Salud y seguridad informática

Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable. Juramento hipocrático (500 a.C.)

 

Addicted, de Ángel Boligán, tomada de www.boligan.com

Addicted, de Ángel Boligán, tomada de www.boligan.com

Un elemento que se ha convertido en algo indispensable para nuestras vidas son la informática y las telecomunicaciones; pero si bien, estamos habituados a utilizarlas, no sabemos cómo funcionan ni mucho menos, nos preocupamos por sus alcances.

En nuestro vocabulario se integra la palabra “cibernética”, que proviene del griego kyber que significa timón, control y se aplica al concepto de espacio virtual creado por medios informáticos. Pero en la actualidad no tenemos la más mínima idea de la forma en la que en efecto, tenemos el “control” o somos controlados y hasta manipulados por la internet.

La primera computadora que tuve fue una Commmodore 64, que llegó a la familia como resultado de un premio durante una rifa, allá por los años ochenta. Como medio de almacenaje de información utilizaba una casetera que al correr de una cinta, grababa líneas y líneas de programación, que después de un tiempo particularmente prolongado, condicionarían que en 64 kilobytes de Memoria de Acceso Aleatorio (RAM, por las siglas en inglés), pudiesen almacenarse datos limitados a agendas y uno que otro juego, donde sobresalía una especie de “ping-pong” con barras en los extremos derecho e izquierdo de la pantalla y un burdo cuadrado que hacía las veces imaginarias de una bola que recorrería todo el monitor, dependiendo de la colocación de ésas barras.

En ese entonces, jamás imaginamos lo que iba a generarse a la larga, hablando en términos de evolución de la computación ni mucho menos, lo que iba a darse como consecuencia del proceso de comunicación a través de internet. Pero han surgido una serie de fenómenos que paralelamente van condicionando una serie de sentimientos encontrados que ponen en entredicho nuestros procesos de evolución y sobre todo, de bienestar.

El manejo de enormes cantidades de información y sobre todo, el acceso, han incrementado nuestra visión del universo; pero también han reducido nuestros espacios vitales y las formas de comunicación a un grado preocupante. Sin embargo, lo más delicado que cotidianamente debemos enfrentar como seres humanos e individuos inmersos en la tecnología, se da en función de los peligros que consciente e inconscientemente nos asechan a cada momento.

Si pensamos en el hombre primitivo, el sentimiento de protección ante cualquier amenaza se mitigaba adoptando conductas gregarias, es decir, viviendo en comunidad o grupos y en condiciones de relativa igualdad. La vida en aislamiento no solamente era inconcebible sino literalmente imposible. Estos procesos de unión se encuentran impresos en nuestro código genético y es absurdo negarnos a ellos. En la época actual, la comunicación por medio de teléfonos celulares y computadoras se reflejan psicológica, social, mental y orgánicamente en una serie de procesos antinaturales y humanamente irracionales, que no son difíciles de deducir y observar. Cada vez es más frecuente el abuso de la telefonía celular, con llamadas, mensajes, aplicaciones de juegos ridículos, correos electrónicos y sobre todo, redes sociales. En efecto se rompen las barreras de las distancias en términos comunicativos, pero la triste realidad es que se favorece el aislamiento presencial, lo que hace ver que hay una patología social.

Mucho se ha hablado ya de lo peligrosa que es esa distracción momentánea al escuchar el llamado de atención de un teléfono, caminando, manejando o llevando a cabo cualquier actividad. A todos nos ha pasado el penosísimo error de equivocarnos de chat y enviar por equivocación un mensaje a alguien inesperado. Pero en lo personal me lastima, sobremanera, percibir que en mi trabajo cotidiano un paciente que busca mi atención continuamente se distraiga con ese sonido que puede ser distinto en cada aparato, pero que siempre es igual de incómodo, perturbador, fastidioso y molesto.

No es raro que la comunicación directa se interrumpa y se atienda a la llamada con un “disculpe usted”, y si bien hay quienes discretamente no contestan, en efecto se distraen y me distraen, resquebrajando bruscamente con ese delicado hilo conductor de la comunicación que es determinante para poder interactuar con un enfermo. Es una especie de pugna o pleito por ganar la atención y en esa refriega, siempre resulto perdedor.

Me lastima mucho que en la consulta médica la mayor parte de los pacientes tengan sus teléfonos allí, conectados inexorablemente al mundo virtual de la red, siempre tan omnipresentes como imprudentes, insensatos, desatinados e inoportunos, relegándome a un segundo plano del que no me puedo liberar.

Pero entonces nos llega otro problema mayor, que se genera cuando al almacenar información tan delicada como la contenida en el expediente médico, puede llegar a manos de individuos sin escrúpulos o delincuentes que vulneran la intimidad de un enfermo. Mujeres jóvenes que cursando problemas de depresión, son acosadas por individuos que aprovechando su condición de fragilidad emocional, asedian en formas inimaginables, esto como un ejemplo de una circunstancia vivida por una de mis pacientes.

Casi siempre el teléfono portátil subordina al poseedor en un individuo esclavizado a la tecnología en muchas formas. Desde mi punto de vista esto constituye una enfermedad, cuyo diagnóstico se puede establecer fácilmente en la medida en la que se pueda vivir desconectado y sin andarlo cargando.  Habrá que preguntarse en cómo se puede concebir la vida actual sin usar el celular, mucho más allá de la delincuencia que por medio de la “red”, nos convierte en seres con una vulnerabilidad en todos los órdenes.

Pensamos que nuestras debilidades se generan en función de los riesgos que cotidianamente debemos enfrentar para mantener nuestra integridad física; pero también es urgente cuidar todos los elementos que nos insertan en los grupos sociales a través de los datos personales que en una forma inimaginablemente dinámica, se encuentran circulando en el espacio cibernético. Vivimos constantemente en medio de peligros que, definitivamente pueden marcar un rezago en nuestra calidad de vida y por supuesto, en la búsqueda decidida de aspirar a construir un mundo mejor.

 

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