificar las acciones de las autoridades gubernamentales, sin tomar en cuenta que todo desastre tiene implícita la imprevisibilidad y dentro de lo sorpresivo del fenómeno, todo queda rebasado; sin embargo, más allá de establecer análisis destructivos, es necesario pensar qué hacer en función de la solidaridad humana. A final de cuentas, en efecto se trató de una catástrofe de daños inconmensurables, pero de ninguna manera tan letales como la tortuga que le cayó en la cabeza a Esquilo.

Acapulco debe de renacer y nosotros, todos y cada uno de los mexicanos, debemos contribuir a que esto suceda.

 

 

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